Capítulo único

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Las alas nos regresarán a casa,
no importa cuan profunda sea la caída.

La perdida nos arrebata la virtud
y nos deja secos, tormentosos,
el llanto sagrado evaporándose con la existencia.

Ahora gritamos, entumecidos,
somos seres divinos
y si no dejamos de ser ángeles,
¿por qué no me siento bienvenido?

*

Cuando Crowley lo besa, Aziraphale no está seguro de tener los pies en el cielo.

Apenas es capaz de notar que nadie los está observando. Le inquieta que la mirada de los ángeles pase de ellos, como si no existieran, como si su destino estuviera a millones de kilómetros bajo las estrellas (y no aquí). Es el cielo, es su mente, es el paraíso. Es Crowley en un jardín con nubes altas o una iglesia hecha de escombros. Es Crowley y a Aziraphale le asalta el pensamiento de gratitud. Quiere decir "Gracias al señor", pero él le roba el pensamiento incluso antes de que salga en forma de ruego.

No recuerda cuál era su nombre, no recuerda quién era Crowley, antes de caer; pero están en el cielo y su cabello vuelve a ser largo y brillante y el tiempo se desdibuja en parpadeos eternos. "¿Quién eras?", se pregunta. "¿Quién eras, querido?".

La mañana es fresca y dura lo que Zira denomina el tiempo perfecto. Si hay un libro, si hay un té, si Crowley se enreda en su pierna izquierda mientras él lee en voz alta. Estamos en el cielo, piensa. Crowley le muerde y la visión le hace saltar.

—¿El cielo por cinco minutos? —inquiere Crowley lamiendo donde los colmillos acaban de marcar—. Tienes que dejar de llevarnos al cielo, ángel, o terminaremos pagando renta.

Zira mira al frente y hace un mohín, antes de mirar al demonio sobre su cama.

—O peor, Gabriel nos mandará al infierno —bromea y le brillan los ojos al imaginarse al arcángel, pero su sonrisa decae cuando ve el semblante serio de su novio.

—Dije que no quería regresar.

—Lo dijiste, querido. —Zira toma a Crowley por la barbilla—. ¿Crees que dejamos de ser ángeles?

Crowley sabe lo qué quiere decir. Que su naturaleza va más allá de la caída y que su gracia, aunque corructa, está arraigada a su alma. Pero no está tan seguro tras la caída y debes en cuando, en el cielo, no se siente recibido. Lo que tiene sentido, aunque Dios esté ahí y la reciba cada que puede. Hay algo de duda entre tanta piel y plumas. Crowley se encoge cuando piensa en ello. Algo se abre- una herida. El alma de un inefable.

Aziraphale lo ve abrir los ojos y reír hasta que su lengua no es más la humana.

—¡Aziraphale! —sisea—. ¡Ángel, no!

Crowley se levanta, medio riendo, se apoya en los hombros contrarios y, antes de dejarse caer, murmura su nombre y Aziraphale no tiene tiempo para responder cuando Crowley le calla. Hasta que son las ocho, hasta que dos seres sobrenaturales yacen contra la cama, desnudos o enteros. Puros o inefables.

El tiempo es un niño que empieza con J. Y cuando la primera torre cae, en el año 2500, Crowley besa a Aziraphale y sus pies tocan la Tierra. Ellos recojen los cimientos.

"¿Cuál era tu nombre, querido?".

¿Y si dejamos de ser ángeles?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora