Dos: Sus manos

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Yeeey, al fin capítulo. Lo tenía casi listo hace más de una semana, pero no pude terminarlo hasta hoy. En teoría, ya salí de vacaciones (digo en teoría porque hay profesores que, a pesar de haber dado el examen final del curso, siguen queriendo hacer clase y son una molestia en mi vida), así que podré actualizar con más regularidad de ahora en adelante.

El siguiente capítulo tendrá una pizca de humor, porque me di cuenta de que esta historia tiene mucho drama (gracias al cielo que no se me ha ocurrido nada trágico, después de Tokyo Ghoul, no soy capaz de dañar a ningún personaje).

¡Espero que lo disfruten y gracias por leer!

Ps. El capítulo no está corregido (tendré que conseguirme una beta si sigo así de vaga).

~°~

AMARILLO

—¿En qué estás pensando? –me preguntó mi tío. Aparté la mirada de mis apuntes de matemáticas y lo miré directamente a los ojos, como él mismo me había enseñado a hacer cada vez que le hablaba a alguien. Su rostro tenía la reprobación escrita desde la frente hasta el mentón y no me di cuenta de la razón hasta que el sabor a madera del lápiz que mordía se mimetizó con mi lengua. Escupí por inercia.

—¡No escupas en el suelo, es asqueroso! –exclamó mi tía en la cocina. Esa era su guarida y centro de control, como la entrada a la cocina no tenía puerta ni una cortina que la separara del resto de las habitaciones, mi tía podía ver todo lo que hacíamos mientras preparaba la cena. Por el olor de la comida, estaba de mal humor.

—Lo siento, pero era eso o tragar astillas de lápiz –respondí sin interés. Últimamente hablaba en con ese tono monótono en esta casa y sabía que a mis tíos les molestaba, aunque hacían como si no les importara. Todo en este lugar hacía que mi mente se sumiera en un letargo silencioso, así que me limitaba a comer, estudiar y dormir, de todas formas jamás había hecho otra cosa alrededor de mis tíos.

—No digas que lo sientes cuando no es verdad, ¿acaso no te enseñamos a decir siempre la verdad? –espetó mi tío en lo que regresaba su mirada al periódico que leía todas las tardes antes de la cena.

—Está bien –musité y volví mi mirada al cuaderno.

Pasaron unos minutos hasta que mi tío recordó la pregunta que me había hecho en un principio. Le respondí que no me pasaba nada especial, solo que no tenía muchas ganas de estudiar. Eso lo escandalizó, mi tía se le unió y juntos comenzaron a darme el discurso de las características de una buena estudiante y de lo que una hija debía hacer para hacer sentir orgullosos a sus padres. Esa última parte casi me hizo reír y sentí algo de alivio al comprobar que podía sentir otra cosa que no fuera una desesperación interna y mental en este hogar.

Claro que no eran mis padres, pero se suponía que yo no debía saberlo.

—Kaya, en serio, ¿qué te ocurre? –preguntó mi tío cuando mi tía comenzó a servir los platos con sopa. Lo sabía, esa mujer estaba de mal humor, solo hacía sopa cuando algo iba mal en su vida.

—Nada.

—Deja de mentirme, no sé en qué momento comenzaste a tener esta actitud, pero no te sienta para nada.

Lo sentí venir. Era como la tranquilidad antes de la tormenta, y podía imaginarme como una gran ola que estaba tomando impulso para destrozar todo lo que se interpusiera en su camino. Sin embargo, me calmé antes de gritar, antes de tirarme el cabello de la frustración que me provocaba estar sentada en esa mesa. No, no era una ola, al final seguía siendo una burbuja que se ahogaba en sí misma entre las palabras bonitas de mis tíos.

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