q u i n c e (e2)

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Capítulo subido de tono, leer bajo su propia consideración.


Al cabo de seis días, Maia y Finnick fueron solicitados en el Capitolio y, como siempre, los acompañó Hada. El viaje en tren había sido casi insoportable, a leguas se notaba la tensión que existía entre el rubio y Maia, quien evitaba mirarlo a toda costa, tampoco le dirigía la palabra y mucho menos se veía dispuesta a actuar.

Ese día tenían una cena con una pareja del Capitolio, quienes los adoraban, en especial a Finnick, ya que, de los dos, era el único que se molestaba en seguir el guión; Maia era grosera y hostil, solamente la soportaban por su belleza y porque dos eran mejor que uno.

Las siguientes horas fueron propiedad de los estilistas, quienes se encargaron de dejarlos irreconocibles: Finnick utilizaba una camisa blanca con los primeros tres botones abiertos, dejando ver parte de su pecho, llevaba unos pantalones negros y zapatos de vestir, lucía unos años mayor de lo que en realidad era. En cambio, Maia utilizaba un vestido azul marino con la parte de enfrente corta y la parte trasera con una especie de capa; el vestido se le ceñía en la cintura y habían aumentado sus pechos por medio de un corset. Llevaba el cabello suelto y perfectamente peinado, la habían maquillado con sombras oscuras, contrastando con el color de su piel y haciendo resaltar sus ojos.

Aunque lucía guapísima, Finnick pudo notar lo incómoda que estaba, mantenía la mirada al frente, evitando mirar a sus acompañantes en un intento vano de ocultar su sentir.

Los trasladaron a la casa de los "compradores" de esa noche, la cual estaba a unos quince minutos de donde se encontraban. El camino fue en silencio, solamente estaban ellos dos sentados en la parte trasera del auto.

—¿Maia? —preguntó Finnick al ver que los ojos de la chica se habían cristalizado.

La castaña se sobresaltó y lo miró por unos segundos, dejando ver lo afligida que lucía.

—¿Estás bien? —preguntó el rubio a lo que la chica asintió—. No sé por qué insistes en mentirme, May.

La mencionada cerró los ojos y respiró con fuerza, Finnick sabía que lo hacía para calmarse.

—No quiero hacerlo —murmuró y el rubio pudo notar que su voz estaba por quebrarse.

Finnick sintió el impulso de abrazarla y sacarla de ahí, de alejarla de todo eso, de llevársela a cualquier otra parte y borrarle la memoria, sólo deseaba poder quitarle todas las cicatrices.

Cuando vio que Maia estaba a punto de llorar la tomó del rostro e hizo que lo mirara.

—Todo va a estar bien, May —dijo en voz baja—. En todo momento estaré contigo, mírame a mí, ¿de acuerdo?

La castaña asintió, mordiéndose el labio mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, Finnick sintió cómo se le rompía el corazón mientras le limpiaba las lágrimas.

A diferencia de Maia, él llevaba seis años siendo parte de la vida del Capitolio y había aprendido a sobrellevarlo, no diría que con éxito pero algo era algo. Maia apenas cumpliría un año y aún sufría cada vez que los invitaban a "cenar", algunas veces lograba fingir mejor, otras se encerraba en el baño hasta que llegaba la hora de irse, Finnick sabía que lo hacía para llorar y se odiaba por no poder ayudarla. Sabía que nunca se haría más fácil, siempre serían los juguetes y medios de entretenimiento de una sociedad enferma, su única esperanza era envejecer pronto o que llegara alguien nuevo, más atractivo y deseable.

—Seré yo quien esté contigo, ¿está bien? —preguntó y vio a Maia tensarse—. Sé lo mal que suena esto, May, pero para que nadie te toque tendré que hacerlo yo.

shadow || finnick odairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora