CAPÍTULO DOS

7 1 0
                                    

ACTUALIDAD

Yo solía ser un chico codicioso, burlón y vanidoso, en pocas palabras, solía ser un patán. En serio, no tenía límites y la vida se encargó de hacerme pagar por cada una de las cosas malas que he hecho. No puedo enlistar las cosas que he dicho y hecho de las que me arrepiento en este momento porque no terminaría. Aunque, sigo siendo el mismo maldito, la misma desgracia y el mismo ser con una alma rota y descuidada.

Hace 2 años perdí mi vista y hasta hace un año salí de la escuela de ciegos. Estar en ese tipo de instituciones no es malo, pero en una ciudad de personas retrógradas sí que lo es. Cuando una persona es diferente, generalmente, las personas se asustan y te alejan o discriminan. Por eso, mantengo un perfil bajo a pesar de tener una empresa poderosa. El dinero es un mal, un mal que no se va ni aunque lo intentes pues siempre estará presente la necesidad del dinero. Aprendí, a la mala, que no puedo comprar la felicidad con dinero, cosa que no sabía antes de mi accidente.

Ser ciego es un motivo para recibir críticas y burlas en mi cara, cada día recibo al menos quince burlas. Y sí, cuento las burlas que me hacen con la esperanza de que en algún día del resto de mi vida, las críticas sean nulas. No me culpes, son alguien solo y obsesionado. Estoy solo y cansado de mi vida. No es fácil tener todo y perderlo un segundo, todo se desvanece. Mi posibilidad de volver a ver, mi vida, la sociedad y, en realidad, todo el mundo. Mi mundo.

Ni el doctor más caro, ni prestigioso y ni la cantidad de dinero más alta, podían devolverme la vista; había esperanzas, según el médico pero yo, sinceramente, la había perdido años atrás...pero por suerte, existía un doctor Gallavan, que estaba dispuesto a absolutamente todo para obtener un rango más alto en el hospital donde ejercía.

En la vida hay dos opciones: a) Aceptar tus desgracias o b) ser tu propia desgracia. Y yo, definitivamente, estaba en la opción b. Siempre fui una desgracia, sí, fundé una compañía que ahora es sumamente exitosa pero siempre moví mal el dinero, me lié en muchos problemas, con muchas mujeres y bebí hasta el cansancio; desde joven, mi madre me decía que yo estaba destinado a cambiar el mundo por mi gran intelecto, pero lo único que logré ser fue un cero a la izquierda. Cada noche, mi ser añoraba la figura paterna a quien seguir pero sólo éramos mi madre y yo en un cuartucho de quinta situado en un barrio pobre y peligroso, mi madre salía a trabajar en la noche y nunca supe de dónde sacaba el dinero para alimentar mi boca.

Mi madre murió en el accidente de auto. Ella fue una madre y un padre para mí, incentivó mis sueños y deseos, todo lo que ahora tengo, se lo debo a ella y solo a ella. Cuando mi empresa logró tener éxito, yo tenía 23 años y mi madre 46 pero esas malditas decisiones acabaron con su vida en un instante, así mismo, con mi vista.

Me senté en mi cama y suspiré. Supiré porque supe, en cuanto pisé el suelo, lo que me esperaba cuando saliera de mi casa. Conté veintidós pasos de mi cama hasta mi armario, recordé cómo había pedido que acomodaran mi ropa: gabardinas a la derecha, pantalones en medio, camisas a la izquierda, ropa interior debajo de las camisas y zapatos abajo de las gabardinas.

Todo era del mismo color: camisas blancas, gabardinas negras y zapatos de charol negro. Así había ordenado a mis mucamas luego de perder mi vista.

Luego de hacer todo lo de rutina, salí de mi habitación. Alguna de mis mucamas me tendió mi bastón y, después de eso, no había ninguna otra respiración en el pasillo más que la mía. Esa era la principal regla que tenían que seguir mis empleados: mientras yo esté transitando por la casa, ningún empleado ni visitante ni mascota, puede deambular.

Tal vez sea tonto, pero por mi seguridad y la de mis empleados, tienen que seguir un listado de reglas que se les entregó cuando los contraté. Solo permito a una sola persona violar específicamente esa regla: a mi "mejor amigo" y empleado, Mush.
Y no quiero mencionar todas las cosas que me hacen dudar de él, pero sobra y basta con decir que, siempre, he sentido una corazonada referente a mi accidente automovilístico. Pues, cuando fue reciente, los investigadores recaudaron cierta información que me hizo querer asesinar a Mush con mis propias manos. Los cables que habilitaban los frenos del auto, donde mi madre y yo íbamos hacía dos años, habían sido cortados y entonces, decidí que no mencionaría nada y que yo mismo tomaría venganza por eso. Pero, obviamente, mi discapacidad me limitaba las posibilidades de encontrar al responsable; durante el último año, solo he pensado en una sola persona que pudo haber originado tremenda desgracia y sí, esa persona es Mush. Aunque en ese momento habían varias personas que traían algo contra mí, pero Mush era la persona encargada de preparar el auto. Así que, en cambio, la mejor opción fue acercarme a Mush y hacerle creer que yo no sabía nada sobre el accidente.

IMPLÓRAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora