Ardor.

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Dolor, dolor, dolor, dolor. 

Repetía una y otra vez en mi cabeza mientras daba la última vuelta al circuito improvisado que nos puso el profesor de educación física, mi corazón latía demasiado rápido y es que no era muy veloz gracias a mi condición física, sin embargo, detestaba la mirada de desagrado de mis compañeros sobre mí, como si fuera culpa mía el no tener la suficiente condición para correr a una velocidad más rápida de lo que se podría considerar como algo normal.

—Bien, los que hayan terminado pueden ir a jugar futbol —dijo el profesor mientras le pasaba  el balón a Daniel.

Yo suspiré pesadamente, puse mi mano en mi cuello y caminé hasta llegar al extremo de la cancha donde se hallaban los árboles, miré hacía arriba mientras tomaba un bote de agua de la tierra, creyendo que el mío cabe decir; mi cabeza se ladeó levemente, jamás había notado que los árboles estaban casi siempre marchitos y sin podar. Tomé del bote y al instante me arrepentí, escupí todo al suelo y limpié mi lengua, era como si directamente te tragaras una bolss entera de azúcar, pero en líquido.

Observé el bote y fue cuando noté que no era el mío, pasé una mano por mi rostro y suspiré dejando el bote de lado para tomar el que si era mío y de esta forma poder enjuagar mi boca, escupí el agua tratando de ser discreto aunque era obvio que alguien seguro me vió hacerlo.

—¿Te encuentras bien, Benja? —me preguntó, ella acercándose a mí.

Estaba agitada, pero muy poco, mantenía una sonrisa en sus labios y es que no lograba entender como alguien podía gustar de educación física si era una completa mierda como materia. Limpió el sudor de su frente tomando su botella de agua y observé como bebía más de la mitad, no lograba comprender como lo hacía, era como si el azúcar fuera su agua y no pudiera vivir sin ella.

—Meh, no me quejo, al menos no me obligan a jugar futbol —respondí con simpleza mientras observaba la botella con aburrimiento, cerré mis ojos—, Ve...venus —dije haciendo una larga pausa.

Una vez más intenté decirle, quise preguntarle porque aunque no eramos amigos ella era lo más cercano que tenía a uno, confiaba en ella, me agradaba, pero estaba seguro de que yo no era nadie relevante en su vida, con tantos amigos seguro era yo al que dejaría ir si necesitaba hacerlo en algún momento.

—¿Qué pasa? —preguntó sentándose en la vieja banca que estaba delante de donde yo estaba sentado.

Mantuve mi mieada en mis manos las cuales sostenían mi bote de agua ¿Debía preguntarle si ella sentía lo mismo que yo?, no lo creo, ella era tan alegre y positiva, yo era un amargado que quería ser lastimado solo para sentir un poco de emoción en su vida, por supuesto que no lo entendería, más que obvio que iba a pensar que soy un loco.

Toska.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora