No había nada

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  Jack dormía apoyado en el pecho de Gustabo, que estaba recostado en el suelo. Él y Horacio seguían despiertos, y hablaban en susurros, tratando de no despertar a Jack.

  —¿Por qué crees que le han cogido? —preguntó Horacio.

  —Pues está claro, él es de los buenos, habrá empapelado a alguno de ellos. —Gustabo miró a Jack—. Le han dejado hecho un cristo. Pero se recuperará.

  Horacio no estaba tan seguro de aquello, pero prefirió no decir nada, no era el momento de preocupar aún más a su amigo. Se dedicaron a observar sus facciones llenas de raspaduras y restos de sangre.

  —¿Crees que vendrá alguien a sacarle? —preguntó Gustabo, que temía por la vida del nuevo. Algo en él le decía que ese sujeto debía vivir, Dios sabe para qué. Horacio le miró fijamente, y negó—. Pero, Horacio, no puede morir aquí... Sabes lo duro que es esto, y a nosotros no nos lastimaron como a él. Nosotros estamos sanos, pero él tendrá infecciones si no le tratan las heridas pronto.

  Gustabo se sentía impotente ante la situación. Quería ayudar, pero no sabía cómo. Quería levantarse, romper las cuerdas que los ataban y sacarles a rastras si hacía falta. Pero no podía. Había cámaras, Gustabo las vio una de las veces que les sacaron del edificio. Enfocaban a la puerta principal. Podrían escapar por la ventana... Si no tuviera rejas. No había salida. En esos meses había podido estudiar cada centímetro de aquel lugar. Buscaba algún pequeño agujero en la pared que se pudiese hacer más grande excavando. O tal vez alguna herramienta con la que liberarse. Pero no había nada.   

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