I.

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Cuerpos desnudos cubiertos por finas sábanas blancas. Las estrellas se filtran por la ventana y, si ella lo permite, pueden iluminar aquella fría y oscura habitación. Una habitación sin recuerdos, sin detalles ni risas que destaquen en medio del vacío. Suspiros inconscientes de una noche desprolija y casual, son los juegos del azar de esa alma perdida, sin rumbo ni lugar. Una mirada enfocada en el agrietado y opaco techo, miles de pensamientos rondando por su mente y lágrimas saladas que caen sin avisar, en silencio y con mucha brusquedad. No debía despertar, el sueño nunca aparecía cuando dejaba de actuar. Entonces, decidió levantarse en medio de las penumbras, con delicadeza y sin despertar al hombre que dormía a su lado. Cuando los pies descalzos hicieron contacto con el suelo frío, entendió que no se trataba de un sueño desagradable, una pesadilla, tan sólo era la realidad que la golpeaba con brutalidad. La madera crujió levemente, pero el cuerpo que se encontraba en su propia cama no cambió la posición. Falsa alarma. Se vistió con lentitud para buscar dentro de un cajón lo que cada noche leía sin excepción, traer de nuevo las sonrisas y su suave tacto, miradas que no se pierden y palabras únicas que nunca más desaparecerán. Una carta con una historia singular, el papel doblado y la tinta negra decorando todo extremo. Parecía estar arruinada y desgastada por el paso del tiempo, pero, aun así, la cuidaba como si de un tesoro se tratase. ¿Cómo no hacerlo? Si era la única forma de soñar, de sentirse libre y perdonar. La amargura que sentía en esos momentos era impresionante, por lo que decidió compensarla con tabaco, la única compañía que calmaba sus manos y cuerpo inquieto. Percibir cómo el humo ingresaba a sus pulmones violentamente para que, luego, saliera de su boca decorando el exterior como una gran nube de sustancias tóxicas. Dejó el cigarrillo en sus labios mientras se aferraba a la carta, podía jurar que su perfume todavía seguía intacto, a pesar del paso de los años. Lo recordaba todo el tiempo, pero principalmente cuando ofrecía su cuerpo en lujosos burdeles de Birmingham o llevaba hombres a su casa, porque sentía que, de alguna forma, lo estaba traicionando. Pero él ya no estaba allí, quiso convencerse una y otra vez de aquello para comprender que no tenía la culpa y que, sin trabajo, no podría pagar sus cuentas.

La mañana por fin llegó, pero ella nunca lo notó. No pudo descansar ni calmar los recuerdos que ingresaban sin pedir permiso. Fue en un abrir y cerrar de ojos, las horas pasaron y el tiempo aceleró como si de una carrera de vida o muerte se tratase. Se sobresaltó cuando los resortes del colchón sonaron, pues él ya había despertado. Giró bruscamente para verlo con claridad, buscar dentro de sus profundos ojos y no encontrar nada; ni un rastro de humanidad, ni un rastro de dulzura o sinceridad. Dos esferas celestes que parecen inexpresivas, pero en realidad, ocultan toda la tristeza del mundo, la injusticia que hace que hierva su sangre y la culpa que carcome su cabeza día y noche. Con rapidez, abrochó su camisa, como si no tuviera tiempo, como si no pudiera comprarlo con todo el dinero del mundo. Entonces la joven sonrió, porque lo entendió, había algo que Thomas Shelby no podía adquirir: tiempo. Y era escaso, pues cada segundo valía más que el oro, pero ya no lo podía conseguir. Había desperdiciado tanto que pocas eran las posibilidades para avanzar, pero creía que aún tenía oportunidad. No hubo palabras, ni siquiera gestos de su parte, simplemente dejó unas cuentas monedas sobre la mesa y se retiró. Tal vez, sólo tal vez, asintió con la cabeza en forma de saludo, pero no estaba segura de eso. Thomas era uno de los clientes más habituales y, por supuesto, el más rico. Lo conocía hace muchísimo tiempo y, desde la muerte de su amada esposa, concurría a su casa con normalidad, todas las semanas. Si bien habían pasado algunos años desde aquello, sabía que la extrañaba constantemente y, entre sueños, decía su nombre una y otra vez. Y Roxanne lo comprendía perfectamente, entendía su dolor y lo respetaba porque su amor también había partido.

Podría seguir adelante sin mirar atrás, dejar de lado aquel oficio que tanto hacía llorar su corazón. Pero siempre pensó que era lo único que se merecía, no debía pedir mucho más. Era una gran contradicción, nunca llegó a entenderlo por completo, pero así vivía su vida. Contaba con la esperanza de hallar a ese alguien que pudiera sacarla de la oscuridad, porque sola no podría jamás. Al menos eso creía, al menos eso pensaba. Pero era una joven muy fuerte y capaz, lo necesitaría porque nuevos cambios llegarían a su vida. Nuevas decisiones tendría que tomar, pero ni siquiera imaginaba cómo todo iba a distorsionarse.

Lazos del caos | Thomas ShelbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora