Una cita para mi hermano

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Al final terminé por volver a casa luego de una incómoda despedida con Pamela. Bueno, incómoda para mí, ella no llegó a enterarse de que escuché parte de su conversación.

Caminé pesadamente hasta estar frente a la puerta principal, temía por lo que podía encontrar dentro, por quiénes podría encontrar dentro.

Sentía un nudo en el estómago que cada vez iba empeorando más y más.

Tragué saliva y contuve la respiración.

Entré a casa de una vez por todas.

No ví señales de que hubiera alguien, durante el transcurso de la puerta a mi cuarto. La sala de estar estaba vacía y no escuché voces saliendo del comedor.

«Qué extraño, no...», mis pensamientos se frenaron en seco.

¡Justo antes de entrar a mi habitación! Allí estaba ella, también papá. A varios metros de distancia de mí, ambos salían ya vestidos de la habitación de mi padre.

Los dos me observaron: papá con su acostumbrada indiferencia. Ella, por otro lado, me evitó por completo.

Caminaron pasándome de largo hasta desaparecer de mi vista.

Abrí mi puerta con pesadez, me dejé caer como un costal en mi cama y cerré los ojos.

«Vaya día pesado», dije. Empezaba a sentir un poco de alivio. Al fin nada peor podría ocurrirme.

Todo fue bien durante el resto de la tarde, papá llevó a su chica de vuelta a su casa y junto con mi hermano comimos la cena igual que siempre.

A la mañana siguiente desperté muy temprano. Tanto estrés estaba haciéndome dormir cada vez menos.

Fui a la cocina a beber un poco de agua, al pasar por la puerta lo ví. Mi padre. No había tenido la desgracia de estar a solas con él hasta entonces.

Sentí un nudo en el estómago, pero ya estaba más relajado al respecto, en ese momento que tenía la certeza de que Patricia no había contado nada de lo que habíamos hecho... O de lo que le hice, como sea...

—¿Y qué tal estuvo? —me preguntó mientras se servía un poco de limonada.

«Que no sea eso, por favor». Mi estómago se tensó aún más. Tragué saliva.

—¿Qué cosa?

—Esa mujer —me miró con un duro gesto de desaprobación.

Me quedé sin palabras. ¿Lo sabía?

Lo miré confundido.

—No te hagas el tonto, Ethan. Sabes de qué hablo. ¿Crees que no me dí cuenta cuando volvió llorando? —bebió el contenido de su vaso de un solo trago—. Da igual, no volveré a verla.

—Lo siento tanto —rompí en llanto.

—Al menos fue con una mujer.

Mis oídos comenzaron a zumbar, no recuerdo si me dijo otra cosa después de eso.

Al poco tiempo se marchó.

¿Eso era todo?, ¿acababa de arruinar su relación y eso era todo lo que tenía que decirme? Yo tal vez debería estar en la cárcel y él simplemente estaba aliviado de que había sido una mujer.

Aunque pensándolo bien, sería muy doble moral de su parte acusarme de abusador.

Sequé mis lágrimas mientras pensaba en qué clase de padre era ese.

—Creo que necesito una novia —dije en voz alta sin saber que mi hermano acaba de entrar a buscar un bocadillo.

—¡Ya era hora!

Me exalté. Rápidamente le dí la espalda con el pretexto de buscar algo en la nevera. No quería correr el riesgo de que viera mis ojos hinchados y quisiera saber qué ocurría.

—Pensándolo bien, eres tú el que necesita una novia urgentemente.

Su semblante se oscureció.

—Lo sé —contestó—. Bueno, no es que la necesite, pero... —su tono se volvió un poco melancólico—. Oye, ¿vas a durar mucho ahí parado sin tomar nada?

Me aparté de la nevera, tomando de ella lo primero que encontré, una manzana.

—¿Tienes a alguna chica en mente? —lo miré arqueando una ceja. Ya daba igual si dejaba ver mis ojos hinchados, ahora estaba tan concentrado en el sándwich triple que se estaba preparando que ni siquiera lo notaría.

—Hay alguien, sí.

Su forma de expresarse era muy distinta a la habitual, lucía muy sombrío y parecía incluso molesto.

—Genial... ¿Y se puede saber quién es?

Dejó de preparar su desayuno y pude ver cómo sus hombros se tensaban a la par que sus manos se cerraban en puños sobre la mesa. Algo no andaba bien.

—Pamela, la vecina —soltó seriamente.

Recordé la conversación que había escuchado cuando estaba en su casa.

Fingí una sonrisa.

—Es linda. Deberías invitarla a salir o tal vez...

—A ella le gustas, como si no lo supieras —me interrumpió.

¿Acaso ella le decía eso a todos sin ningún problema?

El ambiente entre nosotros se tensó aún más. Él no me miraba.

Terminó de preparar su sándwich.

—Como sea —habló él nuevamente—. No te odio, hermano —aseguró, dedicándome una mirada profunda de odio puro, y se marchó.

«¿Cómo es que todas las cosas horribles me pasan en esta maldita cocina?».

Ahora Franco también me odiaba, ese era el colmo. La relación con mi familia estaba cada vez peor y mi estabilidad emocional también.

De pronto una idea me iluminó.

Debía conseguirle una cita a mi hermano. Si lograba que Pamela se fijara en él, tal vez volvería a ser el mismo de siempre conmigo y así al menos la mitad de mi familia estaría en orden.

Salí a toda prisa, abandonando en la mesa la manzana sin siquiera haberla probado.

(...)

—¿Que haga qué?

—Por favor, sólo una vez. Hazlo por mí.

Pamela negó con la cabeza, agitando sus cortos cabellos rubios.

—Él ni siquiera es mi tipo.

—¿Qué tiene de malo?

—Nada. Sencillamente no es mi tipo —dudó un momento—. Aunque puedo salir con él, una sola vez, a cambio de algo.

—Lo que sea.

—Trato hecho —sonrió— pero aún no puedes saber lo que te pediré.

—Está bien. Pero tienes que prometer que serás linda.

—Siempre soy linda, Ethan.

Continuamos comiendo galletas y bebiendo té de limón. Al parecer se volvería costumbre.

Estaba hecho. Nada podía salir mal. Él la enamoraría con sus encantos, si era que los tenía, y todo sería perfecto.

Me hacía un poco feliz tener algo que hacer, poner mi mente en cosas más simples y dulces. Por momentos podía olvidar lo terrible y sucia que era mi propia vida.

Deseos Prohibidos (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora