Capítulo II

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La mañana llegó antes de lo esperado. Los primeros rayos de sol se colaban entre las rendijas de la cortina de la habitación.

La alarma de Eileen comenzó a sonar rompiendo el silencio del espacio. Las sábanas se enrollaban formando un bulto en el centro de la cama, apenas se movieron cuando Why de Sarbina Carpenter comenzó a sonar desde el altavoz de su celular y transcurrieron varios segundos antes de que perezosamente se arrastrara en plan gusano hasta el buró. Sacó una mano debajo del edredón y tanteó a ciegas buscando el aparato en donde lo había dejado la noche anterior. Apenas lo alcanzó, puso fin al estribillo de la canción. Se quedó inmóvil de nuevo con el brazo colgando a un costado del catre.

El reloj marcaba las siete de la mañana.

Tenía que levantarse.

Tenía que ir a la escuela.

Tenía que conocer su nuevo instituto y ponerse al corriente con lo que sea que hayan estado haciendo los chicos de este lado del mundo. Una flojera inmensa comenzó a crecer en su interior.

Se removió entre el amasijo de tela. Ahí, en su bultito, estaba calientita.

Jamás había pasado una noche tan fría en su vida. A oscuras había tenido que saquear el ropero para tomar todas las cobijas que había llevado consigo. No imaginó que las usaría todas en su primera noche ahí.

Se obligó a sacar la cabeza y a abrir lentamente los ojos. Vio los rayos de luz provenientes de la ventana. Ya era de día y apenas eran las seis de la mañana. Le dio una barrida al resto de la habitación, era raro despertar en un lugar tan diferente, toda su vida la había pasado en ese viejo edificio de departamentos en California. Cada mañana despertaba con el sudor perlándole la frente, el ventilador de techo trabajando a todo lo que da y los infaltables ruidos del tráfico de la ciudad. Pero la realidad era que ya no estaba en su departamento de Los Ángeles, donde el calor era habitual, el viento de la costa le despeinaba la trenza y podías toparte a los turistas en cada esquina con sus cámaras caras y sus expresiones de que todo lo que veían era sorprendente.

Se enderezó en la cama meditando todo lo que había sucedido en los últimos días. La noticia, mudanza, empacar, despedirse, viajar. Una locura total. Había sido un cambio brusco en cuestión de un par de semanas, aún recordaba vivamente las caras de sus amigos cuando les dijo que tenía que irse del país, había esperado hasta el último momento para despedirse, se sentía realmente mal por dejarlos, realmente iba a lamentar su ausencia. Pensando en ellos, recordó que no los había contactado desde un día antes de partir, era lo primero que debía hacer en cuanto volviera de la escuela, seguro iban a armarle una buena por no haberles llamado aún.

Bajó los pies conteniendo un gritó al sentir lo helado que estaba el piso. ¡Definitivamente compraría una alfombra! Buscó sus sandalias y se encaminó al baño, también necesitaba unas pantuflas. Y, sin falta, debía comprar un par de edredones más. Al paso que iba el frío, iba a quedar tiesa antes de que llegara el invierno.

Se adentró en el baño y dejó su celular sobre el lavabo sonando al ritmo de Diamonds. Después de asearse y desenredar su cabello con un cepillo en forma de pez, se dedicó a buscar algo decente qué usar.

Mientras se tomaba el tiempo de arreglarse, la pereza se fue y dio paso a la inquietud y la emoción. Por los dioses, ¡era un nuevo país! Se toparía con personas que jamás había visto, con una cultura y costumbres diferentes. ¿Cómo iba a sobrevivir ahí?

Eileen era de las chicas que preferían usar unos jeans y zapatillas a una falda o vestidos. Su idea no era usarlos jamás, sí había ocasiones en que la situación requería que vistiera de una manera formal o días en que tenía la suficiente confianza en sí misma como para ponerse un vestido y demorarse un poco más en su aspecto para verse más femenina de lo usual, pero en lo personal, prefería irse por un look mucho más natural y menos complicado. Al menos ahora no tendría que buscar escusas para vestir así en un clima como ese.

Cristal snowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora