II.

5.9K 355 17
                                    

Aquella puerta de madera, algo ajada y percudida por el paso del tiempo, se abrió levemente. Una larga cadena impedía que lo hiciera por completo, pues prefería asegurarse de que nada malo volviera a suceder, de que todo estaría bien. Pero, aun así, la vio: con el rostro golpeado y las marcas de una pelea sin fin, donde sólo se espera el triunfo del más grande y fuerte. No hay tiempo para escapar ni ocultarse, simplemente esperar lo indiscutible e irrazonable. Cuando lo reconoció, quiso correr, esconderse y desaparecer de la faz de la tierra. Esperaba que nadie pudiera encontrarla así, tan marchita y frágil, tan consumida y rota. Y él quedó petrificado, sin poder moverse ni un sólo centímetro por la impresión, la sorpresa y el horror; se mantuvo firme, como si de una piedra se tratase. Silencio sepulcral, nadie se atrevía a hablar. ¿Qué decir en esa situación? Donde la incomodidad predomina y la vergüenza ocupa todo el ambiente.

—Es parte de mi trabajo —susurró mientras lo dejaba pasar, encogiendo los hombros y mostrándole una mueca.

Thomas guardó silencio, no había nada que decir después de todo. Por eso tomó el rostro de la joven con ambas manos y lo acarició lentamente, las yemas de sus dedos viajaban de arriba hacia abajo con movimientos suaves, Roxanne no pudo evitar cerrar los ojos, dejándose llevar por el momento de tranquilidad. Y lo necesitaba, sí que lo necesitaba, un poco de paz después de la fuerte tormenta; un poco de amor después de la injusta realidad. Por momentos, pensó que Rick había regresado, con ese cariño y dulzura singular que tanto lo diferenciaba del resto. Pero abría los ojos, ponía los pies sobre la tierra y entendía que él ya no estaba, se había ido y nunca más volvería.

—¿Quién fue? —preguntó con esa voz gruesa que tanto intimidaba al resto.

Entonces entendió todo y un escalofrío recorrió su espina dorsal. “Venganza” formaba parte del vocabulario de los Shelbys y, si alguien contaba con las agallas de lastimar a un miembro o conocido de la familia, esa persona no tendría la posibilidad de ver la luz del sol.

—Olvídalo, Tommy —dijo segura, sin titubear—. Mi trabajo está en juego.

Pero Thomas Shelby no aceptaba un no como respuesta, nunca.

—¿Lo conozco? —preguntó, con la mirada clavada en sus ojos cristalizados.

Le dio la espalda y él sintió que su tiempo estaba siendo malgastado, sintió que la pelinegra no ayudaba en absoluto. Entonces, el enojo viajó por todo su cuerpo y soltó un largo suspiro antes de que sus palabras fueran clavadas como afilados cuchillos.

—¿¡Acaso viste cómo dejó tu rostro!? —el aumento de volumen hizo que diera un brinco, pero luego continuó con calma—. Te lastimó, Roxanne, te hizo mucho daño…

Tibias lágrimas rodaron por sus mejillas, lágrimas que no pudo contener ni ocultar. Rápidamente las quitó del medio, de forma brusca y como si nada hubiera pasado, como si nunca hubieran estado allí. Tenía razón, las señales eran claras y obvias, los golpes resaltaban opacando su bello y delicado rostro. Dio la vuelta para encontrarse con aquellos ojos azules, que se conectaron con sus verdes esferas. Pudo ver algo distinto, y fue esa diferencia la que la conmovió. Ya no veía odio ni tristeza, ahora ternura y humanidad. Entonces liberó todo el aire acumulado y habló, como si no tuviera otra opción.

—Fue Richard Craig, tiene un bar a dos calles de aquí. Pero te lo juro, Thomas, si esto llega a influenciar en mi trabajo, juro que…

Y allí quedó esa amenaza, pues no sabía qué decir. Era incapaz de hacerle daño a aquel hombre, mejor dicho, a cualquier persona. Debía adaptarse a sus reglas y, aunque no quisiera hacerlo, no podía negarse. Entonces, él asintió y sacó uno de los cigarrillos que tenía guardado. Fumaba demasiado, últimamente se excedía por tanta presión y estrés. Roxanne supuso que quería lo que todos los hombres buscaban de ella, por lo que comenzó a desabrochar su camisa floreada, para así quedar semidesnuda frente a él. La observó detenidamente mientras negaba con la cabeza repetidas veces.

—No tienes que hacerlo esta noche.

Y se dirigió hacia la ventana, mientras vigilaba la solitaria calle y la tenue luz de los faroles. Nadie podía saber con exactitud lo que rondaba por esa cabeza, miles de pensamientos que podían destruirlo en un abrir y cerrar de ojos. Roxanne no pudo evitar mirarlo sin parar, analizar cada detalle con detenimiento. Su belleza y seriedad, su porte y solemnidad. Se acercó lentamente y habló.

—Tengo té y galletas, ¿te quedas?

Lazos del caos | Thomas ShelbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora