I. Los monstruos dentro del ropero

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...

La muerte próxima
no se nota en el canto
de la cigarra.

Matsuo Bashō

...

Al llegar la hora sagrada de la siesta, él, junto a sus hermanos y primos, se escabullían en sigilo, arrastrando sus piecitos en el suelo de tierra, susurrando y riendo por lo bajo. Se encaminaban a los riscos más altos, de pendientes abruptas y rocas puntiagudas, dónde ponían a prueba su valentía. Allí, por algunas horas, eran libres del severo control de los adultos. Allí jugaban a ser niños valientes desafiando al peligro.

Ellos tenían muchos juegos. Pero una tarde, su hermana menor, la única niña a la que dejaban participar, les propuso algo nuevo:

—¿Quién tiene miedo de los relatos que nos cuenta la anciana?

"¿Que qué es lo que hay más allá? Ve, averígualo por ti mismo. Pero quedas advertido: quien se aventure más allá de estos límites, sufrirá una muerte dolorosa en manos de esos demonios", iluminada por el resplandor de una fogata, la matriarca tenía muchas experiencias por contar. "Se hacen llamar shinobis; llevan nuestra misma piel, y su sangre es roja como la nuestra. Pero no se confundan, son malvados y despiadados. Los cortarán en pedacitos, los devorarán. ¿Qué? ¿No me crees? Yo lo he visto, con estos mismos ojos"

—¡Yo no! —respondieron todos, demasiado aprisa. Era evidente que todos mentían: cuando la anciana más anciana entre todos los ancianos, los congregaba para narrar los orígenes de su pueblo, todos temblaban ante los relatos de las terribles muertes a manos de demonios crueles. Demonios que también tenían dos piernas, dos brazos y una cabeza al igual que ellos, pero que poseían terribles poderes. Como aquellos hombres de ojos rojos, que atormentaban el cerebro de sus víctimas con crueles ilusiones, hasta que el corazón, incapaz de soportar tanto flagelo, dejaba de latir.

—¡Yo tampoco tengo miedo! —respondía su hermana, tan petulante como siempre—. Pero estoy segura que Chakwan no nos cuenta todo. Imagino que esos shinobis son capaces de hacer cosas muchas más horrendas. ¿Quieren escucharlas?

Todos los pares de ojos se dilataban con temor, pero nadie se atrevía a contradecirla. Entonces su hermana desplegaba toda su imaginación en forma de cuentos de terror, tan absurdos como morbosos. Desde ese día, todos los niños esperaban la hora de la siesta para jugar; pero también para mortificar sus oídos sometiéndose a los dulces sabores del miedo. Esa mezcla exacta de adrenalina, escalofríos y ansiedad.

Pero él odiaba ese momento. Todas las noches tenía pesadillas. En ellas siempre había un shinobi de ojos rojos que lo perseguía y lo sometía a terribles torturas, para luego acabar con su vida de alguna forma cruel, y siempre distinta. Con apenas diez años, había acabado por convencerse de que su vida terminaría así. Como su madre: agonizando en su camastro, víctima de una enfermedad desconocida.

Pero, lo que jamás habría de imaginar era acabar de esta manera: con su flacucho cuerpo, flotando en aguas frías.

Sabía que era cuestión de tiempo, para que los pequeños peces empezaran a devorar su carne en putrefacción.

...

...

Sasuke admiró con orgullo su creación: una caña de pescar fabricada enteramente con sus propias manos. Solamente había necesitado un trozo adecuado de bambú, y un hilo resistente que había sacado de sus herramientas de combate.

Enérgicamente echó el brazo hacia adelante, lanzando la caña de pescar a la caída del arroyo. Se sentó en una piedra cercana a la orilla, y pacientemente aguardó al momento en que un hambriento pez picara el anzuelo. Claro que podía usar sus habilidades ninjas para hacerlo todo más rápido, pero pescar era una actividad que disfrutaba de hacer en soledad, con técnica y paciencia. Además, Sakura se encontraba investigando las plantas y árboles de la zona, y aquello solía llevarle horas.

Al Sabor de lo AgridulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora