Capítulo Cinco - Reunión

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Ruinas de Pompeya, 23 de julio del año 2020 D.C.

Aziraphale sostuvo la mano de su esposo en la suya durante la parada en las ruinas del macellum.

Crowley estaba sobrellevando bastante bien todo el asunto de visitar un sitio al cual había visto aniquilado y destruido con sus propios ojos, e incluso hizo uno que otro comentario salaz al pasar por los lupanares y ver que algunos mosaicos bastante explícitos habían sobrevivido a la catástrofe.

El recorrido se detuvo entonces en la ahora nombrada "Casa de los Frisos", llamada así precisamente por los frisos que habían salido más o menos indemnes de la erupción, y fue allí donde el demonio se puso melancólico. Siempre de la mano de Aziraphale, se permitió unos momentos de remembranza y habló a su ángel del dueño de la casa, al que tanto había trabajado para hacerle perder unas elecciones que nunca tuvieron lugar: Lucretius Gracus.

Finalmente, y tras unos momentos de silencio, tironeó gentilmente de la mano de su esposo y le indicó que podían continuar.

Ambos salieron tras Bianca, la guía, que alegremente los condujo por una serie de callejuelas rumbo al siguiente punto de interés.

Y para allá se fueron.

VVVVV

Ciudad de Misenum, 29 de octubre del año 79 D.C.

Aziraphale llevaba dos días corriendo de un lado para otro en el albergue que el prefecto de la ciudad, Plinius (al que la historia conocería como Plinio el Viejo), le había autorizado a improvisar en la propia base naval, el edificio más fuerte de Misenum, y por tanto, el menos propenso a desplomarse ante los intensos temblores que a cada momento azotaban la ciudad.

Las cenizas, los gases y la oscuridad también habían llegado hasta allí, ocasionando que mucha gente huyera despavorida. Pero otros, como Aziraphale, se habían quedado valientemente atrás y se habían dedicado a recibir y atender a los ríos de supervivientes que llegaban huyendo de la erupción.

Dos días llevaba el Vesuvius arrojando lava, fuego, gases, material candente, nubes piroclásticas y demás lindezas. De las otrora florecientes Pompeya, Herculaneum y Oplontis nada quedaba, o así habían comunicado al ángel. Este, asistido por Marcellus, que se había ofrecido como voluntario, se multiplicaba tratando heridas, quemaduras, huesos rotos, laceraciones y en algunos casos específicos, utilizó un par de milagros para ayudar a bien morir a algunas víctimas que desafortunadamente ya no tenían remedio.

En ese momento, se hallaba metido en un cuarto que al parecer se utilizaba como almacén o bodega, exhausto tras dos días de ardua labor, y se había dejado caer en una silla que había hecho aparecer de la nada con un suspiro de alivio.

Pero no le duró mucho el gusto. No llevaba ni diez minutos de descanso cuando escucho la voz de Marcellus, llamándolo frenéticamente.

- ¡Dominus Amadeus! ¡Dominus Amadeus! ¿Alguien ha visto al Dominus Amadeus?

Aziraphale suspiró, y poniéndose de pie fue hasta la puerta del almacén, la abrió y salió a la sala utilizada como hospital.

- Aquí estoy Marcellus ¿Qué sucede?

- Acaban de llegar dos carretas con heridos – le informó el joven romano, llegando hasta él – Vienen hasta los topes y hay algunos que vienen verdaderamente mal, dominus.

Aziraphale meneó la cabeza y se pasó una mano por la cara.

- Muy bien. Vamos a ver qué podemos hacer por estas pobres gentes, mi querido muchacho.

In Terris Ínferos (Infierno En La Tierra) Good Omens Crowley/AziraphaleWhere stories live. Discover now