III. Represión

1.1K 104 22
                                    


...

"Inquieto en tus ojos vive el deseo, no hay ningún apuro, con calma te espero"
Soraya Lamilla

...

Sasuke no supo cómo ni cuándo, pero sin ser plenamente consciente, se había visto arrastrado por Kakashi y Shikamaru al restaurant preferido por el antiguo equipo Asuma, el Yakini-Q. Había caminado hasta allí, cenado y bebido alrededor de un grupo bullicioso y conversador que, extrañamente, no le había molestado. O, visto de una manera más sensata, no les había prestado atención: eran como bocas que se abrían y se cerraban sin que emitiesen sonido alguno. Desde el mismo momento en que su decisión se había materializado en tinta, todo parecía ir flotando en un lento discurrir.

"La aldea de Konoha cederá a la aldea de Kumogakure a la kunoichi Haruno Sakura, por un período total de cinco años". Esa sentencia daba vueltas en sus pensamientos cómo una pelota, y repicaba, y repicaba...

¿Qué son cinco años en la convulsionada vida de un ninja? No son meses o días; ni horas, minutos o segundos. No es la pasividad de un campesino o un comerciante, que ve pasar la vida sentado desde su casa criando a sus hijos, rezando por una buena cosecha o contabilizando los ingresos con un viejo ábaco. La vida de un ninja se compone de caminar sobre la cuerda floja del riesgo en la mañana, seducir a la muerte a la tarde, y agradecer el continuar vivos durante la noche.

—No me imagino la vida de otra manera Sasuke-kun —Era pasada la medianoche, y aún quedaban muchos perfiles de nuevos genin por analizar y agrupar. Un trabajo tedioso, que había llevado a Sakura a hablar sin parar en una interminable catarata de catarsis. Él silenciosamente lo agradecía: era aquello o caer dormido sobre su propia baba, enterrado en pilas de papeles—, lo contrario sería el aburrimiento en vida.

—Pensaba que eras del tipo familia —acotó por primera vez en horas, y no escapó a su atención la forma en que los pómulos de Sakura se entintaban de rojo, y ella corría el rostro, entre avergonzada y ofendida.

—Una cosa no quita la otra —respondió entre dientes. Segundos después ella se aventuró a confesar algo, en un tono soñador que le recordaba a la niña pegajosa y molesta de doce años—. Quisiera viajar como lo ha hecho Tsunade-sama, o como lo están haciendo Naruto y Hinata... ¿Has visto lo que tarda Naruto en responderme una carta? —bufó, para luego dibujar una nostálgica sonrisa— Parece que estando por allí fuera, en el mundo, no se debe extrañar el hogar, ¿verdad?

Él alzo una ceja, inseguro de si aquello era una reflexión o una pregunta directa. Cuando la kunoichi cayó en la cuenta de lo que implicaban sus alucinaciones de noctámbula; de aquel punto oscuro en su historia de amistad que ambos optaban por evadir, bajó nerviosa la vista a sus papeles, y comenzó a recitar en voz alta las habilidades del siguiente egresado de la academia.

Desde que Naruto había partido de Konoha llevándose a Hinata, Sakura no lo había visto más que un par de veces. Ella era una ninja activa, de aquellas que iban y venían cumpliendo misiones a cada rato y, aún así, encontrarse a los recién casados en lo que su sensei solía llamar los "caminos de la vida", había sido para ella una casualidad difícil de suceder.

¿Qué quedaba, entonces, para ellos dos? Sasuke se removió, incómodo, ante la implicancia simbiótica de esa pregunta. Sakura era una Iryō-nin dedicada y responsable, algo meticulosa y obsesiva, no tenía que hacer un gran esfuerzo para imaginársela trabajando hasta el agotamiento. Ella no dejaría su importante labor sólo para irse de charla amistosa con su Hokage.

Llevaba un buen rato masticando aburrido el mismo trozo de carne cuando, de pronto, su oído atrapó en el aire una palabra que llamó su atención:

La Fragilidad de las AparienciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora