1. El deseo de la abuela

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En la casa de la abuela Rita había un profundo silencio. Solo se oía el tenue piar de los pájaros que se colaban a través de las ventanas y el tic tac del reloj de pared que adornaba la sala de estar. Todo estaba tan sereno, que el único movimiento que podía percibirse era el de la brisa que hacía bailar ligeramente las cortinas.

De pronto, un sonido de llaves rompió la calma y la puerta se abrió con un fuerte chirrido.

-¡Lynita, Melinita!¡Llegué!-dijo Rita mientras entraba en la casa con las bolsas de las compras.

-¡¡¡Buuu!!!-gritaron Luna y Melina saliendo de un salto de sus escondites.

La anciana retrocedió por el susto y se cayó al suelo sin comprender qué sucedía, y las bolsas quedaron desparramadas por todo el pasillo principal de la casa.

-¡Mocosas insolentes! ¡¿Cómo se atreven a asustar a esta anciana de esa manera?!-chilló enfurecida la abuela, tratando de ponerse de pie-. Ahora me duele el trasero por su culpa.

-Perdón, abuela-se disculpó Lyna mientras trataba de ayudarla-. Queríamos hacerte una broma, no sabiamos que podías lastimarte.

Cuando lograron levantar a Rita del suelo, las chicas acomodaron las compras en silencio. La broma de asustarla se les había salido de control y habían llegado más lejos de lo que imaginaron.

Rita se acomodó los anteojos y observó a sus nietas, intentando enfocar la mirada lo máximo posible, a pesar de que su desgastada vista no le permitía hacerlo con claridad.

-Lynita, ¿por qué te convertiste en un pato?-pregunto algo confundida.

-¿Cómo "por qué"?-respondió Melina-. Hoy termina el festival, nos prometiste que íbamos a ir-le recordó.

-¡Ay, una caja que habla!-exclamó Rita sorprendida.

-Abuela, ¡soy Melina!-protestó la nieta menor.

El festival del pueblo de Tembleque era reconocido por su alegría y sus colores. Las pequeñas tiendas de venta de ropa o alimentos de otros países hasta lugares donde niños y adultos podían entretenerse viendo a artistas y magos. La principal atracción era, sin embargo, el pequeño parque de diversiones, con una montaña rusa y algunos juegos de habilidad.

Durante la semana del festival, todos los niños coreteaban por ahí vestidos con divertidos disfraces, y ese año era el primero en que las nietas de Rita decidían usar uno: Lyna se había vestido de pato mientras que Melina, que no había conseguido un traje que le gustara, decidió hacerse su propio disfraz haciendo huecos en una caja por los cuales pasar sus brazos, piernas y cabeza. Incluso había intentado vestir al Señor Pato con un disfraz de gallina, pero el animalito se había negado y picoteaba las manos de su dueña cada vez que trataba de vestirlo. Hasta que ella terminó por rendirse.

-¡Un momento, jovencitas!-interrumpió la anciana mientras sus nietas se preparaban para salir-. Yo no prometí nada.

-¡Si lo hiciste! Hace un mes nos dijiste que si nos portábamos bien, nos ibas a llevar-le recordó Melina, perdiendo la paciencia.

-Pero m'hijita, si no me acuerdo lo que hice hace diez minutos, ¿cómo me voy a acordar de algo hice hace tanto tiempo?- respondió la abuela, tratando de justificarse.

-¡Quéee penaaa! Porque en los puestos de antigüedades seguro hay chucharones- intervino Lyna.

Esas fueron las palabras mágicas. Rita tomó una de las mochilas y casi no le dio tiempo a Lyna de buscar al Señor Pato para llevarlo con ellas.
En unos segundos ya estaba en el jardín con el viejo trasto en marcha.

Una familia anormal *El misterio de la hechicera*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora