Secuestros en la huerta

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En medio del todo y de la nada a su vez, se encontraba postrado sobre la corteza de un árbol joven un pequeño pero espectacular ejemplo de que la belleza se encuentra hasta en las cosas más insignificantes; un gusano de extraña apariencia, verde, grande y gordo, que en su cuerpo albergaba pequeñas manchas blancas y negras, y estaba dotado con una peculiar armadura de pelos como púas, rojas y verdes, y unas minúsculas patas negras que lo ayudaban a recorrer ese Roble en busca de un mejor lugar para reposar.

Eran las diez y treinta de la mañana, del día Martes treinta de Julio cuando el camino de este pequeño amiguito fue interrumpido por unas hojas secas que aparecieron de repente frente a su rostro; sin muchas opciones, decidió subir a estas y, para cuando se dio cuenta, se encontraba flotando en el centro de una huerta escolar, en medio de una multitud de extraños, con cuerpos grandes y erguidos, que tenían cabezas como cebollas, cabellos de cilantro y cuerpos de tronco, como en el que se encontraba minutos antes de su obligado rapto.

Momentos antes, al igual que al gusano, otro espécimen que rodeaba este bello paisaje fue raptado, de igual forma, por estos peculiares seres que custodiaban el lugar; fuerte e imponente, el hermoso San Joaquín observaba a los ojos a sus captores, mientras sus raíces clamaban clemencia con cierto consuelo para evitar ser destrozado por completo.

Sin embargo, sus pobres anhelos fueron interrumpidos por el crujir de su amable tallo, y, al igual que el gusano, fue raptado, capturado y arrastrado fuera de su hogar. ¿Cuándo será que estos malvados y grotescos animales dejarán en paz a estas pobres criaturas? Aunque la verdadera pregunta debería ser, ¿cuándo comenzamos a ser tan inconscientes que ni nos damos cuenta del daño que provocamos?

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