La Psicóloga

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"Solo es tu primer día de trabajo".

Se repetía Alexandra una y otra vez, mientras se dirigía temerosa a aquel reformatorio para menos afortunados. Leía los expedientes de los pacientes una y otra vez, cargos por violencia y secuestro, detenciones por vandalismo y robo de bienes, etc. Miró de frente el reformatorio, había un silencio sepulcral tanto en el edificio como en la calle.

—Bueno... Aquí vamos — suspiró la mujer dando un paso adelante para luego abrir la puerta y entrar.

Alexandra Johnson era una mujer de 25 años, recién titulada de psicología en una universidad humilde de Cambridge, la mejor de su clase. Solo tenemos información sobre su padre y su madre. Solía vivir en las afueras de Florida antes de mudarse por estudios, siempre llevando una dieta balanceada y ejercicios, según sus boletas de tarjeta de crédito. Estuvo soltera hasta los 19, pero esa relación terminó dos años antes de su desaparición.

Nadie entraba y salía del reformatorio salvo sus trabajadores. Era un lugar misterioso y lleno de ex criminales maniáticos con severos problemas mentales. Caníbales, asesinos seriales, y fetichistas enfermos que arrastraban a todo aquel que entrara a aquel manicomio...

—¡Ah! ¿Eres la nueva? — llamó un muchacho desde un escritorio cerca de la entrada.

Alexandra viró la vista al chico, y se le acercó con una tímida sonrisa. —Ehm... ¡Sí! Soy Alexandra Johnson, psicóloga profesional. Me hablaron de los casos... ¿FDR? —.

El chico se sorprendió y empezó a escribir en la computadora —ah, justamente se necesitaba un psicólogo nuevo desde hace unos días... ¿Segura que no quiere otro grupo? — cuestionó el joven viéndola con preocupación.

—se me asignó el FDR, caballero, no puedo desobedecer a mi clínica — explicó con dulzura la psicóloga.

—si usted lo dice... Tercera puerta en el pasillo de la derecha — indicó el secretario para luego volver a trabajar.

—mil gracias, muchacho — Alexandra hizo un leve gesto con la cabeza y siguió su camino.

Según las entrevistas, el último en verla fue el secretario.

"Lamentablemente no puedo darle órdenes a los psicólogos, por ende simplemente hice lo que ella me dijo" nos dice el secretario. "Aunque traté de que no fuera con ellos, no hay ningún psicólogo que dure en ese grupo".

Alexandra fue hasta donde el muchacho le indicó, y al abrir la puerta, quedó estupefacta. Eran 20 personas. 7 estaban delgadas, al punto de estar desnutridas. Sonreían entre sí y charlaban con aparente alegría. Pero los otros eran irreconocibles como seres humanos. Eran enormes masas de carne, con enormes barrigas estriosas, sudando por el mero hecho de respirar. No parecían poder levantar un dedo de lo gordos que estaban. Apenas y podía reconocer un rostro entre toda la grasa que tenían en sus cuerpos. Era una obesidad aún por sobre la mórbida, aquella escena era inhumana. Alexandra mantenía la vista fija en aquellas personas, y se preguntaba a si misma que era lo que estaba pasando en este lugar.

—Este... Buenas tardes a todos — llamó Alexandra parándose en un banquito para llamar la atención de los reos.

—¡ah! Otra psicóloga, interesante — dijo uno de los hombres más delgados, de piel oscurecida. Ninguno de ellos llevaba camiseta, como si se sintieran orgullosos de estar tan delgados, o tan gordos. Aunque de igual manera, podía ser que a los más grandes no les cupiera ninguna prenda.

—¿otra?... E-en fin, mi nombre es Alexandra Johnson y seré su psicóloga de ahora en adelante —.

—¡ja ja! Tooodos dicen lo mismo — rió una de las jóvenes obesas. Su panza reposaba en el suelo mientras sus rollos enormes se movían como gelatina al compás de su risa. Esto hizo que Alexandra se sintiera extraña. Pero esto fue sobrepasado por la molestia que causó aquella burla.

La Psicóloga • One-ShotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora