Rose

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Rose. Incluso en mi sueño sigo oyendo su nombre. Como un susurro irremplazable. Indispensable para ambientar mi sensación. Mis gritos imitaban el fondo distante de su nombranza.

Rose. ¡Rose! Como si repetir una y otra vez aquella palabra impidiera lo que el yo dormido del sueño observara a través de mis ojos cerrados que el dolor y el miedo volvían de la transparencia del cristal.

La sensación que alberga la sangre imposible de ignorar, pero con la duda de su veracidad que lleva a la locura por la imposible confirmación de los hechos.

¿Porqué un dios serian tan cruel como para condenar a alguien a una muerte dolorosa por el solo hecho de haber sido nombrado culpable de algo que jamás cometió? ¿No deberían ellos saber que se trataba de una mentira?

Rose solo había sido acusada de robar, pero su acusadora era la verdadera ladrona. Enemigas de naturaleza, a primera vista. Ahora lo recordaba. Habían dejado a los infractores, y a los "Infractores" condenados a una muerte bajo el manto del fuego.

Mi hermana pequeña. Mi hermanita. Rose. Roseleen. Roseleen Antonella Hudsow. Perdida en las resacas de un planeta muerto. Y yo durmiendo por el impacto de los hechos. La culpabilidad y la aflicción me abrieron los ojos. Y lo supe. Supe al instante mi destino. Mi destino y el de Kat, que en ese momento me observaba con los ojos muy abiertos.

—Me voy. Nos vamos. Como decidas.

—¿Qué?

—¡Anciano! Dígame que tiene una mochila. Ah y comida— Me di cuenta que estaba muriendo de hambre. Lo lógico a esperar de 2035 años sin comer —Y si puede agua, y algún tipo de súper arma. Con un cable me conformo—Le guiño un ojo a Kat.

—Por los dioses de Astram —Ciro, ¿a dónde te vas? — El anciano parecía molesto.

—A verlos.

—¿Qué?

—A los dioses, Y a Rose.

—Ciro... —comenzó con un susurro— Ciro, pequeño, Astram ya no existe. Está en el aire que respiramos, sus moléculas dispersas en el espacio, viajando entre las estrellas, en cada uno de nuestros corazones, y tu hermana con él. Ciro, por favor escúchame— Dijo cuando mis ojos dieron origen a una catarata de dolor. No puede ser. No. Es solo un sueño. Solo un sueño. Solo un sueño. Solo un sueño. Respiro hondo y me atraganto con las lagrimas imposibles de contener. —Ciro... Lo siento, Escúchame, se que estas mal, y lo siento pero hay que pensar de forma racional. Ya pasaron 2035 años, si tu hermana sobrevivió al destrozo de Astram, la vejez se la llevo consigo.

—Yo sobreviví por 2035 años.

—¡Pero estabas congelado!

Me tiemblan las piernas y el peso de mi cuerpo se vuelve insoportable. No, el peso de mi alma.

En un instante todo se asimilo y cuando termine de parpadear todo se veía más claro. Me desperté 2035 años después con gigantismo en otro planeta, mi familia ya murió y estoy completamente desconcertado. Y ahora sé que este mundo es infinito, indescifrable, y que cualquier cosa puede pasar, y ahora sin equivocarme se mi destino: adaptarme al mundo, a este mundo que por más que lo ruegue jamás se va a adaptar a mí.

Sindrome de la antonimiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora