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Silencio.

La afasia reinaba en la habitación, mientras la gresca era monarca de mis pensamientos.

—¿Taeyeon?— oí pronunciar, más no di pie a que siguiera con su guión.

—¿Qué mierda está pasando?— conminé.

—Estamos en guerra, Taeyeon, y tú eres nuestra mejor arma.— es posible argüir cuáles son sus intenciones, y son todo menos afables.

—¿Qué carajo les pasa? ¿Acaso creen que estoy a su merced?— vociferé, fuera de mi confín.

Una sonora carcajada llenó el vacío de aquel pozo en el que me habían encerrado y mi mirada culminó con el responsable de dicha hilaridad.

—¿Crees que te dejaremos ir porque no quieres ayudarnos?— otra risotada— Cariño, no tienes otra opción más que aquella.— esclareció el pelinegro.

—Escucha, Taeyeon, queremos ir por el buen camino contigo, sólo debes ayudarnos un poco.— me pidió un chico muy alto, de pelo negro y pronunciados hombros.

Lo pensé por un momento, ¿qué tengo que perder? Ya no tengo nada. Sólo a mí misma.

—¿Qué quieren que haga?— interpelé.

—Magnífico...— susurró el de la sonrisa de... ¿conejo?

En fin...

—Primero te mostraremos algunas fotos y tú nos señalarás a quien conozcas.— explico aquel chico de pelo oscuro y mechas sutilmente rubias.

—Como sea...— solté en un suspiro, ya cansada de todo esto; pero lista para lo que sea.

Otro de los chicos que estaban ahí salió de la habitación, para regresar a los pocos minutos con una caja entre sus manos de largas pinzas y extremos. La abrieron y comenzaron un debate entre cuáles deberían enseñarme y cuáles no.

Me mostraron varios retratos y, al principio, no reconocí a nadie. Ninguno de esos rostros era semejante a alguno que yo ya hubiera tenido la dicha de divisar; hasta que por fin reconocí uno entre tantos.

—¡Él!— exclamé, dejando a todos desconcertados. El chico de la tierna sonrisa, rió.— Él es quien mató a Suni.— elucidé y pocos bajaron el mentón. Yo lo alcé.

—Ese hijo de puta...— susurró para sus adentros el pálido.

—Perfecto, lindura. Gracias.— dijo entre coqueto y amenazante el azabache.

—La lindura tiene nombre.— lo pensé y...— Un minuto, ustedes saben mi nombre y mi historia, pero yo no sé nada de ustedes.— dije con un semblante serio pero un tono alarmante.

—Un placer, lindura— otra vez con eso—, puedes decirme JK.— así que el sonrisa de conejo tiene apodo; bueno, es un comienzo— Por cuestiones de seguridad, todos tenemos alias; el mío es ese.— esclareció la información ante mis oculares.

—Okey,— dije más para mí que para nadie— ¿y ahora qué?— ¿cuáles serían los siguientes pasos?

—Déjame ver esas heridas.— sugirió el de anchos hombros. No me negué y, en ese instante, todos menos él abandonaron la sala.

—Tengo laceraciones superficiales en cara y espalda, unos cortes profundos en los brazos y el pecho, una infección en uno de los cortes de mi estómago y creo que me fracturé el tobillo.— dije rápidamente mientras me dejaba analizar.

—¿Eres médica?— inquirió sorprendido.

—No, a eso quería dedicarme. ¿Tú sí eres médico?— la verdad, sí quería conocerlos. Si íbamos a trabajar juntos, debía saber al menos a qué se dedican. O sus nombres, como mínimo. 

𝕭𝖚𝖑𝖑𝖊𝖙𝖕𝖗𝖔𝖔𝖋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora