Ahora que ya sé la verdad...

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A la mañana siguiente, ya estaba más sosegada, podría decir que incluso tranquila, aún que solo fue al abrir los ojos. 

Me dirigí a la cocina sin decir ni una sola palabra a nadie. 

-Buenos días Car - dijo Nick. Está de buen humor.

-Buenos días cariño - repitió mamá.

-Si, muy buenos días - dije, con el tono más agresivo que me salió. 

-Vaya, si que te has despertado simpática - dijo la estúpida de Emma.

-Me harías el favor de no ser insoportable durante el día de hoy? No estoy de humor.

Me miró con cara de furia, dispuesta a decirme de todo pero Nick la contuvo. 

Me preparé un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada de fresa y salí disparada por la puerta. 

Me miré en el espejo que está dentro del ascensor. Ni si quiera me había maquillado. No es que fuera muy aficionada a hacerlo, pero me gusta llevar gloss.   

Salí por la puerta principal de mi edificio y saludé a George, el portero. Hemos tenido el mismo portero desde que era niña.

-Adiós Caroline! - gritó George, como cada mañana.

Le saludé con la mano, con menos entusiasmo de lo normal. 

Es muy raro en mi, pero hoy llego tarde. Supongo que la culpa la tengo yo. Me pasé toda la noche dándole vueltas a lo de mudarnos. No me agrada nada la idea de dejar Manhattan, pero creo que eso no es lo que más me aterra. Y si no hago amigos? Y si no les caigo bien? A lo mejor la gente allí no viste igual o actúan de manera distinta. 

Antes de poder sumergirme más en mis preocupantes pensamientos Verónica me estaba saludando a unos metros. 

Puse la mejor cara que pude y me acerqué a ella.

- Ronnie! -  grité, saltando en sus brazos para darle un abrazo. 

- Buenos días Car!  - dijo, a la vez que se acomodaba uno de sus largos mechones de pelo negro tras su oreja. 

- Y Julia? - pregunté, extrañada de no verlas juntas. 

- Ha ido a la cafetería de la esquina a comprarse un café y algo para comer. A discutido con sus padres y se ha ido sin desayunar. 

Vaya, no soy la única veo. 

Al fruncir el ceño, Verónica me miró extrañada.

- Estás bien? - preguntó algo preocupada. 

Sé que se lo tenía que contar, pero no tuve fuerzas para hacerlo. Además, se lo diré cuando estemos todas, y falta Julia. 

- Si, tranquila, no pasa nada - dije.

Nunca se me ha dado bien mentir, y menos a ella. 

Me pilló al vuelo. 

Antes de poder decir nada Julia apareció por detrás nuestro. 

- Buenos días chicas! Cómo estáis?! - gritó con su entusiasmo de siempre. 

Siempre me gustó lo iguales y a la vez lo diferentes que somos. No solo físicamente. Verónica es bajita, tiene una melena negra preciosa y unos ojos igual de oscuros. Siempre ha sido responsable. Julia es la más alta de todas, tiene el pelo del color del fuego y tan rizado que parece un nido. Sus ojos son del color del chocolate. Siempre ha sido risueña y alocada. Y luego estaba yo. Estatura media, pelo liso color castaño claro y unos ojos color gris, muy corrientes. Soy tímida... Y bueno, la verdad no sé que adjetivos usar para describirme. 

Verónica me hizo volver al mundo real mientras me sacudía suavemente el hombro. 

- Verdad Caroline? - me dijo ella. 

Jo, me había distraído bastante. 

- Perdona Ronnie, que has dicho?

- Le he dicho a Julia que estás rara, pero que según tú estás bien - dijo, resaltando el "tú" de manera notable. 

Tierra, trágame.  No puedo mentirles, pero no quiero dejarlas hechas polvo. 

-Em... Si, bueno... - me estaba poniendo nerviosa.

Se lo voy a decir.

- Tengo algo que deciros. 

Se miraron entre ellas.

- Tu madre no te deja venir a mi fiesta? - preguntó Julia - Tranquila, no pasa nada.

- No, no es eso. Es algo importante. Y la verdad, no sé como decíroslo.

Antes de poder decir nada Verónica me interrumpió. 

- Car, sé que nos quieres decir algo, pero ya vamos tarde. Creo que es mejor que nos lo cuentes a la hora de comer. Te parece bien?

Asentí, aliviada de no tener que contárselo ahora, aún que sé que dentro de poco tendré que hacerlo. 

Nos dirigimos las tres a nuestras respectivas aulas. 

Se me pasaron las horas volando, se me escapaban de las manos. 

Tres horas para ir a comer. Dos horas. Una hora. Media hora. 

Salí de mi última clase y me dirigí a nuestra mesa de siempre. Todavía no habían llegado. Me levanté para comprar mi comida.

No tengo nada de hambre. Con solo pensarlo se me cerraba el estomago. No quiero tener que decírselo,  y mucho menos quiero irme. 

Sumida en mis pensamientos, me dirigí con una porción de pizza a mi mesa. 

Estaba tan metida en mi cabeza que no me di cuenta de que Ronnie y Julia ya habían llegado. 

Nos sentamos las tres en la mesa y respiré hondo. 

Allá voy. 

Más allá de la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora