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Estaba sentada en el mismo sofá viejo que tenía desde pequeña, lo hacía cada vez que tenía que ir a una de las fiestas de beneficencia de las amigas de mi madre. Se había vuelto monótono, por lo menos cuatro veces al año asistía desde que tenía uso de razón, pero para mi mala suerte mi madre solo se conseguía de esas amigas para las apariencias, mujeres vanidosas que amaban el dinero.

No podría decir que era de las chicas ricachonas que preferirían ser de la clase media, yo amaba ser rica, tener millares de ropa de diseñadores reconocidos, piezas únicas, que habían hecho para mí. Me gustaba tener dinero, demasiado, pero creo que igual estaría cómoda sin todo eso o con ello, pero no me molestaba tenerlo. Esa noche en particular no sentía ganas de ir, había tenido un día muy molesto debido a la carta que me restaba cuatro puntos en disciplina, la prefecta Richardson me había pillado fumándome un cigarrillo en el receso con Caroline, mi mejor amiga desde siempre, pero como ella no fuma no le fue tan mal como a mí. Caroline es de esas chicas buenas e inteligentes, pertenecía a la familia Frenklon, una familia muy estricta para mi gusto, pero bien acomodada como la mía, digo si no fuera así no podría pagarse este instituto elite. Cuando la conocí francamente me acerque a ella porque en realidad, no tenía muchos amigos, ella era muy linda, un poco mas bajita que yo, cabello dorado y unos ojos cafés obscuros que parecían negros, cara larga y muy delgada parecía de esas chicas modelos populares, pero, siempre estaba sola así que nos unimos, como si no hubiera más remedio. De ahí nació una amistad que jamás había tenido, así que fue cosa del destino. Ya habían pasado las ocho de la noche, sabía que mi madre no tardaría en venir a mi habitación y llevarme hacia la sala de estar a esperar a Cody, el Mayordomo de la familia, un hombre que no pasaba de los cuarenta y pocos, era de estatura media y tenía el cabello mas plateado que castaño, con unos ojos color avellana que eran muy dulces para alguien tan serio. Y no me equivoque en la predicción, mi madre llego a mi habitación justo a tiempo un poco acelerada.

-¿Qué no piensas bajar nunca?- dijo mientras se colocaba el ultimo pendiente de brillantes que hacía tiempo no usaba. Mi madre era aun muy bella a pesar de su edad que no pasaba de los cincuenta, tenía una cabellera negra recogida en un moño de bailarina, unos ojos verdes gigantes que maldecía por no haberlos heredado, y un vestido color ciruela largo que descubría un hombro, muy sencillo para pertenecer a

al closet de mi madre. -Claro, solo que no decido que vestido ponerme, ¿es demasiado formal? – Era obvio que si, no quería asistir a semejante fiesta con este estado de ánimo. Además era como una patada en el hígado ver a los niños de papi presumiendo sus propiedades con esos trajes Armani de mal gusto para mí. - Si le dijera a Katerina lo que acabas de preguntar se ofendería muchísimo, es de etiqueta Holly siempre lo es. – Odiaba que fuera tan desconsiderada con migo, nunca me hacía caso en lo que en realidad quería hacer, siempre cumpliendo los sueños frustrados de mi madre, si no era ir a la opera con esos estúpidos antifaces eran estas reuniones de gente sofisticada. -Vale que ya voy. Al final termine eligiendo el vestido que mi madre quiso como siempre. Era un vestido esplendido, de trazo largo que se arrastraba un poco al caminar, con escote de corazón, que combine con unas zapatillas sencillas de color negro que me obsequio el año pasado por mi graduación de la secundaria mi diseñador favorito, Deller Buttom, uno de mis favoritos. Como siempre había que lucir joyas utilice una gargantilla de pequeños diamantes que lucía muy bien ya que mis hombros iban desnudos. Llegamos las dos con nuestros codos entrelazados con los de mi padre, que presumía sus dos grandes tesoros. Me arrepentía de haber optado por llevar mis rizos negros sueltos que me llegaban un poco antes del codo, hacía un calor como el infierno.

La noche no se animaba nada, siempre era lo mismo, saludar a la bola de víboras venenosas de siempre, esas amigas de mi madre que tan mal me caían y a los socios veteranos de mi padre, que me hacían pensar cada vez que los veía *¿Por qué no se jubilan de una maldita vez?* pero al final pude escaparme para fumarme unos de mis cigarrillos favoritos. Me sentó de maravilla respirar un aire sin olor a perfume rancio para ancianos que usaban todos los de dentro. La primera inhalación de mi cigarrillo y ya no pude detenerme, no sé cuantos fume antes de que viera un grupo de los chicos elite del colegio jugueteando por ahí. Siempre cuando ya estaban un poco pasados de copas salían y hacían ese tipo de estupideces que hacen los ebrios, gritaban y soltaban carcajadas guturales de chicos arrogantes. Decidí ignorarlos y terminar este cigarrillo antes de entrar otra vez. Llevaba medio cigarrillo cuando un chico lanzo una botella de cerveza que cayó en mi

cabeza y por supuesto que al impacto de hizo trizas. Caí de rodillas y el líquido tibio recorrió mi cuello a toda velocidad hasta llegar a mi vestido, genial. -¡Miren mamarrachos que le he dado!- Al escuchar esa voz supe de quien era. Rossati, Russell Rossati. Un chico que ni como enemigo quería, tanto me repugnaba ese tipo que molestaba a los más débiles del instituto, de esos que solo ataca en bola, que se ven en las películas solo que peor, el aprovechaba que su familia superaba el status de riqueza que podría tenerse para hundir a los demás, cuando algo no le parecía de los demás solo tenía que hacer un chasquido con los dedos para derrumbarlos. Siempre le llovían las chicas mas lindas del instituto gracias a que era atractivo, pero él nunca se intereso en alguna siempre las humillaba diciéndoles lo mujerzuelas que eran o que eran muy horrendas para él. Con su uno noventa de altura, piel ligeramente bronceada, cejas gruesas y definidas, cabello y ojos castaños, espalda en forma de triangulo invertido, brazos con unos músculos naturales que no eran de un gimnasio exclusivo como se esperaba, pero sobre todo tenía ese aire de superioridad, que hacía pensar a todo el mundo que nadie lo merecía. Que nadie estaba a su alcance. Era frio y calculador sin escrúpulos. Por eso no me extraño que me lanzara la botella, pero se la había lanzado a la persona equivocada. -Con que jugando a tira y atina ¿he? ¿Qué? ¿Me has visto cara de esos muñequitos a los que tiras con el rifle de copas? ¡Marica!- Al momento de terminar supe que hubiera sido menos maléfica la consecuencia si solo me hubiera ido sin decir nada. Pero no podía dejarlo hacer lo que a él se le antojara con migo. Nadie se mete conmigo. -¿Así que soy un marica?- Comenzó a reírse como loco borracho, pero después su rostro se ensombreció- Ven a decírmelo aquí abajo. Desee retroceder el tiempo y habérmelo pensado mejor, pero como no había vuelta atrás tome uno de los fragmentos de la botella rota y baje rápidamente del balcón hacia él y sus amigos que se inmutaron ante mi semejante falta de respeto, por supuesto. Cuando estuve frente a él inspire muy hondo y retuve el aire ante la figura que me miraba con impotencia, la barbilla levantada que utilizaba para intimidar me causo un ligero escalofrió que trate que él no notase. -Marica, eso eres, aparte un hijo de puta, cobarde, debilucho y un desvergonzado- Hubo un momento de silencio por su parte, luego su rostro mostro una sonrisa torcida. -Que valor… ¿Sabes? Mis amigos y yo te mostraremos un poquito de respeto que en casa al parecer no te dieron. –Hizo un gesto con la cabeza a sus amigos que se

sobresaltaron, preguntándose a que se refería con aquella orden. - ¡¿Qué demonios esperan?! Sus amigos lo miraron con ojos como platos hasta que uno de ellos se atrevió a hablar. Gill Stanley. Uno de los chicos mas mujeriegos y perversos que había en la faz de la tierra. Era un poco más bajo que Russell pero más fornido, gracias a tres horas de gimnasio diarias. -Espera hombre, no esperaras que le demos una paliza, es una chica. -No imbécil, quiero que la lleven a la enfermería a que le curen esa herida.- Por el tono en que lo dijo no era más que sarcasmo, que al parecer Gill no noto. -Vaya que alivio porque de no haber sido así sería un poco vergon…- Pronto se vio interrumpido por los gritos de Russell estresados por el poco sentido común de Gil. -¡He dicho que le enseñen modales!-Las venas de su cuello saltaron al estirarse tanto. Me recorrió el miedo por todo el cuerpo, mi existencia desapercibida en el colegio para no sufrir de acoso como los demás había sido descubierta gracias a no saber guardar silencio, cuando debía. Pero no podía dejar que me humillaran de tal manera, era una chica y por lo tanto tenían que respetarme, la culpa no había sido mía, así que que más daba si lo retaba un poco más. -¿Qué? Ja, está claro, era de esperarse no sabes ni dar una bofetada, por eso tus “amiguitos” hacen estos trabajitos por ti, qué vergüenza.-Esto era excitante, al fin se haría justicia por todos aquellos a los que les había arruinado la vida. Su rostro se puso pálido, era obvio que lo estaba ridiculizando y no sabía qué hacer al respecto. -Muchachos creo que pensándolo mejor, me encargare yo, Ándense.-Sus amigos se quedaron estáticos, como si hubieran visto un fantasma. -Russell, no estarás hablando en serio.- Repuso Gil de nuevo que era el único que se atrevía a contradecirlo. -¡Que se anden joder!- Ese grito me sobresalto, y a los pobres no les quedo más remedio que irse. Era el fin de mi dignidad iba a ser golpeada por un chico. El peor chico del mundo, era un chico, porque un hombre ni si quiera pensaría en lanzarme una botella a la cabeza.

-No te tengo miedo pedazo de cretino, puedes golpearme cuando quieras, a no ser que mejor vayas a tomarme por el pelo, ya que no sabes golpear. -¿Estas loca? No me rebajare a tocar a una mujer -Volvió a adoptar ese gesto de barbilla levantada, pero no logro intimidarme. -Pero si obligarías a tus amigos, ¿no? -Te veré el lunes, Holly Saxton.- Me sonrió por última vez, antes de darse la vuelta e irse, una sonrisa radiante que me saco de orbitas, ¿cómo podía ser tan cínico? En cuestión de segundos se perdió entre la obscuridad del extenso jardín que creo, conocía como la palma de su mano, solo quería irme a casa y llorar, pero eso no me salvaría de lo que me esperaba el lunes por la mañana.

I'm not sorry I met you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora