Prólogo

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[3000 A. C]



   Menthe era una ninfa, unos dioses de menor categoría a los que se les otorgaba un tipo de poder, mayormente mujeres. Había encontrado un vínculo con Hades, dios del inframundo, el cuál fue descubierto por Deméter. Ella era madre de Perséfone, la esposa de Hades a quién le informó todo.

   Fue tanta la cólera y el odio, que Menthe llegó a ser destruida por la mismísima reina del inframundo, con sólo un toque, convirtiéndose en polvo. Su madre, quién era la diosa de la agricultura y todo ser verde en la tierra, convirtió estos en una planta a la cuál se le asoció su nombre, Menta, y que Deméter dio a crecer en el mundo.

   Pero, Deméter olvidó una parte de Menthe. Aquel fue llevado entre las corrientes de aire, viajando como un marinero en medio del mar, hasta qué su destino arribó sobre un árbol frondoso en la tierra.
   Llegó la noche, y al salir la luna, tocando con sus rayos los restos de la ninfa, brilló. Ese destello era tan intenso, que el ser humano lo llegó a confundir con los rayos del mismo sol.

   Lo nombraron: Árbol del amanecer, ya qué pensaban que el mismo árbol provocaba ese resplandor, porque era un regalo de los dioses. Incluso, llegaron a enamorarse de aquel árbol, tanto qué lo usaban para declarar la unión con otra persona bajo sus sombras y así prometerse nunca mentirse. Todos los secretos eran confesados, tan fácilmente, qué imaginaban qué tenía algún poder qué rompía las barreras oscuras de los humanos.

   Zeus, al ver lo cautivos que se veían por aquello, llamó a Venus, diosa del amor, y a la cuál relacionaban con la ilusión, ya que su belleza hacía qué tanto el corazón como su imaginación despertara de su rincón con solo verla.

   Venus descubrió qué algo en ese árbol sufría, era Menthe, clamando porque había encontrado el amor incorrecto, mismo que la llevó a su final. Su alma era tan dichosa y arrepentida que usaba sus últimos esfuerzos en su muerte para aportar algo de fuerza y resistencia a las relaciones humanas, darles amor como un cupido oculto, pero en su pequeño capricho solo logró desmentirlos.

   Y a la vez, descubrió algo más.

   Menthe le pidió a la diosa del amor que la ayudara a volver, y que, a cambio, haría lo que ella quisiera.
   Aceptó. Pero se sabía que los dioses no tienen poder sobre la vida y la muerte, y más volver a alguien muerto a la vida. Por lo que, su única opción era hacerla reencarnar en un cuerpo humano, y añadió que, no volvería al Olimpo, sino que se quedaría en la tierra complaciendo a los humanos, y qué le daría un don para qué tenga la habilidad de ayudarlos. Sin más, generó de las hojas de menta cercanas una forma humana, y le dio la figura de una mujer. Aquel solo iba a ser un molde de resguardo, hasta que alguna fémina falleciese para tomar posesión de dicho cuerpo.

   Era el momento para elegir el don, pero en vez de eso, Menthe indagó la razón del porqué aún cuándo ayudaba a través del árbol, faltaba amor en los seres que tocaba con sus hojas.

  —Pensamiento humano. —contestó Venus. —Los pensamientos son cómo cápsulas, guardan y desechan amor con solo imaginar. A veces, quieren más a algo creado por su propia imaginación que a algo real, porque tienen miedo. Piensan qué el mundo de ensueño es más perfecto que la realidad, ya qué pueden hacer lo que les plazca, gobernar su propia tierra, crear.
Pero, no todo es perfecto, incluso la misma diosa lo sabe.

  Ese mundo tenía sus errores. A veces no les daba lo qué querían y simplemente llegaban a un desacuerdo entre el 'yo' de fuera y el 'yo' interior. Eran dos almas totalmente diferentes.

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