girasoles

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El sol daba de lleno sobre mis recién florecidos girasoles, los cuáles parecían estar agradecidos por la calidez que el astro rey les obsequiaba. Así me sentía yo cada vez que te veía, incluso aunque tu mirada no conectara con la mía, iluminabas mis días enteros con tu encantadora sonrisa.

Como me gustaría tomarte, con tu permiso por supuesto, y tenerte solo para mí por muy egoísta que suene eso. Pero al igual que el sol, tu belleza es inalcanzable, no puedo tomarla con mis manos por mucho que mis dedos rocen el cielo. No puedo quejarme, disfruto de tu encanto durante la mañana, cuando el sol es testigo de mis más florecientes sentimientos; y cuando la noche cae, la luna es mi confidente cuando te evoco en mi recuerdo.

Capturaste mi atención una tarde de verano cuando te oí entre suspiros nerviosos recitar tus líneas, me preguntaba por qué los nervios te embargaban, sentí la necesidad de correr a tu encuentro y decirte que tu nerviosismo era absurdo, que nos dejarías a todos impresionados en el escenario; aunque a mí me impresionabas cada día más, pero eso era un secreto.

Pero no hice nada, te observé con mis ojos curiosos desde lejos sin que te percataras de mi presencia, sin interrumpir tu envalentonado ensayo. Las emociones eran palpables en tu voz, podía percibir qué era aquello que buscabas transmitir, como si aquel sentimiento fuera parte de ti. Me pregunté si detrás de esa faceta de gran actor y príncipe de la clase, habría un chico colmado de sentimientos; me pregunté si llorabas cuando los problemas te asfixiaban, si gritabas hasta quedarte sin aire cuando algo te ofuscaba y si amabas hasta que tu corazón se cansaba de latir.

Pero no tenía idea de nada, así que solo me quedé observando como tus manos se movían eufóricamente al compás de tu voz, como si ambos estuviesen conectados por un hilo que los hiciese funcionar al unísono; aquella escena me conmovió.

El brillo en tus ojos me recordó al sol, sentí como si aquel brillante astro viviera en tus orbes, tus oscuras pupilas parecían iluminar con más intensidad que el propio atardecer, calentando el ambiente hasta lograr derretir mi corazón. Recordé mis girasoles que se bañaban con la luz solar en el jardín escolar, corrí a su encuentro y corté uno con delicadeza, pidiéndole disculpas en un murmullo que solo ellos pudieran escuchar. A mi corazón le dolía arrancarlo de su querida morada donde sus amigos girasoles abundaban y el sol cálidamente lo saludaba con sus rayos dorados, pero su destino era encontrar un nuevo hogar entre tus manos, uno colmado de calidez.

« ¿Conoces el mito de la ninfa qué se enamoró locamente del dios del Sol, Apolo y entró en una profunda tristeza hasta romper su corazón? Ella se convirtió en girasol para poder seguir a Apolo a donde fuera, no quería perder de vista a su amor. Considérame un girasol y tú mi sol, quiero poder girar mi mirada y encontrarme cada día de mi vida con tu brillante sonrisa. »

Tus ojos buscaban curiosos al autor de aquella nota en este silencioso salón, todos parecían tener su mirada concentrada en algo más, incluso yo. No quería hacer más obvias las cosas de lo que ya eran, pero sentía que por mucho que intentara confesarte que el autor era yo, nunca caerías en cuenta.

Otra vez, tu profunda voz se hizo presente en el ambiente, la curiosidad me invadía, ¿qué tendrías para decir?

― Hyuck, si te gusto solo dímelo.

Una sonrisa traviesa escapó de sus labios, capturando la atención del castaño quién se dio vuelta sobre su asiento como si lo hubiese acusado de algún terrible delito; yo también tenía esa misma expresión. Mis labios se curvaron en un gesto de sorpresa, pero no lo notaste; ni siquiera reparaste en mí, mucho menos observarías estos labios que siempre sueñan con los tuyos.

― No me mires a mí, yo no tengo nada que ver.

Jaemin arqueó sus cejas, un gesto que me pareció encantador.

― Pero quién lo haya hecho, lo admiro; tiene agallas.

Mis mejillas se encendieron al oír eso, y agradecí que solo yo fuese consciente de aquello.

― La verdad que sí, creo que he hecho florecer los sentimientos de alguien otra vez.

Aquellas palabras sonaron cargadas de seguridad, pero carentes de egocentrismo; como si realmente estuviese diciendo la verdad y no se jactara de ello. Y sin duda alguna, Jaemin no era el príncipe por nada, sino porque era dueño de tantos corazones que no le alcanzaban los dedos de las manos para contarlos. Pero, el corazón más grande que poseía, era el mío.

Me quedé concentrado viendo como el girasol parecía disfrutar de la compañía que le ofrecían tus manos; sentí un poco de envidia. Quizás si en mi próxima vida naciera como un girasol, podría unir mis hojas con tus suaves dedos y dedicarme a bañarme en el brillo que emana tu dulce sonrisa, mi sol.

floriografía ― nomin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora