Chica rara, esa es Amy. Una joven de piel blanca que le huye a los rayos del sol, no le gusta su tono de piel ni lo que el sol le produce en ella. Amy es cristiana con un año dentro del evangelio atada a los recuerdos del pasado, o mas bien al chico...
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Pocas son las veces que piensas que algo va a salir mal cuando todo te va bien y de repente, tus planes se ven destruidos.
No lo soportaba.
Pero por fin el infierno que había pasado en cada pasillo de la escuela había finalizado, además podía despedirme del espantoso uniforme de camisa azul y pantalón de color caqui para siempre.
Me encontraba en la playa de Boca Chica celebrando la graduación de bachiller en un hermoso club. La ceremonia se había dado bien, en realidad todo había salido perfecto hasta que alguien tuvo que sacar a relucir aquel espantoso apodo con el que tanto me habían molestado los últimos tres meses.
—Felicidades, chica cadáver –dijo una joven que llevaba todo su cabello lleno de trenzas cuando pasé por su lado. No respondí, me quedé callada viendo como se marchaba con su amiga riéndose de mí. Apreté mis puños, respiré hondo para no hacer algo de lo que posiblemente me arrepentiría. Segundos después me espanté al sentir una mano encima de mi hombro. Era Carmen, la tutora de clases.
—Lo siento, no quería asustarte, Amy.
—Descuide profesora.
—Quería felicitarte. Has sido una alumna excelente y espero que sigas así, creciendo cada día más sin importar las dificultades. Recuerda que lo importante no es lo que los demás piensen y digan de ti. Lo importante –hizo una pausa para acariciar mi brazo de forma alentadora—. Es lo que tú piensas y creas de ti. No lo olvides.
—Gracias por sus palabras profesora –dije con timidez. Ella sonrió, le devolví una pequeña sonrisa y se fue.
Estos últimos meses habían sido los peores de mi vida después de muchos años. Había pensado que todo había quedado en el pasado y de la nada estos últimos tres meses se convirtieron en un gran infierno con burlas de mis compañeros. No sé con qué fuerzas había podido aprobar cada unos de los exámenes, pero sabía con certeza de que mis verdaderos amigos estaban ahí para ayudarme y gracias a ellos pude continuar.
—Amy –gritó Verónica mi mejor amiga acercándose hasta mí—. Te he estado buscando.
—Ya me has encontrado –expresé de forma cantarina.
—Verás, dentro de poco van a encender una fogata y Brent ha dicho que no te puedes quedar.
—¿Y dónde se supone que está él? –pregunté con los brazos cruzados sin ningún ánimo de querer asistir a la fiesta.
—Se ha ido con los demás chicos para terminar de organizar la fiesta –respondió, luego empezó a examinarme al notar seguramente mi mala expresión—. ¿Qué ha pasado?