Epílogo

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Las dulces notas del aria tocada a piano llenaban la habitación haciendo a Louis sonreír. Era sedante a la vez que hermosa. Afable, serena y bellamente ejecutada. El orgullo quemó su pecho mientras veía los pequeños dedos deslizarse por las blancas teclas. La pieza terminó con tentativas notas, pero la sonrisa de su rostro no se vio afectada, tampoco la cálida sensación ufana.

Un inocente par de ojos verdes lo miraron expectante.

_ ¿Lo hice bien papi Lou?- preguntó aquella vocecita que tanto amaba.

_ Lo hiciste magnífico, Pastelito.- felicitó dándole un beso en la frente.- Es increíble lo rápido que estás avanzando, cariño. Eres el alumno perfecto.- la risita que acompañó las manzanitas en sus mejillas se vio adorable.

_ ¿Podemos comer pastelitos dulces, por favor?- preguntó luego de ver el reloj en la pared. Louis le sonrió apartando los rizos rebeldes de su rostro.

_ Por supuesto, ya es hora de la merienda. ¿Qué dices si vamos por unos cupcakes y una taza de leche?- Los verdes orbes se iluminaron.

_ ¡Si! ¡Cupcakes de Mery!

Bajaron a la cocina tomados de la mano con las palabras fluyendo torrenciales de la pequeña boquita. Jaime era un charlatán adorable y Louis amaba escucharlo divagar sobre cualquier tema que se le pudiera ocurrir. Mery, la ama de llaves con manos mágicas para la cocina, los recibió con una sonrisa y una bandeja de pastelitos recién horneados y decorados.

_ Justo a tiempo.- canturreó la mujer inclinándose para que Jaime pudiera tomara uno. El cachorro aplaudió y dio varios saltitos antes de agarrar un cupcake y darle una gran mordida.

_ ¡Gracias, Mery!- respondió el pequeño con la boca repleta.

_ Eres un ángel.- halagó Louis mordiendo el propio y soltando un gemido de satisfacción ante el delicioso bocadillo.

_ No, ese título le pertenece a estas tres preciosuras.- respondió revolviendo los cabellos de Jaime. Louis rió ante la aparición de los dulces hoyuelos.

_ ¿Crees que podrías tener dos tazas de leche caliente y otras dos de chocolate, para nosotros en la sala?

_ Claro, Samy ya está allí dibujando y Adrian....

La puerta trasera que daba a la cocina se abrió de sopetón revelando a un pequeño de ocho años cubierto de lodo de pies a cabeza. Tenía una gorra de béisbol hacia atrás (también sucia) con unos rizos chocolatosos escápandose debajo y unos pantaloncillos cortos que parecían haber sido azules en algún momento. Entró como tornado con una pelota de fútbol bajo el brazo, embarrando el impoluto suelo color crema e ignorando las presencias en la habitación.

_ ¡Adrian!- La voz molesta de Lou lo detuvo en seco. El pequeño giró su cabeza lentamente, arrugando su nariz, preparado para el regaño.- ¿Qué he dicho sobre entrar con lodo a la casa, cachorro?

_ Que debo dejar mis tennis fuera para no manchar el piso que Mery se esfuerza en mantener limpio.- respondió mirando hacia abajo con las mejillas sonrojadas. Luego miró al castaño con seriedad, su expresión tan parecida a la de su padre que el enojo de Louis drenó totalmente de su cuerpo.- Lo siento papi, no volverá a pasar.- Se volteo al ama de llaves.- Discúlpame Mery, lo limpiaré.

El profesor chilló enternecido en su interior, pero su cara se mantuvo seria.

_ Gracias Adrian.- La mujer le sonrió.

_ Bien dicho, cachorro.- susurró Louis suavizando sus facciones.- Ahora sube a asearte, la merienda estará lista en un momento.

Adrian sonrió ampliamente y se quitó los tennis mugrosos dejándolos junto a la puerta. Lou mantuvo las manos en la cadera mientras lo observaba desaparecer por las escaleras a pasos veloces. Su rostro serio se rompió en una expresión de ternura total y se llevó una mano al pecho inclinándose sobre la isla de la cocina. Mery rió.

Los cachorros del zorroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora