Expedientes

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Andrés y yo huimos. Los maestros podían empezar a investigar y una cosa llevaría a la otra, y ese, no iba a ser nuestro fin. Corrimos por todo el local, un cuadrado inmenso, oscuro, vacío y frío, que abarcaba casi una cuadra entera de la capital. Salimos por la puerta trasera, pues percibimos que la entrada principal se encontraba bloqueada por una infinidad de escombros, y fuimos a parar a un pequeño solar rodeado por un abismo; un salto mal hecho, y nunca más se conocería sobre nuestro paradero. Tuvo que haber prestado más atención, pero, el miedo era más que él. Corriendo, fue traicionado por la potencia de sus piernas, y yo vi cómo, a tan sólo unos metros de mí, Andrés, quien había sido como un hermano, caía al vacío sin poder hacer nada para evitarlo, sin embargo, no era el momento de detenerse y llorar.

Seguí corriendo, casi di la vuelta completa al lugar; era bastante extenso, así que me demoré un par de minutos en poder completar el recorrido. Mientras me habría paso entre los escombros, noté que todo el recinto estaba rodeado por una gran maya que cubría el perímetro del local, y que, tras de sí, se desplegaba un conjunto de casas y edificaciones que daban continuidad a la gran ciudad. Continué avanzando lo más rápido que pude, supongo que la criticidad de la situación había agudizado mi destreza. Salto tras salto, me abrí paso hasta escuchar una voz que era imposible que no me resultase ya familiar: Rubén, mi grandioso maestro de filosofía; la seguí, y al verlo, frené en seco ante su rostro tembloroso. ¿Qué estaría el haciendo aquí?, me pregunté. Nada más verme, su cara sólo reflejaba una cosa: terror. No comprendía lo que estaba pasando, pero no era lo que debía ser.

Caminé hacia él sin dirigirle ni una sola palabra. Estaba en una grabación, los brillantes focos a nuestro alrededor que lo respaldaban me enceguecían, y la cámara que, amenazante, se erguía ante nosotros, convertía todo el escenario en uno aún más tétrico. Mientras asumía en la situación en la que me encontraba, con una mirada perdida en la oscura y fría noche, pude sentir su miedo, y no tardé en comprenderlo. El video, la clave era el video. Esa cinta cinematográfica tenía información que, de llegarse a conocer, hundiría todo el centro de Bogotá en el caos más profundo. Un historial de manipulación, masacres, represión, y una organización capaz de eliminar cualquier atisbo de amenaza contra su elevada posición social.

Y ahí estaba yo, parado, observando cosas que no sólo no debía, sino que no podía creer, pero no era el momento de echarse para atrás. Ese instante de convicción es por lo que había esperado toda mi vida: ver las respuestas frente de ti, tan claras e impolutas que no dan paso a la más mínima duda. Algunos lo llamarían destino, pero yo preferí verlo como mi misión en esta vida.

Ávido, me lancé a tomar la cámara, pero descubrí que, en realidad, no estábamos solos.

- No lograrás nada con la cámara, ya lo que necesitábamos está listo - Dijo un hombre alto y robusto vestido con uniforme militar desde las sombras, el cual se encontraba ubicado sobre las ruinas de una antigua edificación cerca del lugar, que servía como cuartel a otras cuatro personas, uniformadas también. El fuerte aparentaba ser una pequeña casa a punto de derrumbarse sobre sus cimientos debido a su condición de abandono, sin embargo, noté que dentro de ella, se encontraba una infinidad de computadoras, radares y dispositivos de rastreo y espionaje, típicos de las fuerzas de inteligencia y seguridad nacional.

¿Por qué estarían grabando algo que nadie debía conocer? ¿Quién recibiría aquella siniestra información y con qué objetivo? Como me dije, no era el momento de cuestionarse las cosas. Todo el mundo debía saber la verdad, y yo era el único capaz de enseñársela. Conmigo, llevaba un pequeño dispositivo de transmisión global que pretendí usar para compartir la información que allí se encontraba y enviarla a todos los rincones del país; mientras más personas conocieran la verdad, más difícil sería ocultar toda la situación. Conecté unos cables a mi dispositivo, sabía que en algún momento iba a ser útil, y con los reflejos de alguien que sabe que su vida no durará mucho más, percibí que faltaba uno, el cable naranja. Un cable naranja me separaba de morir miserablemente y de poder esclarecer un gran hilo de terror que había azotado a la ciudad por décadas.

- ¿Disparamos? - Dijo uno de los militares que se encontraba en la cabina del fuerte militar, casi en tono de burla, dirigiéndose a quien parecía ser su capitán.

- ¿Qué nos va a hacer un niño? ¿Tanto miedo le tiene? Déjelo intentar sus cosas, así nos reímos un rato, ya nos hemos preocupado suficiente - Dijo el general mientras se hundía en su silla, expectante.

Ya sea por gracia divina o la más cruda suerte, lo encontré, estaba en el suelo, cerca de uno de los oficiales. Rubén seguía en shock, no hacía nada más que mirarme aterrorizado, pero no reaccionaba; quizás sabía que desobedecer a aquellos soldados podía representar un final desastroso.

Me moví ágilmente para tomarlo, cuando uno de los reclutas se abalanzó y pisó el cable; supongo que empezó a darse cuenta de lo que quería hacer.

- Nos salió avispado el niño - se burló mientras miraba a su jefe.

No había tiempo que perder. Con mis manos, tomé su pierna desesperadamente, e intenté mover su bota, o conectar el dispositivo así, en el suelo, pero ninguna opción funcionó.

- ¿Ya se va a rendir? ¿Al fin se dio cuenta de que esto no va a servir para nada? - Dijo entre risas. - A su edad uno quiere cambiar el mundo, pero esto no es un cuento de hadas, y, sobre todo, usted no es ningún héroe. – Dijo el general.

En ese instante, sentí como sus palabras penetraron en mi alma. Giré el rostro hacia su dirección, vi cómo seguía en su sitio, sentado en su silla plácidamente, analizando la escena. Lo vi, y lo reparé con una mirada profunda y llena de odio. Luego de asumir que sólo estaba esperando la más mínima acción para fusilarme con un tiro de gracia, le respondí: - Ese es el problema, vivimos en un mundo con muchos villanos, y los héroes se quedaron en cuentos del pasado, pero ya fue suficiente. – Cuando acabé de hablar, el militar se dio cuenta de que ahora el cable estaba en mis manos, y ya era demasiado tarde para detenerme. Lo conecté. "Transmitido a todas las fuentes", fue el último texto que leí. El clic del cable en mi dispositivo de transmisión fue como una señal de abrir fuego para mis verdugos. Todo se empezó a desvanecer para mí, pero lo vi: el caos de la rebelión, marionetas cortando los hilos que las ataban a la oscuridad. Los disturbios acallaron mi llanto, pues, ¿qué es una vida a cambio de la libertad de un pueblo?

Crónicas y relatos de un mundo inmensoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora