"Dime lo que comes y te diré quién eres".
—Anthelme Brillat-Savarín
Nuestros cuerpos danzan al suave sonido del piano. Movimientos delicados y excelentemente ejecutados. Entre giros y saltos, logramos movernos con facilidad, sintiéndonos una sola en el baile. Ya hemos ensayado lo suficiente como para sentirnos preparadas y así llegar a la perfección.
—Deténganse —La señorita Miranda, nuestra instructora, nos mira con desaprobación —. Niñas se los he dicho más de una vez, quiero ver la agonía, quiero ver los sentimientos fluir en el baile. Transmitan su dolor, su alegría. Quiero sentir lo mismo que ustedes.
Todas nos mantenemos el silencio, un incómodo y agobiante silencio. Nuestras miradas bajas, aún no comprendo en qué hemos fallado, hemos practicado lo suficiente, cada semana, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo, ha sido trabajo duro. Ella no hace más que suspirar.
—Dentro de unos pocos días será nuestra presentación y todo debe ser prefecto. Sé que lo intentan...
—Señorita Miranda —Es interrumpida por una de mis compañeras, captando toda su atención. —, sé que necesitamos ensayar para lograr hacerlo bien, pero hemos hecho lo mismo cada día de la semana y sé que hablo por todas cuando digo que necesitamos un descanso.
—¿Todas están de acuerdo? —ella cuestiona, pero su pregunta no hace más que divagar en el aire. El silencio es el único presente, lo que responde a su pregunta. —Me temo, señorita Holland, que sus compañeras no comparten su opinión.
—Si, lo siento, señorita... —volteo a verla de reojo, sus manos apretando con fuerza sus muslos.
Ella está en lo cierto, necesitamos descansar pero no podemos hacer tal cosa y el expresar así nuestro cansancio podría costar nuestro puesto en esta academia y he luchado demasiado para por fin ser aceptada y no quiero que todo lo que trabajé para estar aquí se derrumbe por el cansancio y las quejas de mi compañera, lo lamento pero no puedo.
—Sé que lo intentan, pero necesito más. Para mañana las quiero preparas para otro día más de ensayo. Buenas tardes. —y así termina, caminando hasta su asiento y corregir unas anotaciones en su libreta.
Todas caminamos en fila hasta los vestidores donde nos cambiamos, algunas murmurando sobre lo cansadas que están, comparto sus opiniones, pero prefiero mantenerme callada. Mi puesto aquí es lo más valioso que tengo en estos momentos y no puedo perderlo, no después de todo lo que ha pasado.
—Sentimos no apoyarte allá afuera, Clara. No podemos hacer eso. —escucho con curiosidad la conversación.
—Tranquilas, chicas. Lo sé. —responde con una sonrisa forzada, lo noto por la forma en cómo tiembla su entrecejo.
Terminamos de cambiarnos y salimos al salón, donde la señorita Miranda nos despide a todas, pero para cuando estoy por marcharme, sucede, ella menciona mi nombre pidiéndome que me acerque.
—Contigo necesito hablar. —menciona dirigiéndose a mí.
Extrañada camino hacia ella. —¿De qué quiere hablar conmigo, señorita?
Estoy nerviosa, ¿acaso habré hecho algo mal? ¿No rindo lo suficiente? Sea lo que sea, siento que no es bueno y no podría soportar el que me echaran de aquí.
—No te preocupes querida, no te asustes. Te pusiste muy pálida —ella ríe y yo le acompaño sonriendo de forma muy incómoda —. Necesito hablar contigo acerca de lo que ya hemos hablado estos últimos días, espero que lo estés tomando en práctica.