IV. Lo que susurra el silencio

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Quitarse el escudo es el primer paso para

ganar una guerra

Aquella orilla nuestra - Elvira Sastre

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Los trazos dominantes de ese kanji debían pertenecer a algún calígrafo especializado, un artista de shodo, al que su maestra había contratado para que plasmara, en la espalda de su chaqueta verde, un círculo ocre con la palabra "Apuesta". Para que todo el mundo, al ver su espalda, reconociera que allí pasaba ella, Tsunade Senju, la Godaime Hokage, jugadora compulsiva, pero también, la "Legendaria Perdedora".

Su cabello rubio, recogido en dos coletas, enmarcaba ese símbolo. Sakura se preguntó si acaso, su decisión de dejarse el pelo largo y llevarlo en dos trenzas, había sido una forma inconsciente de rendir homenaje a su maestra. Sí, también sabía que no habría mejor honor que continuar trabajando incansablemente, para demostrar que ella valía lo suficiente, tanto, que bien podían llamarla la "Segunda Tsunade".

—Y hoy, ¿por qué motivo estás aquí, Sakura?

Su maestra continuaba dándole la espalda, contemplando el paisaje que se extendía al otro lado de los ventanales de su oficina: no estaban allí los cables de tensión, las cañerías a la vista, y los coloridos y sinuosos edificios de Konoha; sino un paisaje de montañas nevadas con picos escarpados, y profundos bosques glaucos. Sus sueños podían ser así; una combinación de elementos, a veces pintorescos, a veces absurdos.

En la vida misma, frente a su tumba, o incluso en los sueños, ella continuaría rindiéndole el respeto que se merecía. Sakura se encorvó con los brazos al costado, ofreciendo una profunda reverencia.

—Tsunade-sama, creo que estoy frente a algo importante. Pero temo que no cuento con el suficiente... ¿apoyo?

Ella volteó para verla, y le sonrió. Sakura sintió que los lagrimales de sus ojos comenzaban a picar. Aunque su maestra solía visitarla en sueños, nunca dejaba de tener ese cóctel de sentimientos melancólicos, penosos pero alegres, por volver a verla.

Se concentró. Debía aprovechar la ocasión.

Tsunade se sentó frente a su escritorio, y extendió la mano, invitándola a tomar asiento. Sakura así lo hizo. La Godaime apoyó el mentón sobre sus dedos entrecruzados, indicándole que tenía toda su atención. Sakura nunca confesaría a nadie un pensamiento: que ni a Naruto, ni a Sasuke, les había sentado tan bien el escritorio de Hokage, como a su gran shishou. Aunque su amigo y su pareja fueran leyendas shinobis, para ella, su maestra había sigo alguien muy superior, alguien realmente magnánimo.

—Cuando te refieres al apoyo, ¿hablas de ese mocoso tuyo, que elegiste como novio? —preguntó, elevando una ceja, y sonriéndole con complicidad. En respuesta, sus pómulos se llenaron de pintas rojas.

—¿Sasuke-kun? ¡Oh, no! Él es un gran hombre. Es muy atento, y siempre está dispuesto a ayudarme con los pacientes. Incluso, ha aprendido a realizar curaciones básicas.

—Entonces, ¿a qué te refieres con falta de apoyo?

Sakura rebuscó entre los bolsillos de sus pantalones, sorprendiéndose con lo rápido que dio con su libreta de viaje. Era curioso como en los sueños, las cosas funcionaban como en la vida real se negaban a hacerlo, o a veces viceversa.

Pasó las paginas hasta llegar a sus últimas anotaciones, y se las extendió a su maestra. Esta se demoró algunos minutos, leyendo con paciencia las observaciones de su alumna. Luego, esbozó una enigmática sonrisa.

Al Sabor de lo AgridulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora