Un nuevo amanecer

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Un grito ahogado deseoso de resonar por todo el departamento, uno silencioso, pero con un toque hogareño. Exaltada, sudando en frío, como todas las mañanas, despertando sin nada más que su propio reflejo al otro lado de la habitación, un espejo de tamaño mediano, aproximadamente de unos treinta centímetros de ancho, y sesenta centímetros de alto, nada en especial, pero era ese mismo que cada mañana le regalaba aquella vista de sí misma, aterrorizada, insegura, cansada y adolorida, como si fuese una niña indefensa, pero a su vez le causaba una ternura inexplicable, podía ver su reflejo como si aún fuese una niña, a pesar de haber arrebatado tantas vidas, y dormir con el mismo miedo de siempre, con aquel miedo de jamás despertar, a pesar de ver a su adorada compañera, la muerte, como una vieja amiga, que siempre le hacía favores a cambio de unas cuantas balas acertadas.

No demoró mucho en recomponerse, quizá unos segundos le habrá tomado, estaba segura de que los lujos como descansar irresponsablemente no era su estilo, quizás aquello era positivo para su imagen, la responsabilidad, la firmeza, sí, eso era lo que se vociferaba en la milicia, la imagen del soldado perfecto, que nunca holgazaneaba, responsable como muy pocos lo son. Hacía honor a su fama como soldado, girando su vista hacia un reloj a su derecha, que indicaba la hora, 5:47AM. Mientras se levantaba de su cómoda, pensó si el tiempo sería más que suficiente, mas sin embargo, no dejaría pasar su oportunidad, y asimismo salió de su habitación, encaminada a aquella pequeña cocina en aquel, pequeño y poco ordenado departamento. Descansaban cajas en varias esquinas del mismo, sí, para su suerte, desde que se había mudado a Ciudad Central, y su posterior regreso a Ciudad del Este con el General, jamás tuvo tiempo de desempacar correctamente, a pesar de ser ella alguien tan ordenada y metódica. Su mascota, un adorable y obediente perro de blanco y negro, descansaba en la unión de dos cajas, en donde reposaba su pequeña cama, acogedora como ella bien suponía. No quiso hacer mucho ruido, la noche anterior había sido muy agotadora.

Efectivamente, aquella noche ninguno de los dos pudo dormir correctamente, pesadilla tras pesadilla acompañaron su débil dormir, recuerdos arraigados en su piel, jactándose de la sangre del dolor y tristeza; ver al de ojos tan oscuros como la noche sufrir, moribundo, malherido, perdido, era lo que más la hacía sufrir, y ella, no podía resistirse, se forzaba a despertarse de aquellas pesadillas, que se repetían a diario, cada noche, a la misma hora, pero siempre con un distinto orden de recuerdos, haciendo más crueles los sentimientos.

Quiso dejar de mortificarse, y optó por empezar a preparar su desayuno, constado por una taza de café y una tostada, algo simple, algo común, sería algo rápido y agradable, como todas las mañanas. Se tomó su tiempo, y cuando observó nuevamente el reloj, ya éste informaba la hora, 6:14AM, era buena hora, como siempre, su rutina era eficaz, pero agotadora. No lo entendía jamás, siempre faltaba algo, un vacío abismal en sus mañanas, más aún al despertar, siempre supo que algo faltaba a su lado cada vez que abría los ojos, y aquella falta se hacía más grande tras una noche de crueles pesadillas.

Le restó importancia a como acostumbraba, le dio algo de comer a su mascota, Black Hayate, le dio de beber en su plato, y, cuando se enteró, tras un intangible sobresalto, denotó la enérgica presencia del ya despierto perro, y tras un suspiro, lo sacó a pasear. Por las calles, esa mañana, no había mucha gente, pero debía ser rápida, se le podría hacer tarde, aún cuando vivía cerca del cuartel. Nada extraño en su rutinario recorrido, tan solo una fría mañana, sin el sol dejándose ver en el firmamento aún. Regresó a su departamento, entró con él, y nuevamente miró el reloj, 6:23AM, aún era temprano, debía estar en camino ya en menos de diez minutos. Dio once pasos, contó cada uno, hasta quedar de frente a su habitación, abrió asimismo la puerta de la misma, y dio otros 6 pasos hasta su armario. Dudó en abrir el mismo, a pesar de su prisa. En aquel armario estaba lo que necesitaba para presenciarse, pero, en el mismo, estaba lo que la mantenía atada a las cadenas de lo inadecuado, que traía consecuencias, que la llevó al arrepentimiento, aquello que le causó tanta desesperación, y le arrebató sus esperanzas. Tras exhalar pesadamente, lo abrió. Allí estaba, un uniforme militar de color azul, con la cantidad de estrellas en sus hombros suficientes como para declarar su rango, ella, había sido recientemente promovida a Capitán, después de un mes y trece días del incidente sucedido en aquel inolvidable Día Prometido. Todo había cambiado desde ese día, tanto su día a día, como cada vez que le veía a los ojos, su mirada había cambiado, y se sentía incómoda por ello. Siempre dudaba de sí misma, ¿en realidad estaba bien que ella pudiera vivir cómoda? Pero a la vez, siempre se lo repetía.

«No es tiempo para arrepentimientos, es tiempo para recompensar los daños».

Quería creer eso, y, como bien sabía, era necesario sacrificarse a sí misma por un futuro mejor, donde la juventud pudiese disfrutar, aún si eso significaba verlo feliz en otro sitio, con otra persona, sabía que no lo merecía, y estaba bien con eso, ¿en verdad estaba bien con eso? Le restó importancia, y tras divagar tanto tiempo, unos 50 segundos, se dispuso a colocarse su uniforme militar, amarrar su cabello, y dirigirse a una pequeña mesa en una esquina de la habitación. Abrió por fin la mesa, cuando, tranquilamente, tomó dos pistolas comunes, y una revólver calibre .45, sintiéndose más cómoda una vez ya había resguardado sus armas en los bolsillos correspondientes de cada una.

Salió de la habitación, y tomó un pequeño bolso, que colgó de su hombro izquierdo, y asimismo partió de su pequeño departamento, exactamente apenas el reloj informó la hora, 6:35AM.

Había sido una buena mañana, se había enlistado a tiempo, había comido a tiempo, estaba preparada para una nueva, larga y agotadora jornada de trabajo, junto a sus compañeros.

Se encaminó al cuartel, y, cuando pudo ver un reloj nuevamente, su reloj de bolsillo, informó el mismo la hora, 6:47AM. Una larga subida, que no le tomaría más de tres minutos, para entretenerse, en el camino iba meditando y organizando las acciones del día, acomodando mentalmente su rutina, quería ser efectiva ese día, quería que la oficina entera trabajara a su máximo potencial, pero, no le sería tan fácil. 6:53, se le había hecho un poco tarde, pero sería suficiente. Se detuvo una vez estuvo frente a la puerta de la oficina, mirando su reloj de bolsillo, esperando que fuesen las 6:55, sin dejar de organizar todo en su mente, realmente se había comprometido con el trabajo.

Cuando la hora llegó, entró en la oficina, y tras un sobresalto, se quedó perpleja, podría jurar que vio a su superior sentado de manera orgullosa en su silla, viéndola fijamente desde la comodidad de la misma, y justo cuando, después de su susto, pudo abrir sus labios, justo antes de que pudiese hablar, denotó que no había nadie allí, y como siempre, estaba sola como cada mañana en aquel lugar, deseosa de ver a su General, cosa que jamás admitía en voz alta. Nuevamente le restó importancia, y acomodó sus pertenencias en su mesa de trabajo, para asimismo empezar con la orden del día, y esperar a la llegada de sus compañeros, como cada mañana.

Pero nuevamente se sobresaltó, tras escuchar un leve chillido de la puerta al abrirse; entrando se encontraba un galante y arrogante General de Brigada, con un semblante serio, como era habitual, pero, algo que notó distinto de esa mañana, era que, su primera acción, fue intercambiar miradas con aquella mujer titulada como Capitán. Allí se dio cuenta de la diferencia, y, no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, que escondió tras dirigir su vista a los documentos en su mesa. Sí, lo había recordado, había recordado el porqué de sus esperanzas, la razón que la mantenía de pie, la razón que siempre evitaba que cayese en la desesperación y la desolación.

Sí, era él, un hombre, a quien le había jurado protegerle con su vida, una promesa que escondía detrás un profundo e inexplicable amor.

Era él, quien le susurró con sus ojos, que era un nuevo amanecer.

MoonlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora