VI. Barajar y volver a comenzar

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"El encuentro entre dos personas es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas terminan transformadas."

Carl Jung

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En su reloj pulsera las manecillas se encontraron en el número doce. La hora mágica de la medianoche había llegado, y con ella, una conclusión: Hatake Kakashi había perdido la apuesta.

Se llevó una mano a su pecho, y tanteó los bolsillos de su chaqueta verde militar. Colados entre sus artilugios de ninja, había arraigado la costumbre de llevar consigo dos bolígrafos: uno de tinta roja, y otro, de tinta negra. Aquello, antes que una costumbre autoimpuesta, era el resultado de la amonestación hecha por el espíritu maternal de la única mujer viva que realmente le importaba: la eterna niña Haruno Sakura.

—¿Cómo, de qué manera, a quién se le ocurriría gastarse todos sus ahorros, en un asqueroso librito manuscrito, eh? —Aunque Kakashi escuchaba su sermón, sus pensamientos rumiaban en lo escalofriante que sería tener de madre a una mujer como aquella—. Explícamelo sensei, porque realmente...

En sus tiempos de la Academia siempre había sido un buen alumno, silencioso y disciplinado en sus intentos por pasar desapercibido, por lo que, por primera vez, sentado en la silla de la oficina de Sakura, mientras esta se apoyaba en el escritorio cruzada de brazos, tamborileaba los dedos y le clavaba una mirada reprobadora, entendió que aquello era lo más cercano a ser llamado a la oficina del director, para ser amonestado.

Pispió por sobre el hombro de Sakura, detrás de ella, y vislumbró a quien alguna vez fuera un enano de cabellos negros puntiagudos y ego demasiado alto, recostado sobre el alfeizar de la ventana y mirándolo con ese gestito bufón, sonriendo y disfrutando de que esta vez, no era él quien estaba recibiendo las amonestaciones de la mandamás del equipo.

«Disfrútalo ahora que puedes, Sasuke», rumió, aunque lo agrio de esos pensamientos contradecía a la cordial sonrisa que estaba devolviéndole al muchacho.

—Sakura, ¿puedes prestarme el dinero sí o no? Si no eres tú será un prestamista y...

—Ni se te ocurra.

Kakashi sonrió con complacencia cuando ella rodeó su escritorio y abrió un cajón, hurgando entre varios papeles. Vio como Sasuke seguía todo con un desdén enmarcado en su ceja levantada, en sus labios sellados pero ligeramente curvados hacia una esquina.

Mientras Sakura metía algunos billetes en un sobre, farfullaba atropelladamente.

—En esto deberías aprender de Naruto. Siempre ha ahorrado todo su dinero y no anda despilfarrándolo en estupideces.

Denigrar con tal adjetivo al último manuscrito, real y desconocido, del gran escritor Jiraiya-sama era una terrible ofensa, pero optó por mantener la boca cerrada.

—Ya deberías estar pensando en tu jubilación, y no en esos condenados libritos. —continuó, y la sonrisa de Sasuke, contenida hasta entonces, se amplió burlonamente.

¿Jubilación? ¿Sobre qué estaba hablando esta chica? «Ah, la edad», recordó. Ella siempre sabía en cual herida ir a echar la sal.

Como el adulto que era, debía considerar ser autocrítico consigo mismo, y reconocer que Sakura tenía algo de razón. Pero, cuando a él había llegado la noticia de que se estaba llevando a cabo una subasta por el manuscrito de una historia inédita del gran Jiraiya (abandonado en un Love Hotel, de esos al que alguna vez el propio sannin lo había llevado de gira en su adolescencia), no había podido evitar pujar hasta hacerse con él. Aunque eso implicara gastarse hasta el último y mísero centavo de su caja de ahorros. Bancarrota aparte, el placer de la novedad y de ser su único portador, lo había valido.

La Fragilidad de las AparienciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora