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No hay duda que acamparon aquí.

Gabriel McDonald se agazapó frente a lo que fue una pequeña hoguera.Ahora, a la luz del día, solo quedaban cenizas.Los brasas que antes habían estado encendidas eran solo trozos de carbón negro.Sin duda los hombres que ocuparon el improvisado campamento habían dejado arder los pequeños troncos hasta que se consumieron, sin apagarlos con agua o tierra.

Alec, el laird de los McAlister, paseaba por el linde del río, observando el paisaje convencido de encontrar una respuesta para aquel asunto que lo había traído hasta allí.Miró con detenimiento las aguas embravecidas que seguían su camino después del pronunciado salto que nacía en las escarpadas rocas. El caudal no era poco y chocaba con los grandes salientes de piedra, envolviéndolos con espuma blanca que brotaba ante su furia. El río, en ese lugar ancho y profundo, era una de las fronteras naturales que separaba el clan McAlister con los dos clanes vecinos: McDonald y McGregor. Y era precisamente ese el lugar que había sido testigo y escenario de tres violentas muertes.

El pequeño campamento se encontraba al lado de un recodo, donde el río se adentraba en la tierra, rodeándose de árboles y formando un pequeño claro despejado, cuyo elemento central era la hoguera que habían encontrado.

Alec miró a su hombre de confianza, Iain.Mientras se rascaba el fuerte mentón cubierto por una barba de dos días, Iain permanecía de pie al otro lado del claro, observando atentamente cualquier cosa que pudiera llamar su atención y les llevara a averiguar la identidad, o posible paradero, de los asesinos de aquellos ingleses.

Más allá de esos tres hombres, una docena de los mejores guerreros McDonald y McAlister observaban a sus lairds.Cada uno de esos hombres darían sin dudarlo la vida por sus líderes.Eran señores poderosos.
El nombre de Alec causaba temor y admiración.El joven laird demostraba arrojo en la batalla, pero tenía un carácter sombrío que incomodaba al propio rey de Escocia.Por su parte, Gabriel McDonald poseía, además de un gran sentido del humor, una inteligencia y astucia casi sobrenaturales.Y a la sobra de los dos lairds se encontraba el diablo de las Highlands:Iain.Él era un hombre a quien jamás se llegaría a conocer,  y un hombre al que no se podía desafiar a la ligera.

–Nada.–Gabriel McDonald se apresuró a andar hasta el centro del claro.

Alec siguió sus pasos molesto consigo mismo por no encontrar una respuesta que había parecido en un principio tan sencilla.

Esa misma mañana Gabriel había aparecido en la fortaleza McAlister siendo portador de extrañas noticias:Se encontraron tres cadáveres en la frontera que delimitaba ambos clanes.Nadie pareció haber visto nada, ni oír rumores sobre forasteros en aquellas tierras altas.

Alec volvió a mirar de reojo a Iain y lo vio agazaparse cerca del fuego extinto, como había hecho antes Gabriel.El temible guerrero y su mejor rastreador estaba observando el terreno, las pisadas y los pequeños puntos de presión sobre la tierra, donde sin duda deberían haber permanecido los hombres durmiendo antes de ser asesinados.

–¿Algo extraño?–Pregunto el laird McDonald.

Iain asintió y Gabriel se agachó a su lado.

–Aquí durmió un hombre.

Alec frunció el entrecejo.

–¿Y qué hay de raro en ello?
Iain enarcó una espesa ceja rubia y ante el gesto Alec suspiró.

Como el silencio de un hombre podía exasperarle tanto era algo que Alec no podía comprender, sin embargo nada como las parcas palabras de Iain para impacientarle.

–Es extraño Alec, porque solo hay uno.

–¿Qué quieres decir?

–Que bien los tres ingleses fueron los atacantes o ni siquiera tuvieron tiempo de recostarse para descansar cuando se produjo el ataque.Me decanto por lo primero.–Señalo el extremo del claro que quedaba a su derecha– Todas las huellas se encuentran ahí.Vinieron del sur.

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