Capítulo 3: El deseo en tus manos

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Mis ojos ardían y mi mente estaba completamente fundida pero no pararía. Una maqueta a medio armar estaba frente a mí y mi idea de terminarla en el día de hoy parecía desvanecerse.
—Las proporciones están bien, mañana la seguimos —dijo Ian, un compañero de la universidad. Hacía tres días que estábamos armando una maqueta para presentar en uno de los exámenes parciales de Diseño.
Ambos éramos tremendamente exigentes, lo que era bueno y muy malo a la vez.
—Me parece que aquí nos quedó algo inclinado, si ponemos una traba en la parte inferior el edificio tomaría más cuerpo y la punta resaltaría más... —comenté observando.
—Nos falta generar el entorno y creo que más allá de los detalles estamos bien de tiempo —dijo lentamente con claro positivismo.
—Eso es bueno —dije suspirando. Me saqué los anteojos y me refregué los ojos con cansancio.
Toro pasó hacia la cocina; dormía pocas horas, así que ya nos habíamos acostumbrado a verlo pasar alguna que otra vez durante la noche.
—Nos irá bien. Si la promocionamos tal vez nos ganemos unos puntos extra y el final quedará solo en nuestras pesadillas.
—Eso sería genial.
El silencio nos invadió, el cansancio no me dejaba pensar. Ian dio un pequeño silbido para luego ponerse de pie y desperezarse.
—Me voy. Espero conseguir un taxi a esta hora —dijo lentamente.
—Seguro que sí.
—Uf, estoy tan cansado que si me dices que tienes una cama libre me quedo, eh —comentó divertido.
—No hay ninguna cama libre. Pero déjame ver si consigo un Uber —dije agarrando el celular.
—Tranquila, tomo un taxi, estoy a cinco minutos. Solo estaba exagerando —comentó riéndose.
A los pocos minutos Ian ya se había ido; caminé pesadamente a la mesa y volví a sentarme en la silla. Miré cansada la maqueta casi terminada, mi mente solo podía detenerse en las fallas del trabajo.
—Eso ha sido fatal. —La voz grave de Toro hizo que levantara mi rostro.
Se encontraba apoyado en el marco de la puerta con un vaso de jugo en la mano; no llevaba camiseta, dejando ver su buen físico y la cadena que colgaba de su cuello con la pequeña chapa. Unos jogging holgados negros caían tentadoramente de sus caderas.
—¿Qué cosa? —pregunté.
—Ha estado coqueteando contigo desde hace días y tú ni te enteras —habló divertido.
—¿De qué hablas? Tú solo piensas en coquetear. Ian es un buen chico. —Me estiré agotada.
No había tenido unos buenos días; la universidad se estaba volviendo dura, por ende, mis nervios comenzaban a saltar. Por suerte en el departamento las cosas iban mejor, principalmente con Estanislao, con quien ahora estábamos formando un buen vínculo de amistad. Principalmente porque me pasaba todas las noches haciendo tareas de la universidad y él nunca dormía.
—Puede ser un buen chico y tener ganas de follarte. Lo sabes, ¿no? —preguntó levantando una ceja.
—Tienes la idea fija, Es —dije bufando. Tiré de mi colita de pelo y lo liberé intentando aliviar el dolor creciente en mi cabeza—. Tengo la cabeza llena de soldados martilleando —susurré agotada y pasé las yemas de mis dedos por mi cuero cabelludo en un intento de aflojar la tensión—. Estoy destruida.
—A ver, deja de lloriquear. Te ayudo —comentó dejando el vaso arriba de la mesa y caminando hacia mí.
—No es nece... —No pude decir más nada porque sus dedos se perdieron en mi cabello.
Comenzó a masajear distintos puntos desde la sien con lentitud. Su tacto era mucho más suave de lo que me imaginaba y, a su vez, mostraba seguridad.
—Eres bueno — exclamé suavemente—. Si no pensaras todo el tiempo en sexo, serías un excelente masajista —susurré con los ojos cerrados. Él carcajeó.
—Precisamente el sexo me hizo un buen masajista, Avispa. Y no pienso siempre en sexo, pero sí suelo pensar en el deseo con frecuencia —dijo con tono suave; sus pulgares ahora siguieron por mi nuca ablandando la zona con habilidad.
—¿El deseo? —pregunté.
Las manos de Toro en mi piel comenzaban a mandar pequeñas chispas eléctricas que pocas veces había sentido antes.
—El deseo que ves tan incorrecto —se burló.
—No veo incorrecto el deseo, solo que es una cuestión de principios. Si solo hablamos de lo sexual, no podría serle infiel a Dante por un capricho.
Su tacto me estaba quemando y podía sentir lentamente cómo mi corazón comenzaba a latir con frenesí.
—La infidelidad... —suspiró mientras seguía—. Pones por delante al otro descuidando tu salud
—¿Mi salud?
—El deseo es salud, estiradilla —dijo divertido mientras pasaba sus manos a mis hombros y comenzaba a masajearlos.
—El deseo puede ser un motor, puede ser un objetivo. ¿Qué tiene que ver con la salud?
—¿Puedes sacarte el suéter? —preguntó.
—¿Mi suéter?
—No, el mío —dijo divertido.
Revoleé los ojos para luego quitarme el abrigo; debía admitir que lo necesitaba, estaba sintiendo mucho calor. Quedé tan solo en una camiseta sin mangas.
—Recuéstate en la mesa, por favor —instruyó. Sin más le hice caso.
Crucé los brazos en la mesa y apoyé mi frente en mis antebrazos. De repente todos mis sentidos estaban alerta; ya no tenía sueño y solo podía concentrarme en el cálido tacto de Estanislao.
—Seguir el deseo es favorable para mente y cuerpo. —Su voz era hipnótica.
Pasó las yemas expertas por cada nudo que encontraba, se tomó su tiempo y por primera vez en varios días me encontraba entrando en un buen clima de relajación.
—No puedo interponer mi deseo si lastimo a otra persona —susurré luego de un rato.
Sus manos frenaron.
—Nadie es dueño de tu deseo, querida Francesca. —Sus manos lentamente fueron a mis costillas, casi al inicio de mis pechos, y por un segundo deseé que siguiera, pero se frenó suavemente. Él debía sentir mi respiración agitada, mi cuerpo completamente rendido a sus caricias. ¿Cómo había sido tan fácil? ¿Cómo me había derretido tan solo con unos simples masajes? Lo sentí inclinarse hacia mí.
—Puedo seguir, puedo tocarte y sé que lo deseas. Pero no quiero que pienses que yo soy dueño de decidir con tu propio deseo. Cada cual es responsable de lo que quiere. Cuando estés segura de lo que quieres, sabes dónde encontrarme —susurró roncamente cerca de mi oído haciendo que todo en mí se prendiera en llamas.
Luego sus manos me abandonaron por completo. Levanté mi rostro viendo cómo caminaba hacia el pasillo, sin olvidarse de llevarse su vaso.
—Descansa, Avispa. Ese cuerpo lo necesita —fue todo lo que dijo para luego perderse en el pasillo.
Y ahí me encontraba, casi como si alguien me hubiese tirado un balde de agua fría dejándome pasmada... Todavía podía sentir sus dedos recorriendo mi espalda.

Fresas con Chocolate - Jaz RieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora