Silencios en Oscuridad

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Advertencia: AlisCia


Un sonido mudo atravesó el aire, tan tenue, tan ínfimo, que en realidad parecía no haberse oído; con suavidad volvió a mover su cuerpo mirando en su costado, la reina no parecía notar el estado de insomnio que lo mantenía en vilo.


En mitad de la noche, el silbido que entraba por los recovecos de las ventanas en lo alto de la torre, la luz taciturna de la luna colándose mientras sombras esparciéndose formaban siluetas en los rincones de su habitación; realmente parecía un espectáculo silente; y aquel pensamiento vago de todo lo que había hablado con su diosa y lo alegre de su sonrisa cada vez que hablaba sobre un heredero, robada su sueño en esas horas de nubes oscureciendo aún más las penumbras de la noche.


Estaba dividido; la alegría ensombrecía como las nubes ocultaban por momentos la luna; y es que rozando bajo su cabello negro como el firmamento, podía sentir la marca que lo maldecía y un fruto de su ser con el de su diosa... apretó su mandíbula sin notarlo.


Nuevamente el mismo ruido, el suave murmullo se detuvo en sus oídos — ¿Mi diosa? — susurró despacio, en su rostro dormido sereno navegaban ligeros rastros de molestias; se sentó rozando delicadamente el hombro de piel clara — Stacia... — al tacto sintió su cuerpo más tibio de lo normal, preocupándose, frunciendo en la oscuridad su ceño.


El débil sonido apagado, eran ligeros quejidos que abandonaban la boca cerrada de su diosa; tenía una fiebre recién comenzando — ¿mi diosa? — pero no recibió respuesta de ella, a cambio sus ojos bajo sus párpados temblaron rítmicamente, el sonido llegó con más claridad.


—Ali... — tomó su mano rápidamente.


—Aquí estoy mi diosa — pero ella lo llamaba dentro de sus sueños; con trazos invisibles sus dedos rozaron el rostro dormido y febril de ella; en su corazón acelerado se detuvo segundos mientras la miraba — ¿qué ocurre? — preguntó de manera retórica, sabía muy bien que ella no podía oírlo.


Se levantó cuidando que ella quedase cómoda; quitó una de las mantas de su lecho, aligerando el abrigo para que bajase el calor corporal de su amada, su semblante acongojado le hizo sentir miedo al toparse con su reflejo en el agua al mojar el paño que pondría en la frente de su esposa.


Los ojos del rey, no eran más que los ojos de un hombre enamorado y preocupado, en su grandeza caída por sentirla peligrar; y era tan pequeño a sus ojos el mal de madrugada de la diosa, pero en su corazón ardía la ansiedad.


Y es que el solo pensar no tenerla, inquietaba su alma, aún más que aquel pensamiento que lo tenía a esas horas despierto.


Finalmente remojó el trozo de tela, difuminando el reflejo que lo había dejado inmóvil segundos que sintió eternos; es que había cambiado tanto, pero mirar en la dirección de su cama, donde ella dormía en aparente paz, dibujo la débil sonrisa en sus labios; sí, había cambiado, pero en los ojos de atardecer de su diosa podía ver otro reflejo, uno de un hombre nuevo y mejor, el niño comiendo moras aún seguía en esa mirada cargada de cariño, en las caricias repletas de amor sincero, un rey que cuidaba su pueblo, que adoraba a su reina; que caía de rodillas ante el altar de su diosa.

Noche de DesvelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora