S E I S

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RUUD

12 Jul. 2019

Dos días.

Dos malditos días sin saber nada de ella.

Intenté llamarla pero su teléfono me envía directo a la contestadora. Sin contar que no ha asistido a clase los dos últimos días.

El jueves, cuando me dio ese ataque de pánico desperté en la enfermería de Boudewijn. No supe quién me había trasladado hasta ahí, o quién me había encontrado inconsciente, lo cierto es que no tuve ánimos de siquiera preguntarlo. Después de las observaciones y charlas acerca de cuán importante es que tome la medicación por parte de la enfermera pude irme a mi casa; en la que no había rastro de Ria, por lo que supuse que estaría haciendo actividades extracurriculares.

Hoy viernes, sigo sin saber nada de Yani. Con los nervios a flor de piel después de ese mal sueño, y con la tentación de conseguir su dirección de domicilio y pasarme por allá de casualidad.

Así me encuentro, dando pena ajena. Descartando una y otra vez mis absurdas ideas que me pintan como alguien paranoico y desesperado, cosa que no va conmigo en absoluto.

Suspiro con cansancio mientras me dirijo al único lugar que me trae paz, al único lugar que es capaz de poder distraerme de verdad: La biblioteca.

Tengo que adelantar un par de trabajos que he atrasado y en los que me he olvidado por culpa de todo este desorden mental que no me trae más que ansiedad.

Una vez en la biblioteca, voy a la estantería donde sé que encontrare los libros que necesito para adelantar mis trabajos, obtengo tres de los que estoy seguro me servirán de algo y procedo a tomar asiento en una de las mesas más alejadas de las personas que habitan en el lugar. Saco de mi mochila unas hojas blancas y un bolígrafo para mis apuntes y observaciones.

Paso un largo rato estudiando y memorizando algunos puntos para mi próximo examen y futuros contenidos que me ayudarán a no estar perdido en clase a la hora de la explicación del docente cuando unos gruesos libros caen sobre mi mesa estrepitosamente, rompiendo así mi concentración. Levanto la mirada lentamente, dando con una cría con un ridículo color de pelo; ella pasa una mano para despejarlo de su rostro y unos ojos cafés me observan con diversión, procede a sentarse lentamente frente a mí como si le diera permiso a invadir mi espacio personal. Una sonrisa dándola por parecida al mismísimo demonio surca su pálido rostro.

Decidido a ignorarla me hago con el libro que aún sostengo en mis manos y busco el párrafo en el que me he quedado antes de que perturbaran mi estancia. Un carraspeo proveniente de la recién llegada intenta llamar mi atención. La sigo ignorando deliberadamente como si no hubiera nadie frente a mí. No tengo ganas de socializar, de hecho, nunca tengo ganas de hacerlo.

-¿Y Yani? -Pregunta casualmente, puedo percibir un deje de diversión a tal pregunta. Ese nombre hace que baje el libro que sostengo y lo deje cerrado sobre la mesa, entrecierro los ojos observando cada una de sus expresiones. Esa sonrisa cargada de malicia no abandona en ningún momento su rostro.

Su atención pasa de mí para inspeccionar sus alrededores. -No la veo por ningún lado. -Dice, haciéndose la desentendida.

Vuelve a dirigirme su atención con una ceja alzada.

Mantengo una expresión imperturbable, no hago ningún movimiento, sólo me dedico a observar los suyos. Dándome cuenta de que su confianza y seguridad al hablarme no la abandona, ni la abandonará.

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2022 ⏰

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