Miércoles, 17 de octubre de 2017Si existía algo que Jayllie odiara más que llegar a su casa después de un entretenido día de escuela, era llegar a casa los miércoles.
Esos días en particular eran lo peor de su semana, de su año, de su vida. Cualquier niño se emocionaría, porque un miércoles representa la mitad de la semana, más cerca del fin de semana, descanso de la escuela, en fin. Habría que hacer énfasis en que ella no era como los demás niños.
Por lo general, al llegar a casa un día cualquiera significaría silencio, su madre probablemente limpiando cualquier lugar que estuviese imaginariamente sucio. Pero los terceros días de la semana significaban que cuando ella entrara por esa puerta, su padre estaría esperándola sentado en la sala de estar, viendo televisión y con su típica botella de quién sabe qué en su mano.
Ella trataría de entrar lo más sigilosamente posible, siendo precavida de no tropezar o tirar algún objeto, evitando que su padre enfurezca.
Casi siempre lo lograba.
Pero nada pudo hacer ese día cuando, justamente al entrar a la casa, su pie empujó levemente el perchero, que normalmente se encontraba a un lado de la puerta, haciéndolo caer. No entendía por qué estaba esa cosa estorbando en la entrada, no se le otorgó tiempo de siquiera preguntárselo.
Su monstruo personal ya sé encontraba de pie, su rostro no se mostraba para nada contento. Nunca lo estaba.
-Maldita mocosa, ¿que no te cansas de hacer estupideces?- Su tono furioso la hizo temblar levemente.
No encontró su voz para decir "lo siento", así que agachó la mirada para darle a entender a su padre que lo lamentaba.
Pero eso no era suficiente para el señor Honner. Nunca lo era.
El hombre la tomó del brazo con fuerza, clavándole las yemas de los dedos en su frágil piel. Estaba segura de que luego de eso quedaría una fea marca. No pudo seguir pensando en cómo se vería su brazo luego, porque su padre la arrojó al suelo con brusquedad, lastimando su espalda con la caída.
-Parece que nunca aprendes a comportarte. Una jodida buena suerte que estoy aquí para enseñarte.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Una vez más, se preguntó silenciosamente qué había hecho mal para tener un padre como ese.
~•~
Sesenta y cinco. Sesenta y seis. Sesenta y siete. Sesenta y ocho.
¿Por qué siquiera estaba contando las líneas que decoraban la pared de su habitación? A veces tenía miedo del aburrimiento que lograba poseerlo.
Pero no podían culparlo cuando esa tarde de miércoles estaba siendo la más aburrida de todas. No tenía nada que hacer más que estar acostado en el suelo de su alcoba contando cada cosa.
La televisión estaba descartada, sólo había una en su casa y ésta estaba siendo acaparada por su madre viendo a, según ella, su novio. ¿Por qué rayos existían las telenovelas y por qué rayos aparecían en su televisión? Se decía a sí mismo que cuando fuera grande, se encargaría de demandar a la empresa de telenovelas.
Una segunda opción era su hermana, pero ella se encontraba entretenida leyendo en su habitación, y estaba súper descartado ir a interrumpirla. Cuando alguien la molestaba mientras estaba leyendo se enfurecía tanto que daba miedo. Y Adam apreciaba su triste vida.
Su tercera opción era su pequeña mascota, Trevor. Pero el minino al parecer había desaparecido, con eso de que lo dejaban salir a sus anchas para que estirara las patas. Así que jugar con su gatito estaba tan descartado como las opciones anteriores.
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Tenemos historia, Jayllie
Short StoryCada cabeza es un mundo maravilloso por conocer y explorar. Las más grandes mentes pertenecían a grandes personas, con la inteligencia que todos desean y con una humanidad que a casi todos les falta. Adam West sabía que no importaba cuánto conocimi...