Capítulo II

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¿Despertarlo? No, debíamos avanzar; el sentido norte o sur carecía de importancia. Aceleré. Esta vez no malgastaría demasiado tiempo y vida preguntándome qué dirección tomar. En estos pensamientos andaba sumido cuando, transcurrido un largo rato, sentí de repente que un par de ojos azules me observaban con curiosidad.

—Hola —saludé mientras me volvía por un instante hacia el misterioso joven.

—¿En qué extraño aparato estamos viajando? —preguntó paseando su mirada por el interior del vehículo—.¿Dónde están las alas?

—¿Te refieres al coche?

—¿Coche? ¿No puede despegarse de la Tierra?

—No —respondí, con mi orgullo un poco herido.

—¿Y no puede salir de esta franja gris? —preguntó señalando con sus dedos el parabrisas, a la vez que me enfrentaba con mis limitaciones.

—Esta franja se llama carretera —le expliqué, mientras pensaba: “¿De dónde ha salido este muchacho?”—.Y si saliéramos de ella a esta velocidad, nos mataríamos.

—¿Son siempre tan tiránicas las carreteras? ¿Quién las inventó?

—El hombre.

Responder a cuestiones tan sencillas se me hacía inmensamente complicado. ¿Quién era aquel joven radiante de inocencia que sacudía como un terremoto el sistema de creencias que yo había heredado?

—¿De dónde vienes? ¿Cómo has llegado hasta aquí? —le pregunté, encontrando en su mirada algo que me resultaba extrañamente familiar.

—¿Hay muchas carreteras en la Tierra? —preguntó él sin hacer el menor caso a mis palabras.

—Sí, innumerables.

—Yo estuve en un lugar sin carreteras —dijo el misterioso joven.

—Pero allí la gente se perdería… —señalé, al tiempo que sentía que crecía más y más mi curiosidad por saber quién era y de dónde procedía.

—Cuando no hay carreteras en la Tierra, —continuó él imperturbable—, ¿la gente no piensa en buscar orientación en el cielo? —Y miró hacia arriba a través de la ventanilla.

—De noche —reflexioné— es posible guiarse por las estrellas. Pero cuando la luz es muy intensa, correríamos el riesgo de quedarnos ciegos.

—¡Ah! —exclamó el joven—. Los ciegos ven lo que nadie se atreve a ver. Deben ser los hombres más valientes de este planeta.

No supe qué responder y el silencio nos envolvió mientras el coche continuaba su marcha por la tiránica franja gris.

El regreso del joven PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora