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Betty, Elise, Nathan y Hector eran un pequeño grupo de amigos que les gustaba mucho ir de aventuras misteriosas y paranormales. Habían estado en lugares abandonados donde se contaba que pasaban cosas extrañas sin justificación alguna. En algunos de esos lugares escuchaban cosas, pero en otros no.

Un día, Betty propuso de ir a un castillo alejado de la ciudad de Stirling, donde se decía que ahí maltrataron, descuartizaron, quemaron y degollaron a más de tres mil personas durante cinco años. Y no solo eso, también decían que, el que era rey en ese momento, estaba poseído por el espíritu de una bruja a la que mató y quemó por el simple hecho de serlo. Y por este motivo, la bruja se vengó de él poseyéndolo para que destruyera todo su reino.

El rey, poseído por aquella mujer, mató a su propia esposa e hijas de la manera más cruel que pueda existir. La gente no entendía por qué había hecho tal barbaridad, pero las muertes siguieron hasta casi acabar con todo el mundo.

Una de las personas que sobrevivió empezó a sospechar que ese no era realmente el rey, que estaba siendo controlado por alguien o algo. Así que hizo un plan para entrar al castillo y poder matar a aquella cosa. Evitó a los pocos guardias que quedaban, se escabulló por los pasillos hasta llegar a la gran puerta que separaba la gran sala y el enorme pasillo. Agarró bien aquella espada y empujó la puerta para entrar. Vio al rey ahí, sentado en su trono con aires de superioridad y maldad. Se acercó hasta quedar a tres metros de él. El rey lo miró y le preguntó: "¿Vienes a matarme?"
Lo miró a los ojos con rabia y vio que los tenía completamente negros. Pero de la nada su expresión cambió a una entristecida, como suplicando algo. Se abalanzó sobre el rey a toda prisa antes de que cambiara de expresión y le clavó la espada en el corazón. Ahí fue donde acabó todo el sufrimiento de aquel reino destruido.

Los tres amigos restantes estuvieron de acuerdo con aquella salida. Una semana después, estaban de camino a aquel gran castillo en ruinas. Cuando llegaron, notaron como un pequeño escalofrío que les recorría la espalda por la siniestra impresión que daba el castillo. Pero no le dieron importancia porque estaban ya muy acostumbrados a escenas así. Caminaron hacia la entrada encendiendo sus linternas y entraron decididos. Ahí dentro no se veía nada, tampoco había nada realmente. Solo huesos humanos y piedras. Siguieron avanzando subiendo escaleras en mal estado.

A los diez minutos, se toparon con un pasillo muy largo, parecía interminable a la vez de oscuro. Avanzaron unos veinte metros cuando escucharon una risa lejana haciendo eco, seguido de un fuerte golpe que parecía provenir de abajo. Los cuatro amigos se asustaron, pero no le dieron mucha importancia, así que siguieron avanzando por ese pasillo.

A medida que iban avanzando, escuchaban más golpes y más risas acompañados de gritos ensordecedores. Ellos seguían avanzando, pero cada vez con más miedo en el cuerpo. Hasta que llegaron al final de ese pasillo y todos esos sonidos cesaron. Era un pasillo sin salida, todo era piedra. Jurarían que habían visto una puerta, pero solo eran imaginaciones suyas. Se dieron la vuelta para volver por donde habían venido pero lo que vieron los dejó completamente congelados hasta el punto del desmayo. Ahí, casi en sus narices, había una mujer con una vestimenta vieja y rasgada, mientras que por otro lado había un hombre alto con una corona y una vestimenta de rey medieval. Los cuatro amigos supusieron que podría tratarse de la bruja y el rey.

Pero de la nada, desaparecieron. Y volvieron a aparecer. Y así constantemente mientras volvía a aparecer esa diabólica risa junto con los golpes y los gritos. Los amigos intentaron escapar de aquel castillo. Corrieron por todo aquel pasillo hasta llegar a las escaleras. Bajaron casi a tropezones, pero Hector no tuvo tanta buena suerte ya que cayó rodando cuesta abajo. Cuando los otros tres llegaron hasta él intentaron levantarlo, pero esté no podía apoyar el pie y tampoco podía mover el brazo. Finalmente, Nathan lo cogió en brazos y corrieron hacia la salida cerrando las puertas casi con dificultad. Parecía como si las estuvieran forzando para que no se cerrara.

Siguieron corriendo, mientras que esos horribles y siniestros sonidos continuaban, sumándose los lloriqueos de Hector por el dolor.

Llegaron al coche subiéndose en él y arrancándolo para irse de aquel espantoso lugar cuanto antes. Nunca habían vivido una experiencia tan fuerte. Y nunca más la volvieron a experimentar porque nunca más volvieron a hacer esas aventuras paranormales.

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