En aquellos días todo nos parecía fácil, rápido, posible.
No había tiempo para arrepentirnos, eran tiempos Styles
donde Lima nos parecía perdida entre su tradición
y su nuevo título de ciudad cosmopolita
de la misma forma famélica que un gallinazo
se posa en la catedral y no se ubica.
Entiende, que se me hace muy complicado
esto de sobrellevar
perder el hambre en las mañanas
con recuerdos inútiles que no volverá a pasar
los desayunos con vino, plaza Francia a la dos de la madrugada,
San Martin mientras vendíamos maquetas que hicimos pasar por celulares.
Cojiendo una y otra vez
rompiéndonos la pelvis como desesperados.
En cuestión de semanas aprendimos todo lo que unos muchachos deben aprender
cuando se les obliga sobrevivir.
Huíamos de todo. Tú de tus padres, yo de mi mismo.
Lo dicho, es difícil,
no evocarte como es complicado
hacerlo y aceptar que ando triste,
tranquilo, perdido. Recordando la música,
la misma música que te hacía mirar por la ventana
y lo que hay más allá, enfriándose con la noche:
la humedad y un fantasma observado por un gato negro
el mismo gato negro que a veces recordaba en mis sueños
los mismos sueños que tú sabías descifrar a la perfección.
Decías que el gato era yo y oscuro era mi destino.
Al principio me burlaba, luego comprendí que aquel gesto
que esboza tu rostro, iba, pero muy en serio.
Un día antes de tu accidente deje de soñar con gatos negros
no te lo dije porque ese día habían germinado estrellas
y las amamantabas de tu pecho.
Te había soñado tan blanca, tan fantasma.
Después de un tiempo supe que los gatos no nacen azules,
que azules se ponen con el frío
que la canción de Roberto Carlos cobraba sentido
que el frío que me apoderaba le hacía falta tu risa,
esa risa innata que podía reírse de todo
y lo digo con toda sinceridad
no como esas mujeres que dicen reírse de todo
pero cuando sus hombres las dejan se deprimen.
El todo de tu risa abarcaba desde los encabezados de periódicos sensacionalistas,
hasta la editorial de periódicos muy serios,
pasando por el botellazo en la cabeza
de aquel idiota que te molesto en un bar o la bala que rozó mi brazo.
Todo. Como si las risas del universo
han acogido como apetecible lugar para vivir:
Muy dentro de tu vientre.
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La Chica de los Calzones Rosados
WerewolfA ella le encantaba bailar. Teníamos veinte años cuando vivimos algo así como una relación de novios. Me esforcé para reconstruir a Karla conmigo: no a Karla, aquella mujercita intelectual, atrevida e idealista que vivía el estudio de las leyes y la...