Pasaron tres días desde que Louis encontró aquellas tres ternuritas en medio del bosque. Tres días en los que su corazón se enamoró de ellos por completo.
El maestro de música se sentía como una mamá pato ya que los zorreznos lo seguían a todas partes. Y con todas partes se refería a todas partes. Tenía que ducharse con la improvisada cunita dentro del baño para que los diablillos no se asustaran e incluso tenía que hablarles a través de la puerta cuando tenía que... hacer sus necesidades. Era extraño, debía que admitirlo. Los pequeños habían pasado por un traumático momento, pero no dejaban de ser criaturas salvajes. Su dependencia hacia él era por demás llamativa.
No obstante, esa particularidad no le impidió que los cachorros crecieran en su corazón. Todo lo contrario.
Dormían juntos, comían juntos y jugaban juntos. Era maravilloso para Lou poder interactuar con ellos. Antes de los zorritos, Louis nunca se había visto a sí mismo como una persona solitaria. Nunca le molestó, tampoco. Ahora, acostumbrado a aquellas bolitas de energía alegrándole el día, se daba cuenta de lo mucho que le hacía falta una compañía.
Tal vez podría adoptar un gatito en la veterinaria del pueblo cuando los cachorros se fueran. Porque, por más tristeza que le causara, los zorritos necesitaban de su libertad en la naturaleza.
No le gustaba pensar en eso. Se concentró en disfrutar de ellos y sus amorosos ojitos tanto como pudiera.
Algo que no solo enterneció a Lou sino que también lo halagó de sobremanera fue lo fascinados que los cachorros quedaban cuando él les cantaba. En el momento en el que comenzaba los pequeños buscaban subirse a su regazo, desesperados y una vez cómodos, clavaban sus ojitos verdes en los suyos y no apartaban la mirada hasta que la canción terminaba. Se había vuelto su rutina nocturna cantarles antes de dormir. Cenaban, veían algo de televisión acurrucados en el sofá y luego iban a la cama para escuchar la voz de Lou hasta que se quedaran dormidos.
Otra cosa que el maestro notó fueron las diferencias entre los zorreznos. Físicamente no era sencillo distinguirlos, pero sus comportamientos eran distintos. Al más pequeño lo había apodado Pastelito, porque era dulce y el más dependiente de los tres; parecía realmente un bebé y siempre dormía acurrucado en el cuello de Louis. Buscaba sus caricias todo el tiempo y, el castaño sospechó, viviría sobre su regazo si pudiera.
Luego estaba Tornado, el travieso de la camada. Había destruído las pantuflas de Louis (gracias a Dios Niall le había regalado unas que aún estaban en su ropero) en un santiamén y había explorado cada centímetro de la cabaña dejando algunos regalitos para el dueño de casa en el camino. Correteaba y saltaba por todos lados siendo poseedor de una energía envidiable, pero también era el primero en llegar a sus hermanitos cuando alguno lloriqueaba por la casa.
Nubecita era el más calmo de los tres, podía pasar horas descansando delante de la salamandra viendo las llamas danzar y quedaba completamente despedido del mundo si Louis rascaba debajo de su morro. Sus pasos eran más elegantes y más pausados que los de sus hermanos, pero había causado varios tentativos ataques al corazón de Lou cuando se perdía por la cabaña.
Louis sentía debilidad por cada uno de ellos.
Ese día la nevada había menguado y, aunque las actividades no se habían reanudado, si fue posible para algunas personas poder desplazarse. Por lo que no fue una sorpresa el texto de Niall avisándole que pasaría para almorzar juntos. Siendo su mejor amigo y única persona cercana en el pueblo, se había dedicado a mandarle muchas de las miles de fotos que había tomado de los cachorros en su celular.
¿Podían culparlo? Eran bellísimos.
_ Tendremos compañía hoy, pequeños.- les dijo mientras lavaba vajilla de la noche anterior.
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Los cachorros del zorro
FanfictionLa belleza del bosque atrajo a Louis desde su niñez, como una eterna hipnosis a lo largo de su vida. Su corazón encontraba paz entre la naturaleza tranquila y eso era todo lo que necesitaba para ser feliz. O eso creyó.