Prefacio

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En una tierra muerta, un niño camina lastimeramente. Su piel, quemada por el abrumador sol de verano, se ensucia conforme las partículas de arena y polvo se adhieren a él. Sin posibilidad de limpiarse o de detenerse a descansar, se conforma con seguir su solitario camino. Un sendero que atravieso el desolado paraje en el que se ha convertido el planeta, y que espera lo lleve a su destino. El glorioso destino que se le arrebato injustamente.

A cada momento que pasa, recuerda el infortunio en el que vive. Pues en su ojo izquierdo lleva la marca que le concede el don de los vientos, un símbolo que expresa el amor que los Dioses le tuvieron alguna vez, pero en su ojo derecho... Lleva una maldición, una maldición con la que tendrá que cargar hasta el fin de sus días. La causante directa del odio que los demás profesan sobre el a pesar de ser tan solo un niño, a pesar de que estén irremediablemente equivocados, a pesar de que sus Dioses sean falsos.

Pero el niño los hará entender, tarde o temprano comprenderán quien realmente reina sobre pútrido mundo.

Con esas ideas acosando su joven consciencia, otea la región de Tehlan en el horizonte, un solitario punto perdido en la inmensidad del estéril terreno. Renovando su determinación, el chico se acerca a su destino sintiendo un inmenso pesar en su alma, y en sus huesos... Y con cada paso que da, la sombra que lleva tras de sí se alarga una vez más.

Los Dioses No CaeránDonde viven las historias. Descúbrelo ahora