Una guerra silenciosa

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El sol brillante entra por una ventana, Rosie abre los ojos tras sentirse incómoda con la luz dando en su rostro y ve a su madre sentada a su lado.

— ¿Qué ocurrió? —dijo Rosie con algo de sueño mientras frotaba sus ojos.

—Lo siento hija, no pensé que te metería en un problema. Es como si la guerra nunca hubiera terminado y yo no quiero que te lastimen por algo que no te incumbe —dijo la madre apenada.

—No entiendo, ¿Qué está pasando? ¿Quién era ese tipo? Mencionó algo de un medallón y era muy poderoso —dijo ella inquieta.

—Su nombre es Solomon Dirk, viene de una tribu Romana, los Pirogu. Existen tribus parecidas a la nuestra, manejan los otros elementos como el agua, viento y fuego, de esta última viene él —la madre empezó a contarle—. Los Pirogu deseaban estar en la cima de la jerarquía y dominar a las demás tribus. Para eso necesitaban los objetos sagrados: El corazón de fuego, el tótem de agua, la lanza del viento y el medallón de la tierra. Si los obtiene podrá dominar todos los elementos y tendrá el poder suficiente para levantar una tropa contra la ciudad.

—Pero esa guerra fue hace cientos de años, ¿Cómo es que sigue buscando esas cosas? ¿Y por qué cree que la tengo yo? —dijo Rosie algo molesta con la situación.

—Por años los he seguido, desde las sombras, pues siempre pensé que la tregua era una manera de encubrir sus sucios tratos y al ser la última Celgen pura yo tengo ese medallón, aquí —dijo la madre y se destapó aquella sortija dorada.

—Mamá no tenía idea... —dijo Rosie—, Espera un momento, él pudo invocar fuertes ráfagas de viento y casi me ahoga, eso significa...

—Significa que ya tiene las otras reliquias —dijo la madre con ánimos de derrota—. Las otras tribus ya no existen... No hay nada que podamos hacer, se supone que yo debía derrotarlo y evitar que esto ocurra, pero...

— ¿Pero? —preguntó ella preocupada.

—Bueno, conocí a tu padre, me convertí en mamá y no me arrepiento. Te amo hija, le daré el medallón mañana y le pediré misericordia... Es lo mejor —dijo la madre y derramó una lágrima.

— ¡Mamá no! Yo puedo vencerlo, sólo necesito entrenar más duro. Te prometo que lo haré —dijo Rosie tratando de convencerla.

—No hija. No te pondré en peligro así, esto no te incumbe —dijo la madre para protegerla.

— ¡Claro que me incumbe! Desde que me diste estos poderes, éste se volvió mi asunto también y yo decido pelear —dijo Rosie decidida.

—Pero él ya es muy fuerte —dijo la madre preocupada.

—Y yo también lo seré, después de todo tengo a la mejor maestra —Rosie estaba tan motivada que contagió a su madre soltando una pequeña sonrisa.

GeoWomanWhere stories live. Discover now