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Rubén no podía creer que estaba conduciendo el auto de su jefe, mientras este estaba casi moribundo junto a él

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Rubén no podía creer que estaba conduciendo el auto de su jefe, mientras este estaba casi moribundo junto a él. Lo que más le costaba procesar era que se dirigían a casa del mayor. Lo ultimo que esperaba cuando comenzó el día era que terminaría en casa de su jefe, su corazón le latía a mil por hora y en su mente todo estaba confundiéndolo, por más que trataba de concentrarse en conducir parecía que el destino quería que terminaran chochando debido a su nerviosismo.

Para su mala suerte, llegaron en poco tiempo a la casa del mayor. Casa... más bien mansión. Era enorme, tenía tres pisos y una puerta que parecía que un hombre de tres metros era el propietario.

Rubén estacionó y salió del vehículo, caminó hacia la puerta del copiloto para poder ayudar a Samuel a salir del auto, recibiendo débiles agradecimientos y disculpas del mismo. No podía mentir, su jefe pesaba mucho, y para los brazos de espagueti que tenía el pobre muchacho, se le estaba complicando el guiarlo a la puerta. Cuando se dio cuenta que su jefe intentaba no dejar caer tanto su peso, soltó un gruñido, haciendo que le castaño se soltara poco a poco.

- Entiendo que quieras ayudarme, pero tampoco quiero ser una molestia para ti -Samuel dijo, en su voz se notaba algo diferente, era como si ya no estuviera dirigiéndose al joven como su superior, si no como un viejo amigo-. Toca el timbre, mi ama de llaves debe de estar, ella podrá ayudarme.

- Estás bobo si crees que dejaré que una pobre señora cargue a un mastodonte como tú -Rubén se dio cuenta inmediatamente de lo que dijo ya que la expresión que Samuel había hecho en ese momento fue memorable-. Quiero decir... eres algo pesado para mí, imagínate para una mujer que no tiene la culpa de tu irresponsabilidad al no haberte quedado en casa.

El joven decidió callar. Parecía que cada que abría su boca empeoraba más la situación. Tocó el timbre y ambos se quedaron callados un momento hasta que Samuel rompió el silencio diciendo:

- En eso tienes razón, fue mi error -Rubén miró a su jefe, quien tenían los ojos cerrados, recargando su cuerpo en el del joven. Parecía exhausto y su ama de llaves estaba tardando en atender la puerta.

- Dame tus llaves, entraré a dejarte en tu habitación y me iré -dudoso, el mayor comenzó a buscar la llave en su bolsillo trasero del pantalón.

- No las encuentro -dijo mientras intentaba zafarce del agarre para poder buscar en el otro bolsillo.

- Déjame a mi -el menor acomodó el cuerpo de Samuel para que quedará frente a frente y tener las manos libres. Metió su mano en el bolsillo, nada, en el otro... tampoco. ¿Quizá en los de adelante? El mayor ya no sabía si el calor que sentía en las mejillas era debido a la fiebre o a la vergüenza que sentía. Finalmente las encontró en el bolsillo delantero izquierdo-. ¡Aquí están!

Volvió a tomar a Samuel por los hombros y entraron a la casa.

Los únicos colores que había eran morados y negro, como si las demás gamas de colores no existieran. A demás de que en el pasillo, lobby y escaleras había cuadros bastante egocéntricos para el gusto del pobre Rubén, quién intentaba que su sorpresa al ver el peculiar estilo de la mansión de su jefe no se le notara. Pero para su mala suerte es muy malo ocultando sus emociones.

✨ Destinados a ser uno ✨ RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora