t r e c e

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Maia miró a su alrededor, frente a ella estaba la increíble mansión presidencial decorada con luces de diferentes tonos, además de flores de todos los colores

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Maia miró a su alrededor, frente a ella estaba la increíble mansión presidencial decorada con luces de diferentes tonos, además de flores de todos los colores.

Finnick y Hada estaban a su lado, ambos sonrientes, el primero porque se había convertido en un actor increíble, Hada simplemente estaba feliz de poder disfrutar de la cena en honor a Maia.

La gira que había hecho por los Distritos, tal como lo había previsto, había sido un desastre. Todos la odiaban, aunque eso no la hizo sentir mal ni tampoco la sorprendió, los vencedores eran personas odiadas entre los Distritos y cómo no iban a hacerlo, gracias a ellos habían muerto personas que ellos querían. No obstante, era otra forma que el Capitolio tenía de dirigir el odio y la atención hacia alguien que no fuera el presidente Snow; odiaban a los vencedores por creerlos culpables cuando era Snow quien estaba detrás de todo. Un vencedor sólo había hecho lo que tenía que hacer.

Maia llevaba un vestido rojo de manga larga con escote tanto en el pecho como en la espalda, la prenda era ajustada con una apertura hasta el muslo, permitiendo ver su pierna derecha cada que caminaba.

Hada se había empeñado en presentarla a todos los ciudadanos importantes, Maia no recordaba ni sus nombres ni su rostro, todos lucían iguales: piel blanca, cabello y ropa de diferentes colores, tan chillones y extravagantes que dolían los ojos de sólo verlos.

—Ella es Maxime —presentó Hada, refiriéndose a una mujer que parecía un gato.

Maia sintió cómo se rompía algo dentro de ella, no pudo evitar recordar a Max... él la había salvado y dado su vida por Thomas, debió ser él quien estuviera ahí saludando a gente importante.

Tragó saliva antes de sonreír para tomarle la mano a Maxime, quien la miraba curiosa.

Hada se alejó al cabo de unos segundos al ver a un hombre de cabello verde, Maia sonrió, quizá le gustara a Hada. Se preguntó cómo sería Hada en una relación, con sus modales exagerados y su forma ridícula de ser; soltó una ligera risa de sólo pensarlo.

—Desde que te vi llamaste mi atención —dijo la mujer recorriéndola con la mirada.

Maia sonrió a medias, sabía que ese comentario no era inocente.

—Suelo tener ese efecto en las personas —respondió Maia arrogante.

La mujer sonrió, mostrando unos dientes afilados. La chica recordó a Enobaria, una de las vencedoras del Distrito 2, quien se había afilado los dientes. Un escalofrío la recorrió de sólo pensarlo.

—Qué seguridad —elogió la mujer antes de darle un trago a su bebida—. Y cuéntame, Maia, ¿vienes sola?

Maia se relamió los labios para después mirar nerviosa a su alrededor, necesitaba huir de ahí.

—Está conmigo —dijo Finnick, apareciendo de pronto y rodeándola por los hombros.

La chica intentó sonreír, no sabía quién la incomodaba más, si Finnick o la mujer gato.

—Ya veo —dijo la mujer, fulminando a Finnick con la mirada.

—Si nos disculpas.

Finnick guió a Maia lejos de ahí, la castaña simplemente le agradeció con la mirada.

—Esta gente está loca, Maia —susurró Finnick en su oído—. No dudarán un solo segundo en ponerte el dedo encima. Mantente cerca de mí.

Maia rodó los ojos.

—Puedo cuidarme sola.

—Sé que puedes hacerlo, pero conociéndote podrías clavarle un tenedor a cualquiera que te haga enfadar. Los estoy cuidando a ellos.

La chica sonrió a medias, sabía que Finnick tenía razón, pero eso no le quitaba que lo odiaba. De cualquier manera, de nada serviría intentar alejarse, ambos eran vencedores, los únicos del Distrito 4 que seguían siendo rentables. Annie estaba trastornada y Mags era demasiado vieja para esas cosas, eso sólo los dejaba a ellos dos. Maia nunca se libraría de Finnick.

Caminaron un rato alrededor de la fiesta, la gente del Capitolio no paraba de acercarse y saludarlos, ahí eran toda una celebridad.

—Señorita Cresta —saludó el presidente Snow—. Permítame un baile.

La chica sintió a Finnick tensarse a su lado, ella misma también lo había hecho. Tardó unos segundos antes de tomar la mano del presidente, quien la guió a una enorme pista de baile con luces cegadoras.

Los invitados los miraron curiosos, algunos cuchicheaban y otros simplemente los miraban con una sonrisa, Maia volvía a dar un espectáculo.

—Debo decirlo, señorita Cresta, nunca había conocido a alguien como usted.

Maia sonrió.

—¿Debería sentirme especial? —preguntó la chica mientras Snow le daba una vuelta.

—Oh, no, yo no dije eso. No creo que usted tenga nada de especial, creo que es un obstáculo para todo el mundo.

La chica encarnó la ceja.

—La he estado observando —admitió Snow—, carece de respeto por absolutamente todo.

—¿Y eso le molesta, presidente Snow? —preguntó, sonriendo ladinamente.

—En lo absoluto, nuestros intereses acabarán por coincidir, se lo prometo.

—No lo creo. Verá, presidente Snow, yo no tengo intereses. Usted acabó con ellos al enviarme a esa arena.

El presidente la miró sonriente.

—Está equivocada, señorita Cresta, la arena no cambia a las personas sólo saca a relucir lo que en realidad son. Y usted es como una tormenta, feroz e incontrolable, además de impulsiva.

Maia sonrió.

—Hay cosas que están mejor encerradas bajo llave, presidente Snow.

El hombre asintió esbozando una ligera sonrisa.

—No podría estar más de acuerdo.

El presidente Snow le dio una vuelta y Maia acabó en los brazos de Finnick quien al instante la acercó tanto que sus cuerpos quedaron casi pegados.

—¿Qué te dijo? —preguntó muy cerca de su oído.

Maia se estremeció, odiaba esa costumbre de Finnick de hablarle tan cerca del oído, cada vez que lo hacía un escalofrío la recorría.

—Dijo que soy como una tormenta.

Finnick sonrió pasándole una mano por el cabello.

—Creo que no hay mejor forma de describirte.




Gracias por sus votos y comentarios<33, está por comenzar el Vasallaje y las cosas se pondrán más interesantes.

shadow || finnick odairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora