Capítulo 2

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―¿Se puede saber qué coño te pasa? ¿Es que no sabes vigilar o qué?

―No, me faltan ojos en la cara. ¡No te jode!― chillo yo.

Que míster Ojos Azules sea el triple de grandote que yo y me saque tres cabezas, no hace que me eche para atrás, aunque él se piense que es el más malote de la vida y que nadie se le va a enfrentar porque todo el mundo le tiene miedo. Va listo si se piensa que yo soy uno de ellos.

―Vete a la mierda.― Y se va, enfadado y rabioso como una fiera.

Me quedo perpleja durante varios minutos. ¿De qué va? ¿Se piensa que me puede tratar de cualquier manera? ¿A mí? Este no sabe con quién a topado, pero tengo que encargarme de que se entere muy bien que a un imbécil como él se le planta cara.

Así que, como voy contentilla por un poco de exceso de alcohol (algo que ya estoy acostumbrada) me voy tras él abriéndome paso entre la multitud de manera bastante brusca mientras dejo a mis amigas perplejas sin saber qué narices está pasando. Y en cuanto le veo... Me lanzo encima dando un salto mortal.

―¿Pero se puede saber qué coño haces?― grita debajo de mí en el suelo.

No había planeado que tendría tanta fuerza como para tumbarle al suelo, pensaba que me cogería dándole un susto... no, en verdad me pensaba que se lo esperaría y me cogería. ¿Eso no suele pasar en las películas esas cursis? Vale, eso del alcohol no me sienta bien, lo veo más que nunca.

―¿Es que no tienes ninguna otra expresión a parte de decir qué coño?― me mira con enfado y no puedo evitar echarme a reír como una tonta.

La gente nos mira con la cara maliciosa por la simple razón que estemos cuerpo contra cuerpo, uno encima del otro en el suelo. ¿No tienen nada más en la cabeza? Además, ¿con él? Ni con la trompa que llevo encima lo haría, así que imagínate cuando sea responsable de mis actos, no lo tocaría ni con un palo.

Me levanto con torpeza y todo me da vueltas. ¿El jardín estaba por allí... o por allá? Porque por las escaleras seguro que no, ¿verdad?

―¿Y vosotros qué miráis? ¿Es que no tenéis nada mejor que hacer?― Pego un salto por culpa de su voz tan grave y ronca. Podría avisar que iba a hablar.

Antes de que él pueda hacer un simple movimiento, me tiro el pelo hacia atrás y me echo a andar dirigiéndome hacia el jardín, eso si he cogido la dirección correcta y no me voy Dios sabe donde.

Vaya espectáculo. ¿Por qué me da la sensación que si no estuviera como estoy me habría hecho bastante corte esa situación de hace tan solo unos segundos? Si en verdad, todo el mundo sabe lo sinvergüenza que soy.

Pensando en mis tonterías casi me como a un ventanal de cristal, la cosa más tonta que hemos hecho los seres humanos, puertas de cristal para darnos porrazos cuando no los veamos.

Piensas que está abierta la puerta al poder ver todo lo que hay detrás de ella y vas tranquilamente hacia ella cuando ¡PUM!, te das un golpe mortal (mi exageración es exagerada... ¡venga ya! Tengo que dejar de tomar alcohol, eso me lo apunto en la lista de las cosas que tengo que dejar de hacer pero que seguiré haciendo igualmente) y te quedas medio tonta (más de lo que podías ser antes) porque la puerta que tú habías pensado que estaba abierta, en realidad estaba cerrada. Por lo tanto, ¿qué gracia tiene romperte la cara con una puerta que a veces ni distingues? Perdón, me olvidaba de la estética.

Ricos tenían que ser.

Me paro un momento por el cansancio al haber hecho... ¿qué? ¿Diez pasos? En fin, me aguanto a un chico cualquiera que tengo delante cuando pienso que voy a echarlo todo fuera, pero parece ser que no. Le doy dos golpecitos en el hombro y sigo andando hasta reencontrarme con mi grupo, que no es que hayan bebido mucho menos que yo.

Nadie como tú.Where stories live. Discover now