Capitulo 5. ¿Se puede mejorar?

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Deje la azotea a las cinco de la tarde, cuando me di cuenta de que me había quedado dormida, que había reinado un sueño extraño y confuso y que era tarde para almorzar. El sueño era acerca de mi amiga Mayra, la veía de nuevo, como en los viejos tiempos, cuando ella me hacia reír y nos paseabamos en la escuela a la hora del recreo tomadas del brazo, pero no estábamos en la escuela, sino en un campo amplio y con pretenciones de servirnos de dia de campo.

La veía tan feliz, sus ojos brillaban de alegría, no tenia ninguna muestra de estar muriendo ni de padecer una enfermedad como la Leusemia. La luz del sol era abrigradora, los rayos eran acarisiadores y nos daban un apretón soportable y mas que cómodo. Pero de pronto la atmósfera cambio drásticamente, como si la felicidad fuera consumida por algún tipo de mal, se evaporó sin que yo lo preeviera. Y ella bajo el rostro, miro hacia el suelo, hacia el pasto largo que nadie se había molestado en cortar, estábamos a la sombra de un gran árbol -frondoso, con las raíces sobresaliendo de la tierra, con un dosel de hojas que se expandían como presumiendo su belleza al mundo-, ella entrelazo sus nudillos, su tez palideció un poco mas de lo que ya era.

Me dedico una mirada furtiva, tímida y de pesar; algo tenia en su expresión que me aterraba, tenia miedo de lo que vendría al final. Me sonrió con timidez y sin que nigún sentimiento tocara sus pupilas, pero había alarma en todo su ser. Estaba nerviosa, lo sabia porque yo hacia lo mismo cuando estaba así, juntaba las manos -entrelazadas, para amortiguar la preocupación-, bajando la vista para evitar cualquier contacto directo con la gente, esconder mi miedo, mi pánico.

Aclaro su garganta, emitiendo ese sonido típico gutural, y habló con una delicada voz ronca, con calma y sentido, tratando de restar importancia.

--Marte, necesito que me hagas una promesa-- me miro con sus dos ojos grandes, escrutando mi reacción y notando en mi cualquier signo de duda. Titubee un poco--, muy pronto me iré lejos, y no quiero que estés sola. Necesitas amigos...

--No.-- repliqué. No quería que se fuera ni escuchar de sus labios lo que ya sabia-- Yo solo tengo una amiga, no neceisto a nadie más, porque ya te tengo a ti.

--Lo siento, Marte...

Y en ese momento una fuerza misterisosa apareció y la levantó del suelo, la arrastro y luego se la llevo, jalandola mientras ella gritaba y hacia algunas rabietas por impedir que se la llevaran. Que la alejaran de mi. Y yo no podía hacer nada, estaba paralizada de pies a cabeza, tan inmóvil que me sentía impotente, solo la veía irse. Ni un grito salio de mi boca, ni un sonido que respondiera a mi presencia. Estaba estupefacta, temblando como un pajarito listo para saltar por primera vez al vacío con el miedo de que sus alas no funcionen en la caída.

Y cuando por fin desapareció, el cielo tomo un tono gris y triste, opacando así todo mi ser y mi valentía. Fui capaz de articular palabra, empecé a gritar su nombre, a pedir a esa extraña fuerza que la regresará, que trajera de vuelta a mi amiga, a Mayra. Pero era imposible, era absurdo, yo estaba sola y nadie podía oírme.

...Mayra, regresa, por favor...

Y me tiraba al suelo, arrancando el pasto de pura furia y encolerizandome por no haber hecho nada para impedir lo evidente, las lágrimas vinieron sin previo aviso, como llega una lluvia, tan inesperadas y necesarias, las deje correr como un caudal sin sentido. Y en mi sueño, también me acompañaron las gotas de la lluvia.

Y el ambiente volvía a cambiar, pero también las imágenes, ahora me encontraba en un lugar que no visitaba a menudo pero que había estado ahí varias veces, el hospital. Un lugar lúgubre, cándido como la nieve, frío como la desolación, y tan vacio y solitario como mi propia vida. Y la volvía a ver ahí, estaba sobre una cama, con el cuerpo relajado pero la expresión carcomida por una enfermedad. Mayra estaba muerindo y otra vez no seria capaz de salvarla ni de ayudarla ni de hacer nada.

Sus ojos estaban cerrados, su rostro era pálido como la cal, creo que hasta mas blanco, debajo de cada ojo se dejaba ver ojeras lividas y llenas de cansancio. Sus brazos descansaban a sus costados, sus pies estaban tapados con una manta color azul al igual que sus muslos, hasta la cintura. Su pecho subía y bajaba tranquilamente, pero para mi no era tranquilidad lo que presenciaba, era el ultimo suspiro de una vida. Yo veía claramente como en cuestión de tiempo -y no era nunca el suficiente-, ella no volvería a sonreír a la vida, ya no sería necesario volver a respirar ni levantarse a sufrir otra ves al día siguiente.

Y un pitido me sacó de mis ensimismamientos, un sonido ostensible, tan mortificó como el veneno y tan peligroso como un puñal. Y nadie fue a su ayuda, nadie noto el ruido lejano que anunciaba la muerte, la pérdida y la huida de este mundo para situarse en otro.

...Mayra, resiste, por favor...

Y ella dejó de mover su pecho, la luz que podría tener sus ojos se desvaneció y la muerte fue a vidriar sus pupilas como aquel que pinta a una muñeca, y en vano yo grite, y todo fue inútil otra vez.

...¡No! ¡No! ¡No!. Mayra, no me dejes, no te vayas, no me abandones, detente. Regresa, vuelve, no es tu hora, aún te falta mucho por vivir. ¡Por favor!...

Desperté.

Baje a comer, los gritos de mi mamá me habían sacado de aquella pesadilla, agradecía el haber salido y odié el haberlo hecho de igual forma, porque esa era la única manera de volver a ver a Mayra. Me esperaban ambas mujeres, mi hermana Andrómeda y mi mamá, con ojos expentantes y sorprendidos. Mire mi reflejo en el vidrio de la ventada y note porque tanta persistencia; tenia el cabello enmarañado y los ojos rojos, típicos de alguien que acaba de despertar de un sueño profundo, y además cuando toque mis mejillas, las encontré pegajosas, había estado llorando también.

Andrómeda no dijo nada, era discreta por lo menos. Pero mi madre pregunto con mas curiosidad de la que tenia planeada, siempre de impertinente cuando no era una buena situación.

--¿Te encuentras bien, cariño?-- me dedico una sonrisa de compación y entendimiento, aunque no comprendiera ni la mitad de lo que me ocurría.

--Si-- mentí--, solo me he quedado dormida. Me relaje tanto que no me di cuenta.

Y con eso fue suficiente para callarla. Pero Andromeda no estaba tan satisfecha con mi respuesta, ella era mas sensible que mi mamá, ella adivinaba mis emociones sin necesidad de preguntarlas ni incomodarme. Ella me abordaría mas tarde, cuando estuviéramos solas, cuando mi madre no pudiera escuchar ni juzgar ni herirme con su falta de tacto. Ella me miro con aprehensión, con sus ojos vigilantes, tomando notas mentales de cada uno de mis movientos.

Me dedique de a lleno a comer, saciar mis debates internos entre disfrutar de la comida o dejar que la pena me prohibiera ser feliz por un momento. Me inmiscuí en mis alimentos, tomando la mejor decisión, sin prestarle atención a las miradas de preocupación de An (que así le decía de cariño, y ella a mi, Mar), la falta de atención de mi madre (que para mi era un alivio, pero que para An eran una pena, ya que no parecía agradarle del todo que mi madre no se preocupara por mí, pero yo no quería que nadie se tomara esas molestias).

Nada se puede cambiar, solo se mejoran algunos errores, solo se aprende algo más todo el tiempo, solo nos perfeccionamos y cometemos mas errores para que el ciclo siga, continúe y nos de vida, nos de algo que hacer.
Nadie puede ser perfecto... Las palabras de mi madre retumban en mi mente, como una mantra, como algo que deba recordar día con día, como algo necesario de ser escuchado y repetido. Y lo creo: Nadie puede ser perfecto.

Marte tiene dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora