Introducción

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Las manos de Ciel se hicieron puños. Por un momento, solo por una décima de segundo, Kaya creyó que él se había enfadado con ella por haberlo llevado a aquel lugar. A pesar de que ya era muy entrada la noche, y de que las farolas de la calle no alumbraban como debían, Kaya podía ver con claridad el rostro de Ciel, iluminado de perfil por las luces de neón del letrero del local, lo cual le daba un aspecto mágico a Ciel, con sus ojos azules tan claros y su cabello azul fosforescente.

Ella no supo cómo interpretar la expresión de Ciel, tenía los labios apretados y las cejas casi juntas, aunque sabía que no estaba frunciendo el ceño. Parecía… concentrado, como si debatiera mentalmente por algo que quisiese decir, o como si buscase una palabra que tenía en la punta de su lengua. Sin embargo, cualquiera que fuera la cosa que ponía a Ciel así, a Kaya no le gustaba, así que intentó relajar sus manos y tomárselas, pero él las apartó en cuanto sus dedos tuvieron contacto.

“Oh, en serio está enojado conmigo”, pensó Kaya, asustada por la reacción que había tenido Ciel. ¿Tanto significaba para él que ella lo hubiese llevado a un pequeño concierto a medianoche? Por lo visto, sí, mucho, y Kaya lo debió haber supuesto de antemano, pero ni siquiera se detuvo a pensarlo cuando, hace unas horas atrás, se apareció por la ventana de la habitación de Ciel para invitarlo a escaparse de casa y acompañarla.

Se negó a decirse idiota, no lo era. Tal vez desconsiderada. De todas formas, de nada servía pelear consigo misma cuando el problema lo tenía con Ciel.

—Ciel, ¿estás enojado conmigo? –preguntó con voz firme, jamás había sido una chica de susurros. Además, mientras más claro hablara, más fácil era para Ciel interpretar lo que otros le decían.

El chico pareció pensarlo un poco, mirándola como si la juzgara con la mirada, preguntándole “¿en serio me has hecho esa pregunta?”. No obstante, él negó con la cabeza y sonrió. Kaya no supo cómo tomar esa sonrisa, ¿era sarcasmo? ¿o de verdad? Era un misterio leer las expresiones de Ciel.

Pero todo quedó más claro cuando Ciel, aún con los puños apretados, cruzó sus brazos sobre su pecho y luego, con lentitud y algo tembloroso, apuntó con el dedo índice de su mano derecha a Kaya.

Por primera vez, el silencio que se instaló entre ellos dos fue incómodo. Las mejillas de Ciel estaban rojas, y la luz verde del letrero hacía que luciera como un duende de navidad. Kaya se aclaró la garganta, porque de verdad no se esperaba eso, aunque debía reconocer que, de todas las personas del mundo, estaba agradecida y muy feliz de haber recibido su primera confesión de amor por parte de la persona más especial que tenía hasta ahora.

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