Su cabeza estaba ladeada hacia la derecha, sus ojos se movían desde sus pies encogidos contra la alfombra hasta su cabello corto ondulado y sus dientes torturaban con fuerza una de sus uñas hasta romperla. Sacudió su mano a un lado y un pedazo de uña saltó. Hizo una mueca al verla y se recordó que debía dejar su manía de morder sus uñas, no era higiénico.
Respiró hondo y volvió a observar la imagen que el reflejo del espejo le devolvía. Poseía grandes pestañas y ojos comunes color chocolate, pero hasta ahí llegaba lo positivo en su opinión. Tomando valor, subió a la báscula que estaba frente a ella y aguantó la respiración mientras la flecha se movía sin parar por unos segundos.
—Nada, ni un solo gramo —sollozó al ver el resultado que la báscula arrojó. En el fondo sabía que el resultado no sería diferente, no hacía ejercicio y aunque a veces lograba controlar su alimentación, otras veces simplemente... no podía—. Todo es mi culpa, no puedo, no soy capaz.
Lágrimas descendían por sus mejillas mientras volvía a mirar su reflejo, un tono de piel que delataba cuando estaba avergonzada, mejillas regordetas que aún le causaban ternura a la abuela, brazos tan anchos que al sacudirlos su piel se movía de manera flácida y piernas que al caminar y frotarse hacían que sus medias y jeans se rompieran.
—Llorar no soluciona nada, tonta —se dijo a sí misma, frunciendo el ceño y fijándose ahora en las imperfecciones de su rostro. Piel grasa a pesar del bonito clima lluvioso, escasas cejas y marcas de acné. Los cambios que había traído la aparición de su menstruación hace dos años habían logrado dar algo de forma a su cuerpo, pero de ninguna manera ayudaba con todo lo demás. La curva de su cintura se había acentuado un poco pero sus kilos de más la ocultaban y, aunado a su metro sesenta, todo eso la hacía objeto de miradas burlonas por los pasillos de la escuela y cuchicheos constantes acerca de su apariencia.
—Cariño, ¿estás lista? —dio un salto en su lugar al escuchar los toques en su puerta y se apresuró a colocarse su ropa.
—Sí, mamá, solo dame un segundo —respondió, cubriendo su torso en corpiño con una blusa de tirantes negra y encima su camiseta a cuadros, abrochando rápidamente los botones.
—Papá se fue ya, tenemos que darnos prisa a desayunar para dejarte de camino a mi trabajo —la voz de su madre se escuchaba amortiguada por estar detrás de la puerta, se escuchaba el rápido tecleo de su teléfono celular y sus tacones repiqueteando por el pasillo cuando se alejó.
—Ya lo sé, no hay necesidad de mencionarlo —espetó mientras intentaba subir con esfuerzo su jean por el obstáculo que eran sus amplias caderas.
Su madre solía decir que ella era hermosa, sin importar sus kilos de más, pero era algo ilógico que dijera eso cuando muchas veces la había escuchado quejarse de su propio peso y aun así ninguno, a excepción de su papá en algunas ocasiones, había intentado cambiar algo en su calidad de vida para sentirse mejor físicamente.
Su familia no ayudaba en nada a sus objetivos físicos.
(...)
—Vamos, Kaira, deja de quejarte de tu físico, ya te dije que eres muy bonita —dijo Tabatha, la única amiga que Kaira tenía en la escuela. Kaira no entendía como una chica tan extrovertida y bonita, en todo su estilo punk, podía ser su amiga. Agradecía infinitamente que se hubiera acercado a ella cuando nadie más lo había hecho. Por lo menos no lo habían hecho con una buena intención. Solo Tabatha había tenido verdaderas intenciones de conocerla y forjar una amistad.
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Irresistible Futuro (#2 Trilogía Vidas Tormentosas)
Romance¿Drogas? ¿Sexo? ¿Alcohol? ¿Fiestas?... ¿Más sexo? La respuesta es sí. Eso era lo que representaba a Jimmy Davis antes de que la mierda se moviera lo suficiente como para dejar una peste difícil de limpiar. Creía que vivir su día a día como si fuera...