Acababa de dar las ocho de la noche, de manera pausada, acompasada y melodiosa, el reloj de cuco que colgaba en una de las paredes; el ave de madera salió de su escondrijo sentenciando el final, como siempre, de la jornada laboral del joven y también de la nueva obra que acababa de plasmar sobre la piel del desconocido; el inicio de su nueva vida y el final de la antigua.
Sin duda, un bonito significado que le acompañaría hasta el fin de sus días.
Poco después de la amigable indicación del viejo reloj de madera de roble, con una voz cansada y de un bajo tono, Camus, el tatuador, se separó del hombre pasando su mano izquierda enfundada en un guante de látex negro por su reluciente y nuevo tatuaje; sus dedos rozaron su piel y, pese a no ser un contacto directo, lo disfrutó como la emoción más curiosa que nunca había sentido antes; hormigueo en sus mejillas y abdomen, “mariposas” en el estómago y una incómoda sensación que le animaba a buscar cualquier excusa para mantener cualquier tipo de contacto con el hombre.
"Supongo que no es necesario contarte las medidas para no estropear la tinta." Murmuró retirando la mascarilla de tela negra con bordados rojos que había cubierto parte de su rostro durante toda la sesión.
Por desgracia no tuvo el suficiente tiempo como para terminar el tatuaje además, y aunque una fuerte sensación le hacía necesitar la presencia del mayor, no quería someter al hombre a una sesión de todavía más horas para terminar su encargo.
"A partir del miércoles podrás venir a la hora que quieras para terminarlo, mañana estoy hasta arriba." Comunicó mientras guardaba cada una de las herramientas, tras haber sido limpiadas a conciencia mediante ciertos productos químicos. "Por cierto, me has dicho que vives en la casa al lado del bosque ¿No?"
Pesados, los nubarrones habían escapado de las preciosas tierras cuando la noche se alzó; la luna brillaba, semi-completa, en el brillante cielo estrellado que, en comparación con las noches en las ciudades, se asemejaba a una reluciente lluvia de pequeños diamantes.
A lo lejos, entre los húmedos troncos repletos de musgo, las hierbas altas, las fértiles tierras y las capas de los árboles, los lobos habían comenzado a aullar; su reinado había comenzado y perduraría hasta el amanecer. Mientras tanto, serían los reyes que regían aquellas tierras, quienes marcaban las órdenes y aquellos que cazaban a su gusto.
Camus estaba sonriente, con un cigarrillo desgastado entre sus labios, con la mecha prendida y una pantalla de humo ascendiente y cálido que terminaba por mezclarse con el cielo. Amaba la tranquilidad de la noche, el aullar de los lobos y los ladridos de los perros tanto como la fría brilla que le ponía los pelos de gallina. Era una criatura de la noche destinada a vagar en soledad en busca siempre de algo con lo que divertirse.
Su carácter cambiaba siempre cuando la noche aparecía; pasaba de ser alguien de personalidad cansada pero ansiosa a un completo desquiciado que haría cualquier cosa por pasar un buen rato. Usualmente lo hacía solo; no había ni una sola alma en toda la aldea que pudiese seguir el enérgico paso del joven. Pero esta vez era distinta; la sensación que le había hecho temblar las manos durante la sesión había sido la misma que le impulsó a pararle antes de salir por la puerta e invitarle a pasar la noche con él.
Su corazón latía nervioso, como si llevase años esperando ese mismo instante, como si su destino fuese encontrarse con aquel extranjero a media noche en el punto más cercano a ambas casas; por suerte eran vecinos, no solo vivía, en el mismo pueblo, sino que sus casas estaban prácticamente una al lado de la otra, separadas unicamente por una espesa arboleda que le pertenecía a su difunto abuelo y que ahora formaba parte de la herencia que su hermano mayor iba a heredar.
Mark no supo exactamente qué fue lo que le hizo aceptar, quizás la expresión del contrario bajo el brillo de la luna que reinaba el cielo. El aire fresco le pego en el rostro y le lleno los pulmones, cuando el silencio se lleno entre ambos.
A pesar de que conocían sus nombres y poco mas, no le había resultado extraño decir que sí. Lo había sentido como algo normal, casi lógico. Y solo habían pasado un par de horas en el mismo lugar, la mayor parte en silencio porque Camus estaba concentrado en lo suyo y Mark completamente perdido en sus pensamientos.
El lugar en donde se había tatuado al lobo le seguía ardiendo de manera ligera. Recordaba la aguja clavarse en su piel a gran velocidad y los precisos que eran los movimientos del artista. Sin dudas, Camus sabía lo que hacía.
En el camino en las oscuras y desoladas calles, siendo ellos dos contra la noche, Mark busco de manera inconsciente la cercanía del contrario. No por miedo, sino porque tenía ganas de tocarlo. Sus hombros apenas se rozaban el uno contra el otro bajo sus ropas, pero eso era suficiente para que el cazador se perdiera en sus pensamientos.
Podía escuchar la respiración de Camus apenas a unos centímetros de distancia. Así de silenciosa era la noche si un aullido de lobo no les interrumpía.
“Los lobos son animales hermosos.” Comento mirando a la luna con una expresión asombrada, en las grandes ciudades no se podía ver su brillo natural con toda la contaminación lumínica que había. “Siempre desee encontrarme a uno frente a frente.”
Los lobos habían sido glorificados desde el inicio del mundo; muchos considerados como criaturas majestuosas, dioses, incluso protectores. Hablaban de su sociedad, como se organizaban y se protegían entre ellos. Como se aferraban a una única pareja y como luchaban por sobrevivir. Sin duda, los lobos eran animales únicos e incomparables. Y aunque estuviese cansado de oír lo hermosos que eran, aquella era la primera vez que una explicación le fascinaba demasiado; las graves palabras del mayor explicándole porqué también le gustaban los lobos tanto como a él le hizo sentir que se desmoronaba ante sus pies, como si a quien estuviese admirando fuese a él y no a los animales.
Camus deseaba revelar su verdadera forma delante de Mark; su pelaje oscuro bajo las estrellas, sus fuertes músculos, sus salvajes ojos y sus potentes y afilados dientes. Le daría el privilegio de ser un humano y ver a tal bella bestia mansa si de verdad era capaz de reconocer su verdadera belleza.
Joder, sentía que sería su perro si se lo pedía.
Pronto llegaron a la rústica y pequeña casa que, pese a los años que se había mantenido en pie, permanecía como del primer día; era de menores dimensiones en comparación con la suya, pero seguía teniendo algo que nadie más poseía: unas hermosas vistas hacia la enorme montaña que les protegía de las grandes ciudades y que le brindaba la protección necesaria a los hijos de la naturaleza.
La sala amueblada era lo primero que uno se encontraba tras cruzar la entrada. Se notaba que era el primer día, pues todo estaba desordenado y todavía había trazos del maltrato del tiempo; acumulaciones de polvo, muebles anticuados y más. Camus dejó escapar un leve silbido mientras observaba los alrededores. No iba a mentir, no era la primera vez que entraba a la vivienda y tampoco sería la última; en su momento, desarrolló una relación de amistad con su último propietarios, pero no quería hablarle de trágicas historias, licántropos y asesinatos misteriosos que supuestamente todavía no tenían un autor.
Después de todo, eran solo ellos dos.
Estaban solos, sin nada ni nadie que pudiese estorbar, en la casa del mayor... ¿Cómo no iba a desear centrarse solo en ellos dos?
Camus se acercó al ventanal para observar el bosque; parecía que dormía plácidamente mientras los depredadores salían al acecho.
"Bonitas vistas, amigo." Sonrió, cómodo.
Podría acostumbrarse a pasar por aquella casa. Pero Aderyan no había acudido a su hogar para permanecer expectante; él necesitaba moverse, hacer algo, no se podía quedar quieto.
"Y ahora dime, Mark." Se dio la vuelta, apoyando su espalda contra la ventana, con una amplia sonrisa repleta de malicia y ansias. "¿Qué hace alguien como tú para divertirse?"
ESTÁS LEYENDO
Marcado por el enemigo ©
LobisomemDoel es un pueblo belga conocido por ser "un lugar fantasma". Lo que la gente no sabe es que allí habitan tranquilamente los licantropos hace siglos. Cuando un cazador experimentado se muda a Doel para seguir sus sueños, la población se siente amena...