Verena corrió con toda la rapidez que le fue posible en dirección a su hogar. Los guardias que custodiaban la entrada del territorio Valtersen inclinaban sus cabezas en señal de respeto al verla pasar.
Una de las cosas que los diferenciaba de la manada enemiga, era la cuantiosa cantidad con la que les superaban. Sus lobos eran feroces, rápidos y letales. Sin lugar a cuestionamientos, ellos no tenían mucho que envidiarle a los lobos gigantes que poseían los Magnusson.
Contaban con ocho de sus mejores lobos distribuidos en pares en cada una de las cuatro entradas de la pequeña ciudadela que habían construido dentro de Fort Collins.
El encargado de la vigilancia de la entrada principal, era un hombre de veintiocho años aproximados. Alto en estatura, se le calculaba un metro con ochenta y siete; de aspecto rígido y fuerte, agregada a otra de sus particularidades, en su dorso traía colgada una enorme espada.Alec Gagnon, mejor conocido como "El Demonio de la Niebla", título que le fue concedido al acabar con todos los estudiantes próximos a su graduación de la academia en Fort Collins - Colorado. Había alterado las costumbres y el examen previo a la graduación de los estudiantes en la ciudad, y lo reemplazó por un método en el cual debían matar a todos sus compañeros en combate.
En aquel entonces, existía un instituto especial, al que sólo los cambiaformas tenían acceso.
Pero a medida que pasaban los años, las situaciones fueron cambiando, al punto en que cambiaformas se vieron obligados a convivir con los humanos.Alec se había convertido en uno de los Siete Espadachines de la Niebla, y ahí tomó adquisición de su espada Kubikiribōchō, afilarla todo el tiempo que podía era su goce. También fue un miembro de la División de Asesinos de la manada Valtersen, convirtiéndose en el mayor especialista en rastreo, asesinato silencioso y espionaje.
Al lado suyo se encontraba un joven de diecisiete años: metro sesenta y seis de altura, complexión delgada, y de cabellos largos. Jace Roy, solían llamarlo "Pequeño Jace" debido a sus cualidades; un lobo que no destacaba por su tamaño, pero era compensado por su velocidad y capacidad de crear tácticas con una rapidez sorprendente.
Alec y Jace eran inseparables.
Años atrás, cuando no era más que un crío, Alec lo había encontrado vagando por el bosque. Al ser carente de manada y de familia, le propuso hacerle compañía, ofreciéndole un hogar y una manada. Notar que había causado agrado en alguien pese a que fuese sólo un Omega indefenso, trajo felicidad a Jace. Desde entonces, el joven le siguió y obedeció en todo, aprendiendo nuevas técnicas, volviéndose uno de los lobos más inteligentes entre los jóvenes de la manada.
La de hebras doradas les dedicó una mirada fugaz al pasar frente a ellos. Alec levantó la cabeza para olfatear el aire, como si detectase algo anormal en él, seguido a ello posó su mirada en la chica. Esta, al percatarse de ello, frenó su andar por unos escasos segundos, únicamente para dedicarle una mirada severa.
—¿Qué? —cuestionó ella con un tono de voz demandante.
Con inmediatez, el espadachín inclinó su cabeza una vez más, en modo de disculpa. Mirar directamente al rostro del Alfa, su compañera, y sus hijos, era considerado como una falta de respeto... cosa que a Verena le parecía ridículo al extremo. Pero, en esta ocasión, le fue útil eso que ella consideraba una estupidez.
Ella se había percatado de que Alec percibió el aroma de los Magnusson en ella, y eso era extraño, teniendo en cuenta que apenas intercambió algunas palabras con ellos. De igual modo, sería un problema si su padre se enterase de eso.
—Alec. —Le llamó, haciendo empleo de un tono de voz autoritario. Si quería imponer respeto, debía actuar como su padre; y, en ese caso, optó por sonar igual o más dura que él.
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Lazos de Sangre [El Alfa Y La Bruja]
Narrativa generaleEl Alfa y la Bruja - Libro I de la saga Lazos de Sangre