Chocolate blanco

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9:45 a.m

Mismo lugar, misma melodía, el más joven de la casa escuchaba atento al moreno, por el momento no había clientes, así que podía permitirse ese momento de descanso para escuchar al chico.

Conocía la rutina, compraba la trufa, diferente envoltorio, se sentaba en la banca a practicar, llegaba un chico y ambos se iban, tomaban el mismo transporte.

Un suspiro salió de los labios del joven, quería hablarle y no sólo las palabras de cortesía, quería entablar una conversación con el moreno, quería hacerlo, pero por más que reuniera todo su valor, por más que intentara hacerlo no podía.

Ahí entraba su contradicción de valentía, podía hacer sus proyectos, hacer cosas de último minuto, tener su trabajo de superhéroe, escapar de villanos, hacer caramelo, pero no podía hablarle al chico que le gusta.

—Si lo sigues viendo se va a acabar—la burla de su hermano causó un sonrojo en el más joven quien sólo rodó los ojos de forma divertida—¿Por qué no sólo vas y ya?

—¿Crees que no lo he intentado?—sonrió el menor mirando a su hermano quien acomodada los nuevos chocolates en la vitrina—, soy cobarde, sólo para esto.

—Toma— el mayor le dio un bombón de chocolate blanco, en un papel dorado, uno de los nuevos chocolates, siempre había sido vendido, pero tenía receta nueva—, no soy bueno envolviendo los chocolates como tú, pero, la intención es lo que cuenta, dáselo, puedes decirle que lo pruebe, tal vez deja de llevarse la trufa—se encogió de hombros el mayor volviendo a la cocina mientras su hermano apreciaba el chocolate.

Con nervios a flor de piel, a paso dudoso salió de detrás del mostrador y caminó, con piernas temblorosa por los nervios, mejillas rojas y sobretodo, un palpitar exageradamente rápido.

Salió de la chocolatería para acercarse a la banca, la banca donde estaba el moreno.

Cada paso era más nervios, podría abortar la misión ¿no?, podría decir que era un encargo y que debía pasar por ahí, ya sólo se iba a algún super a comprar cualquier cosa para no verse tan idiota.

Le podría dar el chocolate a la primera persona que viera.

¡No!, por supuesto que no, ¡Hiro era un cobarde, pero con iniciativa!.

—¡Miguel!, lamentó llegar tarde, pero última vez que me esperas, los papeles están listos—el corazón del joven Hamada se aceleró, rápidamente se ocultó detrás de uno de los buzones de correo, era idiota la idea, pero al menos logró esconderse de ambos morenos a tiempo.

—Simón, al menos haremos menos tiempo, vamos —ambos chicos empezaron a caminar en dirección del autobús, el pecho del más joven dolía un poco, debía dejar de ser tan cobarde.

Pero a pesar de ello, sentía una felicidad muy grande.

"Miguel"

Ese era su nombre.

Se levantó de de su escondite caminando de nuevo adentro a su puesto.

—¿Cómo te fue?—sonrió el mayor a su hermano, apostaba que el humor del menor estaría mejor al haberle hablado al chico, aunque su sonrisa se borró al ver el chocolate al lado del joven—¡Ay no!, ¿Qué sucedió?—habló preocupado esperando lo peor mientras en su brillante mente intentaba recordar la receta de chocolate caliente para malos momentos de su madre.

—Miguel—murmuró el joven causando confusión en el mayor—, ese es su nombre.

La cara del mayor fue de tanto alivio como burla, no sabían que tenía de especial ese chico.

Pero algo era seguro.

Ese chico era el chocolate de amor, que sus padres les daban de niños.

Chocolatería (Higuel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora