Prólogo

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Viernes, 5 de junio de 1998

El susurro tenue del viento, los calientes rayos del sol, el estruendoso sonido de las risas infantiles. Podía percibir esas sencillas cosas aún con los ojos cerrados.

Una de sus manos acariciaba con suavidad su abultado vientre. La otra, sostenía con fuerza aquella bolsa que deseaba arrojar a lo más profundo del océano. Deseaba desaparecerla.

No entendía muchas cosas, pero sabía que después de dos semanas su situación sería completamente diferente, y no quería llegar a ello. Pero a la vez si.

Extraño, ¿no?

Cuando sintió una presencia sentarse a su lado, no necesitó abrir sus orbes para reconocer a la persona que la acompañaba. Su dulce olor a margaritas, canela y café. Era tan familiar que deseaba poder capturar esa esencia en su memoria por siempre.

-Es un día hermoso, ¿no, linda?- Escuchó a la anciana preguntar.

-Es maravilloso.- Con una sonrisa, abrió los ojos y la observó.

Sus ojos azules, pequeños, pero llenos de recuerdos, tan aventureros y emocionales, rodeados de pequeñas arrugas que contaban historias. Mismas que se esparcían por su cuerpo, mostrando el paso del tiempo en su persona. Esa mañana llevaba el cabello recogido, nunca le había gustado soltarlo.

Su cabello. Tintado de gris natural, aunque antes era de un brillante color dorado. Sabía que esa mujer debía haber sido hermosa en su época, y aún lo era. La vida y el tiempo se encargaron de hacer estragos en su cuerpo pero era visible que de joven había robado millones de corazones con sólo una mirada.

-No tienes que quedarte. No tienen que quedarse. Ellos no deberían imponer tanto miedo en tí de esa manera, cariño.- Le habló con una dulzura que estuvo a punto de convencerla.

Pero sabía que no había mucho que hacer, la felicidad no era para ella.

-Lo sé. Sé que no es la mejor decisión. Pero no puedo irme así nada más. Ellos me buscarán, no pararán hasta encontrarnos. Y sé que no tendrán piedad. Nunca la han tenido. -Su vista se empañó, odiaba llorar frente a esa dulce mujer. Odiaba llorar frente a alguien.- Tengo que quedarme.

Escuchó un suspiro de su parte. Sabía que no estaba de acuerdo con su decisión. Pero, ¿qué más podía hacer? No tenía más opciones. No tenía los medios. No tenía nada.

Nada más que aquella criaturita dentro de sí. La sintió moverse. Últimamente estaba muy inquieta, no faltaba mucho para que conociera el mundo.

Al horrible mundo al que estaba destinada a llegar. No quería eso para su bebé, pero no tenía alternativas. Si decía algo, no tendría dónde quedarse. Igual le quitarían a su nena. Prefería quedarse en un lugar donde no fuera feliz, pero donde la tendría a ella. A estar en un lugar mejor, pero sin su pequeña luz.

La anciana a su lado sólo tomó su mano, apretó fuerte, y acaricio el dorso con su pulgar. Sabía que tenía su apoyo incondicional en cualquier decisión que tomase, sea buena o mala.

Siempre estaría agradecida de tenerla en su vida. Por más sucia y agonizante que fuera.

Por eso, esa mañana... Esa cálida, brillante y soleada mañana, se dijo a sí misma que lucharía para que en un futuro su niña fuera feliz. Para que lograra escapar, que lograra sentir el bien del mundo, a pesar de conocer el mal desde nacimiento.

Se prometió a si misma, que no se rendiría hasta lograrlo. Haría su mejor esfuerzo.

Tenemos historia, JayllieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora